Educación católica de hoy: Propiciar el encuentro con Jesús
10.00 p m| 7 nov 13 (THINKING FAITH/BV).- “La tarea de los educadores católicos hoy es ofrecer a los alumnos la posibilidad de un encuentro con Jesucristo”. Nicholas King SJ sugiere cómo maestros católicos pueden y deben responder a los desafíos que implica esa labor. ¿Cómo pueden los educadores crear un espacio en el que los jóvenes de hoy en día puedan encontrar al Jesús que están deseando conocer?
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Hay una desafortunada y creciente tentación en el campo educativo de convertir “estudiantes” en “clientes”. Una consecuencia de esto es ver la labor de educadores cristianos como cualquier otro trabajo, mientras que en realidad se trata de una gran responsabilidad, una en la que deberíamos reflexionar todos los que estamos involucrados en la educación.
Las siguientes palabras de la Regla de San Benito, ese tesoro de sucinta y exigente sabiduría, puede ser la inspiración ideal para iniciar nuestra reflexión:
“Sepa, una vez más, que ha tomado sobre sí la responsabilidad de dirigir almas, y, por lo mismo, debe estar preparado para dar razón sobre ellas. Y tenga también por cierto que en el día del juicio deberá dar cuenta al Señor de todos y cada uno de los hermanos que ha tenido bajo su cuidado; además por supuesto de su propia alma. Y así, al mismo tiempo, que teme sin cesar el futuro examen del pastor sobre las ovejas a él confiadas y se preocupa de la cuenta ajena, se cuidará también de la suya propia; y mientras con sus exhortaciones da ocasión a los otros para enmendarse, él mismo va corrigiéndose de sus propios defectos”.
La tarea de los educadores católicos hoy en día, los llamados a “guíar las almas”, es diferente a la de sus predecesores. Ahora vivimos en un mundo donde el Espíritu nos invita a una apertura mucho mayor en nuestra educación religiosa. El desafío de hoy no es la de ofrecer al grupo de estudiantes ese conjunto de creencias coherentes que sus antepasados directos recibieron, sino algo diferente: se trata de ofrecerles la posibilidad de un encuentro con Jesucristo.
Ahora bien, hay que decir de inmediato que no se puede simplemente hacer que este encuentro suceda, lo único que se puede hacer es crear las condiciones para brindar la posibilidad, y una escuela católica es un muy buen lugar para hacerlo: preguntarse acerca de Jesús, y la antigua fe católica que enmarca ese cuestionamiento, es parte de la imagen de fondo. Pero los estudiantes de hoy son muy diferentes a los de los años 1950 y 1960. Me aventuro a suponer que la mayoría de los niños en las escuelas católicas no van a la Iglesia el domingo por su propia voluntad, y que sus padres no siempre están practicando con constancia su asistencia; pero por otro lado, los estudiantes de hoy son notablemente más abiertos a la fe religiosa, al cristianismo, e incluso a la expresión católica de aquella fe, que esas personas de hace diez años. Esa es mi impresión de los jóvenes con los que estoy tratando. Más aún me atrevo a opinar que los estudiantes modernos saben muy poco de esta fe católica, a pesar de que son muy abiertos a ella.
¿Qué otras conjeturas puedo hacer? Sospecho que ya no vivimos en ese cuadriculado mundo de los pecados “veniales” y “mortales” en el que muchos de nosotros crecimos. También sabíamos exactamente lo que significa la abstinencia del viernes y el ayuno del Miércoles de Ceniza, y sobre la obligación que implica asistir los domingos a misa. Los estudiantes de hoy y sus recientes predecesores, viven en un mundo muy diferente: decidirán dormir con sus novias o novios sin pensarlo mucho, no se sienten obligados a ir a misa cada domingo, ni hacer la confesión antes de recibir la comunión. Ahora lo común es que reciban la comunión cada vez que asisten a misa, sin preguntarse acerca de si se encuentran en un estado de gracia. Por lo general no comprenden las reservas sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Incluso les confunde el hecho de que la Iglesia se concentre mucho y negativamente, en lo que un eminente abogado que conozco describe como los “pecados más pélvicos”.
La función de los educadores católicos es, e insisto en este punto, presentar a estos jóvenes la posibilidad de encontrarse con Jesucristo. Entonces, ¿cuál es la mejor manera de abordar esto? Quisiera sugerir tres cosas, aunque sospecho que muchos maestros católicos ya las aplican.
La primera: una buena liturgia. Es decir hay que encontrar una expresión ritual y solemne para las verdades en que determinada comunidad vive. Esta liturgia ha de ser juzgada no por su éxito en la obediencia a todos los rubros establecidos por la conducta respetuosa de un servicio, sino por hacer posible la audición de la Palabra de Dios y, de nuevo, el encuentro con Jesucristo.
La segunda está necesariamente conectada con la primera. Hay que “predicar con el ejemplo”. La tarea de un educador católico es predicar el evangelio, y si en el trabajo diario están siempre dejando claro que los niños, los maestros y los padres son una molestia sin importancia, con los cuales a pesar de ello se tiene que llevar bien para maximizar la rentabilidad de la “empresa educativa”, entonces en realidad estaremos diciendo que el evangelio no dice la verdad. Si su comunidad académica tolera el racismo, trata el personal interno como inferiores, discrimina a la mujer, o permite el acoso a cualquier nivel, entonces está negando la verdad radical del mensaje peligrosamente subversivo de Jesús: el amor incondicional.
La tercera es que hay que exponerlos a la Palabra de Dios, especialmente los evangelios, ya que cuentan la historia, y es un buen instinto en el cristianismo y el judaísmo expresar nuestras más profundas verdades en forma narrativa. Nunca, sin embargo, descuidar el Antiguo Testamento, como han tendido a hacer peligrosamente los cristianos desde la época de Marción en el segundo siglo DC.
Cualquier persona que trabaje en educación católica sabe que nada de eso es fácil. Por ejemplo, se puede decir, “la liturgia necesita buenos sacerdotes, y nuestro sacerdote está desactualizado”. Luego también puedes decir: “no tienes idea de cómo pasan los adolescentes un viernes por la tarde -ni siquiera sus madres los soportan”. En tercer lugar, también se puede argumentar lo siguiente: “los estudios bíblicos modernos sin duda han demostrado que los evangelios son una sarta de mentiras. En toda la Biblia se nos dirá que el mundo fue creado en seis días, cuando la paleontología nos cuenta una historia muy diferente”.
Todas estas son objeciones comunes y válidas -hasta cierto punto. Una buena liturgia depende de la imaginación creadora de toda la comunidad, que expresa lo que es y donde está su corazón. No depende solo de los sacerdotes, y tal vez, si se encuentra en circunstancias difíciles, se podría considerar la realización de un servicio orante de la Palabra de Dios.
Y ¿qué pasa con la desvalorización de los maestros, niños y padres? Bueno, ya sabemos lo que puede pasar cuando se ha prolongado durante demasiado tiempo y los ánimos están desgastados, pero hay una verdad en el corazón de la educación católica: todos los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios .
En cuanto a la verdad de la Biblia: la idea de que todo se trata sobre un mundo creado en solo seis días es signo de un lector perezoso, que comenzó a leer la Biblia y no llegó más allá del capítulo 1 del Génesis y no pudo darse cuenta de que, lejos de intentar un tratado científico, de hecho, es un himno de alabanza a la generosidad del Dios Creador. Las intensas investigaciones académicas en materiales bíblicos en los últimos 200 años más o menos nos han dejado con una mejor comprensión del texto, pero la Palabra de Dios sigue tan confiable como siempre lo ha sido, y son seguros para nuestra lectura, como para exponer los desafíos que plantea a los jóvenes.
Una sugerencia práctica podría ser la siguiente: leer el Nuevo Testamento con sus estudiantes, tal vez empezando por el Evangelio de Marcos (sólo porque es el más breve y en algunos aspectos el más animado), y sentarse a comentarlo, representar la historia, hacer dibujos o modelos de arcilla, o seguir el ejemplo de los Papas Benedicto XVI y Francisco, que envian tweets resaltando parte de su mensaje. Por encima de todo, inviten al encuentro con la personalidad que salta de las páginas del Nuevo Testamento, aquél extraño Maestro galileo que resultó tan molesto a la jerarquía religiosa de aquellos tiempos, que persuadieron a los romanos a matarlo. Y está el hecho central de que ese Maestro resucitó de entre los muertos. Ese es el corazón de nuestro catolicismo, eso y el hecho asombroso de que en Jesús, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Puede parecer a veces que son los “asuntos pélvicos” los que se encuentran en el corazón de nuestra fe, teniendo en cuenta la cantidad de atención que se les dedica. Esos asuntos son importantes en esta etapa del desarrollo del cristianismo, sobre todo porque nuestro discurso acerca de ellos no siempre parece tener sentido para nuestros contemporáneos. Pero el catolicismo no es una serie de prohibiciones como tan seguido parece ser, por el contrario, es la afirmación de la bondad de Dios y de su creación.
El catolicismo tiene 2000 años de tradición tratando de vivir el evangelio. En diferentes momentos de nuestra historia, diversos problemas han surgido en el transcurso de esas vivencias. En los días de Pablo, se discutía qué hacer con el incesto y con los cultos personales en una comunidad, en otra época, era encontrarle una razonamiento a la humanidad de Jesús, en otro momento, era la cuestión de si los cristianos podían luchar en defensa de la verdad o de su país, en otro, si se podría cobrar intereses sobre los préstamos, luego era si los clérigos deben usar ropa especial. Incluso en nuestro tiempo, la Iglesia ha cambiado radicalmente en la cuestión de enterrar a personas que se han quitado la vida. Siempre hay cuestiones a tratar , y pueden ser urgentes en un momento dado de la historia; pero no son el meollo de la cuestión. El catolicismo es amplio y profundo, no es sectario (como lo sería si se tratara solo sobre uno o dos temas), ni es instintivamente condenatorio.
Precisamente así, “condenatorio”, fue como los oponentes de Jesús se presentaron en respuesta a las personas de mal vivir con las que Jesús se asociaba. La triste realidad es que Jesús tenía los amigos “más terribles” y era (y sigue siendo) una vergüenza profunda para las “buenas personas religiosas”.
Jesús habla como “humano” en una época donde algunos miembros de la Iglesia parecen hablar un lenguaje propio, que nadie fuera de la burbuja puede comprender. El catolicismo en el que crecí (y al que estoy enormemente agradecido) parecía irradiar una certeza sobre absolutamente todo. Esa certeza no es pastoralmente útil, y tenemos que volver a las únicas certezas que importan: que hay un Dios y que Dios ama al mundo, y que ese Dios envió a Jesús, a quien matamos y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por lo que después de todo, el amor sale victorioso.
Así que quiero sugerir que la fidelidad de los educadores católicos puede consistir menos en dar respuestas seguras a los alumnos y más en animarles a hacer las preguntas correctas. Me parece estar en consonancia con la teoría educativa actual, y este enfoque parece hablar a nuestro tiempo, que necesita tan desesperadamente la verdad que el catolicismo ofrece.
Texto de Nicholas King SJ, Tutor en Estudios Bíblicos en la Universidad de Oxford. Publicado en Thinking Faith.