Paul McAuley: “Los indígenas ofrecen valores para una sana espiritualidad”
– Llegué “sin remo ni vela”. Al principio me ubiqué en la pastoral juvenil. Después de un tiempo me eligieron “asesor para la selva”. Eso me dio la oportunidad de viajar por los ríos descubriendo la realidad de las comunidades indígenas. Cuatro años después, con algunos que habían pertenecido a la pastoral juvenil, decidimos formar la Red Ambiental Loretana para responder a la emergencia que estaba viviendo la Amazonía, desde nuestra convicción cristiana.
– ¿Cómo es la vida en la selva?
– Frágil. Va de un extremo a otro: de frío a calor, de inundaciones a sequías… de una vida plena se puede pasar rápidamente a la muerte. No hay un día igual a otro, todo es cambiante. Desde una mirada crítica, lo que está pasando ahora podría tener grandes repercusiones en el futuro de la humanidad. En la Amazonía se refleja la fragilidad del planeta frente a los abusos empujados por ciertos intereses.
– ¿A qué abusos se refiere?
– Inicialmente, a los abusos de las empresas petroleras. En 2004 descubrimos los niveles de contaminación de las aguas de tres grandes ríos (Tigre, Corrientes y Pastaza), ocasionados por empresas como Occidental, Pluspetrol y Petroperú. En esa época denunciamos que se estaban vertiendo 200.000 barriles diarios de aguas saladas. Nos trataron de mentirosos. Al final, el Ministerio de Salud publicó las cifras reales: 1.200.000 barriles diarios, es decir, seis veces más, con sus repercusiones en los ecosistemas y en la salud de los indígenas que viven en las riberas. Hoy en día, esos ríos casi no tienen peces, lo cual ha generado desnutrición. Además, la población tiene altos niveles de plomo y cadmio en la sangre.
También descubrimos el nivel de deforestación ilegal y sus implicaciones sociales. La madera extraída no beneficia a la población local ni mejora su calidad de vida: es una práctica destructiva e injusta que solo beneficia a las multinacionales. Estamos ante una sociedad moderna que quiere ganancias rápidas al menor costo posible, sin medir consecuencias humanas ni ambientales.
Formación y denuncia
– Ante esta realidad, ¿qué papel juega usted?
– Soy un educador cristiano; esa es mi vocación. La Red Ambiental es un medio de educación para las comunidades que quieren denunciar o formarse para saber qué está pasando. También damos a conocer a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, la información que recibimos de las comunidades. Es decir, lo que hacemos tiene dos enfoques: hacia las comunidades, para proteger sus derechos; y hacia los medios de comunicación, para que apoyen nuestras acciones. Ahí es donde, sin darnos cuenta, nos hemos ganado algunos enemigos.
– ¿A quién beneficiaba su expulsión del país en el año 2010?
– Hasta el día de hoy no sabemos quiénes estaban detrás. Obviamente, estábamos tocando muchos nervios. En esa época, en los años 2009 y 2010, cuestionamos la Ley forestal. La antigua ley permitía concesiones de entre 4000 y 9000 hectáreas por lote, y una sola persona o empresa podía acceder a un máximo de cinco lotes de 9000 hectáreas. La nueva ley incrementó a 40000 hectáreas por lote, y una sola persona o empresa podía obtener los lotes que quisiera. Algunos grupos industriales y económicos que incursionaban en agrocombustibles apostaron por millares de lotes y hectáreas. Con nuestro trabajo llamamos la atención de este tipo de grupos, y también de los petroleros. No estamos en contra de las empresa como tal; estamos en contra de las malas prácticas. Entonces, yo no sé…; tal vez fue una combinación de intereses económicos y políticos, tanto nacionales como internacionales, lo que desató la situación en el 2010.
– ¿Qué sintió cuando le dijeron que tenía siete días para dejar el país?
– Me quedé totalmente congelado. Recuerdo que vinieron del Ministerio y me entregaron el documento. Cuando lo leí, no había nadie en ese momento. No sabía qué hacer. Y ese día no hice nada. Por la tarde llamé a una amiga periodista y me aconsejó. Sin embargo, casi inmediatamente, recibí una comunicación de la Conferencia Episcopal a través de la cual me ofrecieron apoyo legal. El Vicariato de Iquitos puso a mi disposición una excelente abogada. Era una situación muy incómoda. Trataba de mantener mi vida normal, pero, a la vez, tenía que procurar que todo estuviera en orden, en caso de que tuviera que salir del país. Mi mayor bendición fue la reacción que se dio a nivel regional, en la prensa local, y también en la internacional, con la movilización de algunos amigos en Europa; y a nivel de la Iglesia, especialmente, el apoyo de la Conferencia de Religiosos de Perú y de mi congregación. Fue una situación excepcional. Literalmente, hasta el día de mi posible expulsión no sabía si me iría o no. Tenía la maleta lista y había limpiado mi cuarto. Al final, el Ministerio publicó otra resolución negando la anterior.
Gente comprometida
– ¿Qué le dejó esa experiencia?
– Fue una semana inolvidable. Hasta el día de hoy me deja sensaciones encontradas que me han confirmado en mi vocación y me han permitido conocer quiénes me apoyan, más allá de los límites geográficos y de las categorías religiosas. No estamos aquí para nosotros mismos; estamos para implementar una misión: el Reino que empezó con Jesús. Ningún grupo ni época de la Iglesia puede frenar este proceso. Entonces, tenemos que seguir exigiendo y, si es necesario, denunciando desde el mismo corazón de la Iglesia.
– ¿Qué presencia de Iglesia se requiere en este momento?
– Imagínese… Mirando el panorama de emergencia, se necesita gente comprometida: laicos (solteros o matrimonios), religiosas, religiosos, sacerdotes, obispos… equipos muy despiertos, críticos en el buen sentido, generosos, que contemplen incluso la posibilidad de morir en el camino de la misión. En la Amazonía tenemos un ejemplo diario. Las llamadas “hormigas soldado” avanzan en línea recta por miles, cargando 200 o 300 veces más de lo que es su peso corporal. Si alguien aplasta algunas, las otras continúan adelante y siguen su camino. Eso es lo que necesitamos: un modelo de compromiso que continúe la misión pase lo que pase, con generosidad y dejando de lado intereses personales o institucionales.
– Finalmente, ¿qué le han enseñado las comunidades indígenas?
– Cerca de donde vivo hay más de 50 jóvenes indígenas de diez etnias diferentes. Todos hablan su idioma y van a la universidad. Valoro su vínculo con la naturaleza, su capacidad de entender que ellos son parte de un mundo espiritual, y no son ni más ni menos importantes que el río, los árboles, las plantas… Eso es lo primero: poner al ser humano, con sus ambiciones, dentro de un plan mucho mayor. En segundo lugar, aceptar la fragilidad como un hecho diario, en un mundo donde se pregona que todo está planificado y no se puede fracasar. Los indígenas nos ofrecen valores para una espiritualidad sana que confronta a la espiritualidad enfermiza que nos están imponiendo los modelos extractivistas sin límites, donde todo es apetecible.
Artículo publicado en Vida Nueva.