Un papado para este tiempo

3:00 p m| 22 mar 17 (OR/BV).- Con ocasión del inicio del quinto año del pontificado de Francisco, la versión argentina del diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, ha publicado una serie de artículos y reflexiones que buscan resaltar los rasgos más fuertes del primer Papa latinoamericano, que se caracteriza por difundir un mensaje preocupado por las periferias apoyado en gestos e imágenes que impactan. Un Papa que busca alejar su figura de ser un símbolo institucional y de poder, depositario de la ley divina, para ser más bien como uno de nosotros, que solo necesita oraciones. Textos de Marcelo Figueroa, Lucetta Scaraffia, Adolfo Pérez Esquivel, entre otros.

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Editorial – L’Osservatore Romano (Giovanni Maria Vian)

Empieza el quinto año del pontificado y Francisco ha aprovechado de nuevo la oportunidad que le ha brindado la pregunta directa de un niño, en una parroquia romana, para reflexionar sobre el servicio papal, respondiendo con palabras simples y radicales: “Jesús elige a quien quiere que sea el Papa en este tiempo; en otro tiempo elige otro, y otro, y otro”. Abriéndose enseguida después a una confidencia: “A mí me gusta, y me gustaba también cuando era párroco en una parroquia, rector de la facultad y también párroco, las dos cosas, me gustaba mucho. Me gustaba también dar clases de catequesis, la misa de los niños, me gustaba. Siempre, ser sacerdote es una cosa que a mí me ha gustado mucho”.

Esta sabiduría del Pontífice, sencilla e inmediata, impresiona porque deja ver una sinceridad de vida que se presenta de manera que te desarma. “Lo que Dios quiere, lo que el Señor te da es bonito, porque cuando el Señor te da una tarea para hacer –un trabajo, ser pastor de una parroquia, o de una diócesis o ser el Papa, pastor– ahí, te da una tarea” añadió, dirigiéndose luego a los niños sobre la misión de los párrocos y obispos: no solo llevar la paz, sino “enseñar la palabra de Dios, dar catequesis”.

He aquí que quien quiere entender de verdad a Bergoglio debe tener en cuenta estas respuestas, dejando caer caricaturas malvadas y “chismorreos” peligrosos porque son destructivos, o peor aún diabólicos, en sentido etimológico de la palabra (diàbolos precisamente significa “calumniador” o “aquel que divide”).

Claro, en los medios de comunicación no es fácil encontrar todo lo que Francisco dice, pero para que hubiera honestidad sería preciso que al menos los periodistas y los llamados “líderes de opinión” lo tuvieran en cuenta, para hacerse una idea fiable de quién es verdaderamente el Pontífice, y para no transmitir imágenes que sin embargo están lejos de la realidad. Más aún cuando el mismo Bergoglio había delineado, poco antes del inicio del Cónclave, el perfil del nuevo Papa, “un hombre que, a través de la contemplación de Jesucristo y de la adoración de Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí misma hacia las periferias existenciales”. Por consiguiente un Pontífice misionero.

Y misionero se está confirmando Francisco cada día que pasa, radicado en la oración y en la meditación, como explicó una vez más a los niños deseosos de conocerle de verdad, a diferencia de muchos adultos. “Un momento muy bonito para mí —a mí me gusta mucho— es cuando puedo rezar en silencio, leer la Palabra de Dios: me hace mucho bien, me gusta mucho” dijo, añadiendo al final, para quienes todavía no hubieran entendido: “yo estas cosas se las digo a los niños, ¡para que las oigan también los grandes!”.

Por otro lado, Bergoglio invitó a rezar por Benedicto XVI desde los primeros tiempos de su Pontificado, cuando rezó junto a los fieles el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria, pidiendo luego “la oración del pueblo” por su obispo, y concluyendo su primer e inolvidable discurso con una petición luego solicitada continuamente, y con el anuncio de un gesto que se ha vuelto también familiar: “rezad por mí y ¡hasta pronto! Nos vemos pronto: mañana quiero ir a rezar a la Virgen, para que custodie toda Roma”.


El valor de decir todo (Marcelo Figueroa)

San Juan evangelista, consciente que le resultaría imposible incluir en su obra el alcance, profundidad e integralidad de los algo más de tres años de ministerio público de Jesús, culminó su Evangelio expresando: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían” (Juan 21,25). Bajo la inspiración del Espíritu Santo, decidió entonces seleccionar siete signos (Juan 20, 30-31) como líneas guía para cumplir con su tarea de comunicación vivificante. Al comenzar su Evangelio toma otra decisión reveladora, plantear con un himno cristiano, a modo de nudo iniciático la proto-presencia de Cristo en el mundo (Juan 1. 1-18).

Al editar este número especial de L’Osservatore Romano para Argentina en vista de los cuatro años del Pontificado de Francisco nos enfrentamos a dificultad similar. Fue entonces que el ejemplo de san Juan vino a nuestro auxilio para iluminarnos en un camino narrativo inesperado. Las diferencias con el evangelista son obvias en términos de sacralidad, revelación y persona a la que se hace referencia. Sin embargo, la convicción de que la fuente vivificante y misionera de Francisco se basa en la permanente búsqueda del Imitatio Dei del Jesús de los Evangelios, hace que estos términos se conviertan en herramientas y resulten una inevitable fuente de comprensión de su Pontificado.

El proto Papado de Francisco lo hemos ubicado en su intervención devocional durante el Cónclave en que resultara elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. La “mirada juanina” reflexiva a distancia de cuatro años, nos la regaló el Cardenal Claudio Hummes en sus declaraciones especiales para este número conmemorativo. A partir de allí, el nudo del ovillo inicial y los hilos comunicantes actuales nos allanaron el sendero de nuestra tarea y a la vez nos revelaron una coherencia de acción, pensamiento, misión y principalmente espiritualidad de estos años del primer Papa argentino y latinoamericano.

Las expresiones con celo apostólico y evangélico del entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio expresadas con “parresía” (valentía de decirlo todo), se unieron con las palabras claves para el análisis actual del ministerio de Francisco. El llamado eclesiológico a una salida hacia las periferias que agobian a la humanidad se abraza con los pobres, la paz y la creación. La mirada de una puerta golpeada desde adentro por el mismo Jesucristo para incluir en su Iglesia a todos con la alegría del Evangelio se refleja en los ojos de la misericordia.

Es así que los editores nos reconocimos simples espectadores al descubrir esos mismos hilos comunicantes a través de los artículos, las notas y los diálogos que se fueron sucediendo para esta edición especial. A las reveladoras declaraciones del Cardenal Claudio Hummes se siguieron reflexiones y escritos exclusivos del Cardenal Kurt Koch, del prefecto Dario E. Viganò, del padre Antonio Spadaro S.J. y de Lucetta Scaraffia realizadas en el Vaticano. La mirada argentina, en cambio, se ve reflejada en los escritos del Pbro. Dr. Carlos María Galli y de Adolfo Pérez Esquivel como también la de un artículo cedido por parte del filósofo Santiago Kovadloff.

La palabra de Francisco se presenta directa, oficial y completa en el discurso a la Curia de diciembre último. Palabra, gestos e imágenes son el hilo conductor de este especial que también a través de la selección fotográfica, intenta comunicar la riqueza de la comunicación visual y gestual de Francisco. Finalmente, tanto la foto de tapa como la de contra tapa, hacen nuevamente eje en aquel momento en el que Bergoglio está a segundos de traspasar el umbral del Cónclave como S.S. Francisco y su atenta mirada al primer ejemplar de esta edición del L’ Osservatore Romano para Argentina.

Signos, miradas, reflexiones y hechos que documentan los primeros cuatro años de este Papa venido de este “fin del mundo” y que extendió su ministerio a las periferias de todo el planeta. Un argentino que partiendo de su “contemplación y adoración de Jesucristo” en su vida personal, está llevando el Evangelio del Reino de Cristo a una humanidad necesitada de esa “dulce y confortadora alegría”.


Un líder inesperado (Santiago Kovadloff)

Más allá de un planteo apocalíptico, hay dos maneras de caracterizar lo connotado por la idea del fin del mundo. Una subraya la propensión a la conducta aislacionista. La otra concibe el fin del mundo como proveniencia, como referencia de origen; como margen o periferia desde el que se tiende hacia el centro, que busca alcanzar el centro, y sobre el que se trata de atraer la atención del centro.

Hoy la periferia, encarnada en la figura de Francisco, toma la palabra, convoca al mundo. Con Francisco, el mundo quiere hablar desde su periferia. Haberlo elegido Papa también implica disposición a oír a esa periferia, disposición a recurrir a ella, a hacerle lugar, a desplazarla hacia el centro.

Ahora bien, esa periferia no solo remite a un límite geográfico. No connota solo y ante todo latitud planetaria extrema, borde. Implica, principalmente, presencia de los problemas postergados, renegados, marginados. Reacción contra el silencio que envuelve habitualmente a la periferia, voz de lo marginal que se hace oír. Francisco se muestra decidido a devolver la palabra a lo acallado, a lo relegado, a lo excluido. A todo lo que para él connotan los términos “pobre”, “pobreza”, “empobrecido”. De modo que, con Francisco, se subraya otra acepción del fin del mundo. El fin del mundo pasa a significar ahora aquello que llega al centro para hacerse escuchar y aun para replantear la idea de centralidad.

La de Francisco es, entonces, una palabra que viene a proponer una tarea: trasladar al centro, la periferia. La vieja cruz de hierro al lugar de la cruz de oro. Los viejos zapatos al lugar del calzado papal. La humildad del compromiso con la pobreza al núcleo de la práctica sacerdotal. La austera sencillez de la fraternidad con el carenciado a la médula de la vocación religiosa. Hay más: la Argentina pasa, de esta manera y a través del nuevo Papa, a cumplir un papel inesperado en la reconsideración crítica del porvenir de Occidente. En la promoción de cambios indispensables, tanto en la Iglesia como fuera de ella.

Francisco aspira a que nuestra civilización se interrogue sobre su futuro, sobre aquello que oscurece ese futuro, tanto como sobre aquello que podría devolverle consistencia y claridad. ¿Está llamado Occidente a dejar de ser, para siempre, vanguardia espiritual en el mundo? ¿Pueden sus contradicciones actuales provocar una disolución irreparable de su significado cultural? ¿El eficientismo ha devorado en Occidente definitivamente a la ética? ¿Podrán sus valores decisivos y básicos ir más allá de lo financiero, del consumismo desenfrenado, del auge del armamentismo? ¿Hasta qué punto podrá la Iglesia independizar su suerte de la que le toca correr al mundo secular? ¿Se recuperará la Iglesia y, con ello, alentará el renacimiento espiritual de nuestra civilización?

Argentina encuentra, desde ya, estímulo y orientación en la voz de Francisco. En el caso de nuestro país, el alcance de esa voz no solo es decodificado en clave pastoral. Lo es también en clave política.

Francisco es escuchado por nuestra gente como aquel que, diga lo que diga, le habla siempre al país. Al país necesitado de rectitud; al país disconforme con el curso perverso de la administración pública. Al país que aspira a afianzar la organización republicana como base de todos los cambios indispensables que cabe realizar en pos del desarrollo y la justicia social.

Se lo proponga o no, ese es el alcance de la palabra de Francisco en el presente argentino.

¿Cómo olvidar que Francisco es Jorge Bergoglio? Acaso porque, en última instancia, la política es el escenario donde la espiritualidad pone a prueba su consistencia cívica.

El catolicismo americano tiene ahora la palabra. La tiene porque se ha hecho oír ya como valedera en el corazón de la Iglesia católica en tiempos previos a los actuales. Hay confianza, en lo más íntimo de ese corazón, en lo que América pueda aportar, mediante categorías renovadoras, planteos originales y un ahondamiento crítico y autocrítico, a la resolución de los males que vulneran el catolicismo del presente.

Se espera de Francisco, el Papa americano, la sana complementación entre tradición y vanguardia. Se la espera como algo indispensable. La Iglesia puede contribuir de manera decisiva, mediante los cambios que ella debe afrontar y que promueva, a que sepamos si Occidente tiene aún porvenir o solo tiene pasado. Dijo el cardenal Carlo María Martini, en días todavía recientes: “Nuestra Iglesia tiene doscientos años de atraso, nuestra cultura envejeció, nuestros conventos están vacíos, nuestro aparato burocrático crece”.

Francisco no le sacará el cuerpo a este diagnóstico. Intentará reintroducir el aliento de la vida donde ese aliento languidece. Conoce las causas del mal. Conoce el empeño en la búsqueda del bien. Buscará devolverle actualidad, transparencia y firmeza a la Iglesia. Con ello estará dándole a Occidente la posibilidad de volver a encontrar, en el catolicismo, que es uno de los fundamentos de su civilización, una fuente revitalizada de energía.

Vale la pena, por último, recordar que en el centro de los desvelos de quien hoy es Francisco, palpitan desde hace años los interrogantes en torno a la globalización, la bioética, los desafíos ecológicos, la educación y la justicia social. No menos cabe decir de su inquietud frente al papel de la mujer dentro y fuera de la Iglesia, el problema de las vocaciones religiosas, el debate en torno al matrimonio sacerdotal.

Muy suya es, asimismo, la reflexión constante sobre el vínculo apasionante e intenso entre fe y conocimiento, entre ética y política. En suma: el Papa Francisco es, sin duda, un líder inesperado. Tan inesperado como imprescindible en un mundo acosado por la incredulidad.


Sobre todo un pastor (Adolfo Pérez Esquivel)

Cuando pienso en el Papa Bergoglio pienso más que nada en un pastor. Un pastor universal que tiene una mirada cercana a los pueblos, que sabe interpretar esas miradas y que las acompaña en sus alegrías, sus tristezas y sus preocupaciones. Un pastor que además ha abierto horizontes de comunicación permanente con su pueblo y que ha sabido interpretar los cambios de la humanidad. En la cual no hay sociedades estáticas, sino que todas son dinámicas, y no todos saben hacer una lectura adecuada de esos cambios en el pensamiento, la cultura, la política y la esfera espiritual.

No es que la espiritualidad haya desaparecido, son las sociedades actuales las que no dejan espacio a ella y esto queda reflejado en la vida cotidiana de las personas que sufren permanentemente un acoso mediático, que pone el acento en la sobrevivencia, en las necesidades mas inmediatas. De ahí que muchas veces el espíritu, la oración y, sobre todo, la comunicación con Dios se vuelva difícil. ¿Cómo reencontrarse con el mensaje del Evangelio y la vida cotidiana? Creo que Francisco lo está haciendo de una forma con la que la gente comprende no solo sus propias preocupaciones, sino también las del prójimo.

En ese contexto de sobrevivencia, antes citado, se dio la llegada de Francisco, en un momento muy particular de nuestra historia en el que había y hay muchos problemas a nivel mundial. Y Francisco trajo consigo otra mirada sobre estos problemas, lo cual constituye sin duda una novedad.

Se trata de una mirada que parte desde Latinoamérica, desde las comunidades religiosas, desde el caminar de los pueblos. Y que además comprende la Iglesia como pueblos de Dios, es decir, no tanto como una estructura piramidal, rígida, sino como una comunidad de hermanas y hermanos. Lo cual le permite abrir ecuménicamente su mirada global a las otras creencias, a otras formas de entender la espiritualidad. Esto lo hizo siempre, antes de ser Papa y ahora lo sigue profundizando.

Esta relación interreligiosa se basa a partir de hechos concretos de la vida. Como dejó demostrado con su viaje a Lesbos visitando a los refugiados, y denunciando con una metáfora eficaz que el mar Mediterráneo se había transformado en una fosa común. Dicha visita fue acompañada por un gesto ecuménico concreto de misericordia al llevarse, en su viaje de vuelta, a varias familias al Vaticano. Uno de los numerosos ejemplos que demuestran que Francisco es coherente entre lo que dice y lo que hace, y precisamente por eso su voz es escuchada en el mundo, porque es creíble. Él presta una atención especial y coherente hacia los más pobres como quedó demostrado también cuando mandó hacer baños y duchas para la gente que vive en la calle, y eso lo puede ver cualquiera cuando uno pasa por la plaza de San Pedro.

Su mirada es más profunda que la de un estadista, va más allá y por eso insisto en que Francisco es un pastor que siempre está cerca de su rebaño, de la grey y de los pueblos. Y que además se distingue por ser un hombre con una gran conciencia política de los cambios, que toma posiciones concretas para encontrar caminos que reestablezcan el equilibrio entre los seres humanos y la creación, de la cual nosotros somos parte y no los dueños. Así queda plasmado en Laudato si, una encíclica social que está dirigida a la conciencia de todos los hombres y mujeres.

También su nombre, Francisco, no fue tomado por casualidad, sino que es signo de tal sensibilidad ya que Bergoglio, con su caminar está apuntando al canto de creación de san Francisco, al canto de la vida hacia los demás, a la pobreza, y a la misericordia.

Caminar que no le resulta fácil pues él es servidor desde el Evangelio de la vida, servidor de los demás, de los que menos tienen y esta relación de abrirse para ser servidor y no jefe se establece cuando lo designan Papa y no sale a bendecir al pueblo, sino que pide que el pueblo que lo bendiga a él. Creo que está sacudiendo muchas estructuras. Como decía Juan XXIII “Hay que abrir las puertas y ventanas y sacudir el polvo para que entre la luz”.

Otra cosa importante de Francisco es su alegría. Yo muchas veces les digo a los compañeros y compañeras: “Si un militante es amargado, no es un militante, es un amargado. Porque un militante siempre tiene que tener la esperanza de que es el impulso para seguir aunque nos derroten en algunas cosas. Esa derrota la tenemos que transformar para poder avanzar y construir. Y eso se puede hacer con alegría del espíritu que es lo que tiene Francisco, una alegría espiritual.

A tal respecto me viene a la cabeza un jesuita que yo he estudiado bastante, Pierre Teilhard de Chardin. Era paleontólogo, fue uno de los que descubrió “el hombre de Pekín” y cuando llegó Mao, lo echó. Él, en sus oraciones en China decía “Señor no tengo pan ni vino, pero te ofrezco el dolor y la alegría de todos los hombres”.

Yo creo que es otra visión de la espiritualidad y hay algo en Francisco de eso, debe sentir el dolor de la humanidad. Pero también creo que siempre hay una esperanza, y si hay esperanza, hay una oportunidad de cambiar, que es posible. Porque el final del mensaje del Evangelio no es la muerte de Jesús, es la resurrección. Es la esperanza de vida, eso que nos dice “Éste es el camino”.

Desmontando el clericalismo. Es necesaria una profunda teología de la mujer (Lucetta Scaraffia)

Desde el inicio del Pontificado el problema de las mujeres en la Iglesia ha estado muy presente en las palabras del Papa Francisco, afrontado siempre con la concreción e inmediatez que hemos aprendido a conocer enseguida. Al reconocimiento de la importancia de la figura materna en la familia, a menudo ha añadido palabras claras de denuncia sobre las injusticias que sufren las mujeres.

Es célebre su reproche a los que confunden la elección de servicio –que las mujeres, y de forma especial las religiosas, cumplen con tanta generosidad– con una verdadera reducción al estado de servidumbre. A alguien ajeno a la Iglesia pueden parecerle afirmaciones obvias, pero quien conoce cuántas religiosas están comprometidas en trabajos de servicio a sacerdotes –desde cardenales hasta a los simples párrocos– percibe la importancia crítica e innovadora.

Sí, Papa Francisco, que en su pasado ha colaborado a menudo con mujeres, que tiene amigas mujeres, se revela enseguida muy consciente de la importancia y de la urgencia del problema. Y también de la dificultad que encuentra quien busca darle la vuelta a la situación, agitar una institución rígida en un organigrama solo masculino que no prevé intrusiones femeninas de ningún tipo.

Su proyecto es claro: la apertura a las mujeres no debe ser una simple prolongación de la Iglesia de una revolución social que ha sucedido en el mundo occidental, una adecuación pasiva a la modernidad, sino un repensar completo de la tradición cristiana, es necesario, por lo tanto, trabajar en “una profunda teología de la mujer”.

Es una afirmación que irrita muchas teólogas feministas, que piensan que esta teología ya se haya hecho, y precisamente por ellas, pero que el Papa lo ignora. Sin embargo, Francisco quería decir que el trabajo no se había llevado adelante de forma suficiente, y sobre todo que este proceso debía implicar también a los hombres y llegar a una relectura completa y unitaria de la tradición.

No me parece que su propuesta haya sido muy comprendida, o realmente acogida como una ocasión para ir adelante con un paso diferente. Por un lado, las teólogas más críticas han permanecido fijas en su dura posición de rechazo de una Iglesia que no tiene ni siquiera en consideración reabrir el capítulo del sacerdocio femenino.

Por otro lado, las desconfiadas no protestan sino que viven en un cierto sentido a los márgenes de la vida de la Iglesia, siendo parte para sí mismas.

Pero Francisco ha ido adelante: por sorpresa, ha concedido a la celebración de la fiesta de María Magdalena el mismo valor litúrgico que a las celebraciones que corresponden a las fiestas de los apóstoles. Los periodistas no se han dado cuenta de la importancia revolucionaria de esta decisión, y para muchas feministas es siempre demasiado poco.

Pero debemos reconocer, sin embargo, que el paso realizado es de gran importancia, y marca un cambio en el cual no se podrá volver atrás: a un mujer se le ha reconocido la calificación de apóstola, algo que no había pasado nunca y que abre la posibilidad inmediata para las mujeres no solo de intervenir activamente en la evangelización –algo que en gran parte ya hacen– sino sobre todo de ver reconocido su compromiso en este sentido.

Otro paso importante ha sido el vivido durante la asamblea de las delegadas de las superioras generales: en el pasado, el Papa les dirigía un discurso y una bendición. Esta vez conversó con ellas, respondiéndoles preguntas, exactamente como hace con los religiosos. Y no se limitó a responder en el momento, sino que creó una comisión especial para discutir el problema del diaconado femenino, que había sido propuesto por las monjas. Una comisión que, por primera vez en la historia de la Iglesia, está formada a partes iguales por mujeres y hombres.

En esencia, Francisco ha intervenido para abrir las puertas, para indicar un camino: ahora es tarea de las mujeres ir adelante. Sin esperar que todo caiga de lo alto, que el cambio deba ser un don debido. Merecido, cierto, pero siempre de difícil realización.

En el fondo, a nosotras las mujeres nos bastaría también incluso continuar incansablemente proponiendo preguntas, preguntando por qué no se escucha nunca nuestro parecer en las reuniones decisivas para el futuro de la Iglesia, como el del Consejo de Cardenales (C9) o las congregaciones generales que preceden al cónclave. En vez de pedir convertirse en clérigos, bastaría con desmontar el clericalismo.

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Fuentes:

L’Osservatore Romano / Oficina Prensa Vaticana

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