Benedicto XVI, el Reformador
La definición está tomada del memorable discurso del papa a la curia romana el 22 de diciembre de 2005. En ese momento se interpretó que el discurso estaba dirigido, sobre todo, para confutar la concepción progresista del Vaticano II como ruptura con el pasado y “nuevo inicio” para la Iglesia.
En realidad ese discurso, sobre todo en su desarrollo final sobre el tema de la libertad religiosa, tenía como fondo principal otra corriente de pensamiento y de acción, la tradicionalista y, en particular, el séquito del obispo cismático Marcel Lefebvre.
Joseph Ratzinger conoce a fondo a los lefebvrianos. Como cardenal prefecto de la congregación para la doctrina de la fe había negociado y discutido con ellos durante años. Y como papa ha dedicado muchas energías para reconciliarlos con la Iglesia.
Un competente histórico italiano de la Iglesia, Giovanni Miccoli, en un volumen reciente titulado “La Iglesia del anti-concilio”, publicado por Laterza, acusa a Benedicto XVI de compartir con los lefebvrianos una buena parte de sus tesis de oposición al Vaticano II.
Pero, ¿es así? Otro histórico de la Iglesia y teólogo, el canadiense Gilles Routhier, profesor de la Universidad de Laval, Quebec, y autor de un libro sobre la aceptación y la hermenéutica del Concilio, traducido en Italia por la editorial Vita & Pensiero de la Universidad Católica de Milán, no está de acuerdo.
En “La Rivista del Clero Italiano”, publicada también por Vita & Pensiero, Routhier ha recorrido, en un amplio ensayo de dos capítulos, todo el camino de la controversia entre Roma y los lefebvrianos. Ha analizado los acercamientos, las rupturas, los cambios de línea. Y ha concluido que tanto la hermenéutica “de la discontinuidad y de la ruptura”, como la de “la continuidad”, propugnadas ambas en fases alternas por los lefebvrianos y otras corrientes tradicionalistas, quedan invenciblemente distantes de la hermenéutica “de la reforma” propuesta por Benedicto XVI, con su concepción dinámica de la tradición.