El problema de la discriminación de la mujer en la Iglesia
Las mujeres no solo tienen una presencia numérica mayor a la de los hombres, sino que desempeñan papeles muy importantes, tanto las laicas como, sobre todo, las religiosas. Desarrollan una responsabilidad fundamental en la transmisión de la fe cristiana. Las catequistas son casi todas mujeres laicas. Igual ocurre con la asistencia y con el aspecto caritativo de la Iglesia. Son las que sacan adelante el cristianismo cotidiano. Sin embargo, no tienen apenas reconocimiento. Casi siempre se piensa en la Iglesia como si estuviera solo formada por hombres. No se piensa en las tantas mujeres que trabajan dentro de ella. Este es el proyecto de nuestro suplemento: mostrar que hay tantas mujeres dentro de la Iglesia y el trabajo tan importante que hacen. Queremos dar la palabra a las mujeres.
Cuando se habla de mujer e Iglesia, se plantea siempre la cuestión de la ordenación sacerdotal femenina. Más allá de este tema, las mujeres podrían tener mucha más responsabilidad en la Iglesia aunque no estén ordenadas. ¿Por qué no se les da?
Yo estoy en contra de la ordenación sacerdotal femenina. Me parece correcto que la Iglesia la rechace, pues está a favor de la igual dignidad, pero en papeles diferentes. El problema es que no existe la igual dignidad ni es verdad que las mujeres tengan que ser sacerdotes para ocupar puestos importantes. Hay muchos cargos en el Vaticano que podrían ser ocupados por mujeres laicas o religiosas. Está claro que esto quitaría puestos a la carrera de los sacerdotes. Creo que el hecho de que las mujeres no puedan hacer carrera, que no puedan llegar a ser obispo o papa, las haría más libres dentro del Vaticano.
¿Por qué no se da ese espacio en el Vaticano que usted reclama a las mujeres?
Es difícil. En principio hay que subrayar que el Papa ha intentado hacerlo. Yo escribo en L’Osservatore Romano porque Benedicto XVI abrió el diario a las mujeres. No se abren más espacios porque los puestos de poder son piezas dentro de una carrera eclesiástica. Hay una resistencia terrible por parte del clero a abrir espacios a las mujeres. En mi opinión, quien gobierne administrativamente el Vaticano podría ser una mujer. Con muchos pontificios consejos ocurre lo mismo.
¿Cuánto cambiarían estas propuestas el rostro de la Iglesia?
Desde el punto de vista exterior, muchísimo. En el Vaticano ya trabajan muchas mujeres, pero la mayoría lo hace en puestos de poca responsabilidad. Estos cambios harían ver que la igualdad que propone el cristianismo entre hombre y mujer es posible. Si se llegase a ello, desaparecería el problema del sacerdocio femenino. El problema es la discriminación, no el sacerdocio. Las mujeres, al no poder hacer carrera y ser así más libres, podrían desempeñar su responsabilidad tal vez mejor que los hombres. No digo que las mujeres sean mejores que los hombres, pero el no poder hacer carrera las puede hacer menos susceptibles a sufrir presiones y menos tentadas a tomar decisiones condicionadas por el interés de construirse un futuro.
Enseñar en los seminarios
Hoy, las mujeres, por ley, no pueden ser nombradas para un cargo superior al de subsecretaria de dicasterio en el Vaticano. ¿Habría que cambiar la normativa?
No me parece que esto sea un problema. La ley siempre puede cambiarse.
Fuera del Vaticano, en la organización de la Iglesia en otros países, ¿encuentra que existan situaciones más favorables para las mujeres?
Sí. Seguramente Italia es uno de los lugares donde las mujeres tienen menos posibilidades. En muchos países, las mujeres ocupan el puesto de vicario de un cardenal en una diócesis. En América Latina, en aquellos lugares donde hay pocos sacerdotes, las mujeres desempeñan el papel de los diáconos. En muchos países son cosas ya consolidadas, sin que detrás haya una ideología. Es muy importante que las mujeres enseñen en los seminarios. Por supuesto, cuando tienen la suficiente formación para hacerlo. Así, los seminaristas se acostumbran a ver a las mujeres de otra manera. Ya hay mujeres que enseñan en los seminarios. Espero que nuestro suplemento, mostrando la realidad de este continente sumergido pero riquísimo de la mujer, haga que el Vaticano se dé cuenta de lo que se está perdiendo.
¿Cree que alguno de los grandes problemas recientes que han afectado a la Iglesia, como el de los abusos sexuales, se podrían haber evitado o, al menos, minimizado, si la mujer tuviera más responsabilidad dentro de ella?
Tal vez en la cuestión de la pedofilia sí, pues las mujeres son más maternales y estarían más atentas a los niños. También hubiera habido menos ley del silencio. Por otro lado, tampoco hay que exagerar las cualidades de las mujeres. Yo no digo que sean mejores que los hombres.
¿Le molesta que los periodistas, cuando hablamos con una mujer que desempeña un cargo importante en la Iglesia, solo le preguntemos por la posición de la mujer?
Sí. Yo, por fortuna, como en L’Osservatore Romano hablo de todo tipo de temas, no me siento encasillada.
Se está celebrando el Sínodo sobre la Nueva Evangelización. ¿Se atreve a dar alguna receta para acercar a la fe cristiana a los que se han alejado de ella?
Las mujeres tienen un papel muy importante en la nueva evangelización, precisamente porque poseen una forma distinta de acercarse a los no creyentes, una manera de escuchar y ayudar, un acercamiento concreto y cotidiano del que puede nacer un contacto que se convierta en una forma de evangelización. Para conocer el cristianismo, es vital conocer a cristianos que nos dan, al menos en una mínima parte, una idea de lo que fue Jesús. Todo pasa a través de las relaciones humanas. Estas son muy importantes, no hay que centrarse solo en las palabras, los discursos y los libros. Las mujeres son maestras en el cultivo de la relaciones humanas personales.
Mucha misoginia
¿Le resulta difícil coaligar la defensa de los intereses de la mujer con su trabajo en un medio oficial de la Santa Sede?
No me resulta difícil coaligar mi visión sobre la mujer con la fe cristiana. Para nada. Respecto a la jerarquía vaticana, a veces me viene la rabia. No obstante, para cambiar la situación hay que estar dentro. Por eso acepté el encargo de L’Osservatore Romano. Hay que mantener un difícil equilibrio, estar muy atentas para no ser demasiado obedientes ni demasiado rebeldes. Es un desafío hermoso. Sobre todo si es útil. Tengo una edad y una profesión que me dan la seguridad para responder al poco espacio que se da a la mujeres, pero la mayoría de nosotras está callada. Muchos sacerdotes son misóginos. No todos, por supuesto, pero una buena parte ni siquiera piensa que existamos. Por eso es importante que las mujeres enseñen en los seminarios; así, los sacerdotes ven que estas no son solo la madre o el peligro. También les pueden enseñar. Es fundamental para cambiar la mentalidad de algunos curas.
Artículo publicado en Vida Nueva.