Rector de U. de Notre Dame: “La tecnología no incluye la respuesta a cómo usarla”

1:00 p m| 10 ago 16 (MENSAJE/BV).- El rector de la Universidad de Notre Dame, John Ignatius Jenkins C.S.C. fue entrevistado por la revista Mensaje y pudo compartir sus argumentos en temas como el ajuste en los objetivos de la universidad en días de constante avance tecnológico, el pensar autónomo en ese mismo ámbito -bajo la influencia de factores como el Estado y las empresas-, y la problemática de la inequidad. También se refirió al rol de la filosofía y la importancia del bien común en la formación de sus estudiantes.

La Universidad de Notre Dame es una de las instituciones católicas más importantes de educación superior en los EE.UU. Con casi 175 años de historia, en la actualidad cuenta con 11500 estudiantes, de los cuales el 80% se reconocen como católicos practicantes. El P. Jenkins, reelegido dos veces en el cargo y con el compromiso de “unir e integrar en los estudios superiores la excelencia académica y fe religiosa”, se ha hecho notar también por un liderazgo que no ha escapado de polémicas. En el 2009 le entregó un doctorado honoris causa a Barack Obama, lo que causó protestas por parte de otros líderes católicos, por que el gobernante sostenía varias posturas disonantes con la Iglesia.

La Universidad de Notre Dame es de la Congregación de Santa Cruz. En su campus tienen una presencia importante las capillas o los lugares para la oración, y son visibles los símbolos propios de la fe cristiana. Pero, sin perjuicio de lo anterior, sus rasgos distintivos son su prestigio académico y una relevante vocación institucional hacia la investigación científica en diversos ámbitos: en esa línea se inscriben en los últimos años su asociación con el Midwest Institute for Nanoelectrics Discovery para tareas conjuntas en búsquedas tecnológicas, la creación de un Parque de la Innovación o la edificación del Centro para la Energía Sustentable, entre otras iniciativas.

El rector de la Universidad, el sacerdote John Ignatius Jenkins C.S.C. -doctor en Filosofía en Oxford-, fue nombrado para un primer periodo de cuatro años en abril de 2004 y luego reelegido dos veces. Está, así, en su tercer “gobierno” al frente de Notre Dame, manteniendo firme la disposición que enunció al asumir por primera vez en su cargo: “Mi presidencia estará guiada por el compromiso profundo de unir e integrar en los estudios superiores dos hebras indispensables y perfectamente compatibles: excelencia académica y fe religiosa”. Es con ese predicamento que ha impulsado acciones como las recién mencionadas, fortaleciendo la proyección institucional.

La revista Mensaje aprovechó su visita a la Pontificia Universidad Católica de Chile para dialogar con él:

-Es natural en toda universidad de calidad con proyección internacional el anhelo de situarse entre las mejores del mundo. ¿Cómo se puede llegar a serlo?

Como dijo alguien: solo hay que comenzar, hacer algo de investigación y esperar tres siglos; así se hace una gran universidad (ríe)… A veces, las autoridades universitarias estamos muy inmersas en competir por superar a otras instituciones, pero probablemente lo mejor sea huir de esa tendencia y decir, más bien, que “queremos ser la mejor universidad que podamos ser, y ser nosotros mismos”. En nuestro caso, lo peor que podríamos hacer es tratar de ser Harvard o Princeton o Stanford. Debemos ser Notre Dame. Así es como haremos nuestra mayor contribución.

-En la Universidad de Notre Dame existe un lema-pregunta: “¿Por qué causa lucharías?”. ¿Cuál causa por la que Ud. lucha lo trae a América Latina?

Si vivimos en un mundo global, las universidades deben ser globales. Tienen que interactuar con instituciones y gente en Asia, África, Europa y América Latina. En ese contexto, nosotros tenemos una especial conexión con Chile, porque la Congregación de Santa Cruz, a la que pertenece nuestra universidad, ha estado en este país desde los años cuarenta.

Proactivos con la tecnología

-En el catálogo de cursos de su Departamento de Filosofía, la tecnología, los temas de economía y redistribución están en los titulares. Y hay un curso, ¡en Filosofía!, sobre sistemas emergentes de defensa.

Yo soy filósofo y pienso que uno de los problemas críticos de nuestra era es que tendemos a pensar, como sociedad, en que nuestros conflictos se resuelven o deben enfocarse en términos tecnocráticos: es como si todo fuera cosa de organización y soluciones tecnológicas. Sin embargo, la filosofía tiene que reflexionar sobre los fines últimos y los propósitos, y las cuestiones morales.

-Ud. es un académico del medioevo. Y una de las características de Notre Dame es su estudio filosófico desde la antigüedad.

Sí. Si hay algo que tenemos es sentido de tradición. El mundo también estuvo amenazado antes, nuestros problemas no han surgido recién ayer. La humanidad ha estado enfrentándolos durante mucho tiempo. Y hoy realmente se pueden afrontar adecuadamente, si se entiende su historia. “Tradición” viene del latín y significa “traspasar”. Aquello que se nos ha entregado es una herencia que debemos entender, a fin de ofrecerla a la siguiente generación.

-El pasado, ¿pesa?

Interesa. A veces me preocupa nuestra generación actual en su “presentismo”; es decir, todo lo que importa es el ahora. Y ello distorsiona nuestra comprensión de nosotros mismos y nuestros problemas. Hace más difíciles las soluciones que podríamos encontrar.

-Notre Dame está tecnológicamente creando futuro.

Es cierto. En la sociedad actual hemos sobrepasado todas las generaciones en cuanto a sofisticaciones técnicas, pero la tecnología no incluye la respuesta a cómo debemos usarla. Cada avance tecnológico, ya sean armas, dispositivos de comunicación, etc., nos hace preguntarnos cómo es que puede hacer de la nuestra una sociedad mejor. Y ahí entra la filosofía: las cuestiones filosóficas, el fin último o el propósito impregnan nuestras vidas. Y a veces ignoramos esto. Y lo ignoramos a nuestro costo, porque la tecnología impacta en cómo vivimos, en cómo reaccionamos entre nosotros.

-Un ejemplo es el teléfono celular.

¡Ah, los jóvenes!… ¡Siempre con sus teléfonos!… Me preocupan, no se hablan cara a cara, como lo estamos haciendo aquí nosotros. Están siempre enviándose mensajes de texto. En eso tenemos un desafío que necesitamos saber cómo impacta en nuestras vidas, cómo las puede enriquecer o empobrecer.

La importancia del bien común

-Doña Hilda Huarachi, que vive en Codpa, en el altiplano, con dos horas de energía eléctrica al día, dice que allí tienen un lema: “Lo que no hay, no hace falta”. ¿Qué le parece?

Deberíamos todos tomar esa cita y clavarla en la pared, porque en la sociedad capitalista, cuanto más conseguimos, más pensamos que necesitamos. Con los problemas ambientales actuales, necesitamos aprender eso. Y tal vez sea ella quien pueda enseñarnos.

-Uno ve el difícil tono de la política en el mundo, en EE.UU., en España, también en Chile… ¿Qué gesto puede aportar una universidad para intentar sanar esto?

La gente que está en desacuerdo a menudo vilipendia, ataca, degrada al oponente y, luego, no puede trabajar con su oposición. Y llegamos a un impasse de acrimonia e intransigencia que no sirve a la sociedad. Uno de los grandes conceptos católicos es el bien común. ¿Cuál es el bien común? ¿Qué es aquello que serviría a todos? En la Universidad de Notre Dame tratamos de llevar a nuestros estudiantes a comprender que pueden estar en desacuerdo, pero que necesitan hablarse, razonar unos con otros y que, pese a las dificultades, debieran respetar al otro y no degradarlo. Si no podemos trabajar juntos, no podremos servir al bien común y caemos en la trampa del antagonismo, que resulta demasiado frecuente hoy. Las personas pueden estar en desacuerdo y también tener amistad.

El pensar autónomo

-Desde Notre Dame se ha defendido la libertad académica y la autonomía institucional, lo que exige coraje en una sociedad tan interdependiente. Hoy los políticos, las empresas, el Estado, la Jerarquía, las redes sociales parecen tironear esa autonomía. ¿Cómo operan?

Ud. sabe: una universidad puede servir a la sociedad y a la Iglesia. Para ser universidad, se debe tener cierta autonomía intelectual. Una universidad no puede sentenciar las conclusiones de las controversias; siempre debe permitir que estas continúen avanzando. Y esa es una actitud que también debieran asumir algunos organismos de la Iglesia a los cuales les gustaría que, como universidad católica, trazáramos una línea en este punto o en aquel otro. Eso no sería adecuado, pues nuestro servicio lo hacemos de mejor manera si tenemos libertad para sostener conversaciones.

-¿Y el Estado?

También, a veces, me preocupa el Estado, pues crece sostenidamente en poder e influencia sobre nuestras vidas, y puede presionar. Uno tiene que reconocer el papel apropiado que juegan instituciones como las que están en el aparato público o la Iglesia. Hay que servirlas, pero resguardando la libertad de academia para conversar y desafiar los supuestos, y para que los alumnos piensen: de eso se trata una universidad. Y así es como se puede servir mejor. Yo estudio el medioevo y puedo decir que en el siglo XIII hubo controversias tan fuertes como ahora; no hay nada nuevo. Esto es lo que las universidades justamente hacen, este es el servicio que proporcionan. Mantienen conversaciones agresivas y vigorosas, lo que ayuda a la sociedad.

-Y la inequidad… ¿cómo abordarla?

Es un inmenso problema en EE.UU. y en todo el planeta. No sé si vamos algún día a eliminar la inequidad. Probablemente tengamos que esperar la segunda venida de Jesús. Sin embargo, está mal cuando hay personas que son tan pobres que no pueden vivir en plenitud o se sienten excluidas. Esto es lo que necesitamos enfrentar. Si no lo hacemos, no podremos crecer como sociedad. El capitalismo trae riqueza a las personas, pero si esta sigue tan dramáticamente mal distribuida, creará divisiones, inestabilidad e injusticia. Se da forma a un sistema insostenible.

El humor de Jesús

-¿Y Jesús?… en el Festival de la Canción de Viña del Mar un humorista se rió de san José peleando con un Jesús niño que no se metía a la bañera y prefería caminar sobre el agua. Y lo caricaturizó, festejando con sus doce apóstoles medio hippies. ¿Es que la imagen de Jesús ha evolucionado?

Creo que Jesús tiene sentido del humor y se habría reído de esos chistes, muy graciosos. Una de las cosas que hacemos con Jesús, a veces, es distanciarlo de nuestras vidas: está tan santo, allá arriba. Sin embargo, tenemos que tomar nota de que se encarnó para estar con nosotros, compartir nuestras vidas, nuestros sufrimientos. El Papa habla con fuerza de eso. Y en mi vida como sacerdote sé que no podría sobrevivir si no escuchara personalmente a Jesús como apoyo, inspiración, solaz, fuerza. Yo quisiera decirle a la gente que es ese el Jesús al cual buscar. El Jesús que te da fuerzas, que está en casa, ahí, sin importar cuánta maldad o cuánto desastre vea. Siempre está para perdonar no importa qué. No podría vivir mi vida sin ese sentido. Nuestro Papa diría que Jesús camina con uno, quienquiera uno sea, dondequiera uno esté, sin importar las circunstancias… y esa presencia se siente. Esa presencia es la que salva. No la de un Señor distante, sino la de Jesús, que vive con nosotros y no se aleja.


Fuente:

Entrevista de Nicolás Luco Rojas. Publicada en la Revista Mensaje

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