Diálogo con la masonería
5:00 p m| 1 abr 16 (VIDA NUEVA/BV).- La relación entre la Iglesia católica y la institución masónica es la cuestión central de un texto del cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, quien propone abandonar posturas marcadas de “hostilidades, ultrajes y prejuicios” y más bien dirigir el esfuerzo en encontrar caminos para el diálogo a pesar de las diferencias. Antes Ravasi menciona momentos y documentos importantes que han definido el vínculo entre ambas instituciones.
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Leí hace tiempo en una revista americana que la bibliografía internacional sobre la masonería supera los 100000 títulos. A este interés contribuye ciertamente el aura de secreto y misterio que, con mayor o menor razón, envuelve en una especie de nebulosa las diversas “obediencias” y “ritos” masones. No queremos obviamente adentrarnos en el archipiélago de “logias”, “orientes”, “artes”, “afiliaciones” y denominaciones, cuya historia se entrecruza –para bien o para mal– con la política de muchas naciones. Tampoco es posible trazar una línea de demarcación entre la auténtica, la falsa, la degenerada o la paramasonería y los diversos círculos esotéricos o teosóficos.
Nos contentamos aquí con señalar la relación entre la masonería y la Iglesia católica, sin realizar por supuesto un análisis histórico ni hablar apenas de las eventuales contaminaciones entre ambas realidades. Es evidente, en cualquier caso, que la masonería ha adoptado modelos cristianos. No debe olvidarse, por ejemplo, que en el siglo XVII muchas logias inglesas reclutaban a sus miembros y maestros entre el clero anglicano. De hecho, una de las primeras y fundamentales “constituciones” masónicas fue redactada por el pastor presbiteriano James Anderson, fallecido en 1739. En ella se afirmaba que un adepto “no será nunca un ateo estúpido ni un libertino irreligioso”.
La oscilación de contactos entre la Iglesia católica y la masonería ha tenido momentos muy diversos, alcanzando incluso la hostilidad abierta, marcada por el anticlericalismo por una parte y la excomunión por la otra. El 28 de abril de 1738 el papa Clemente XII promulgó el primer documento explícito sobre la masonería, la carta apostólica In eminenti apostolatus specula, en la que declara que deben “condenarse y prohibirse” estas sociedades. La condena fue reiterada por sucesivos Pontífices, desde Benedicto XIV hasta Pío IX y León XIII, quien subrayó la incompatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia católica y la obediencia masónica.
El texto eclesial más articulado sobre lo inconciliable que resulta la pertenencia a la Iglesia católica y a la masonería es la Declaratio de associationibus massonicis, realizada por la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe el 26 de noviembre de 1983 y firmada por el entonces prefecto, el cardenal Joseph Ratzinger. Ese texto precisaba el valor del canon 1.374 del nuevo Código de Derecho Canónico (del que había desaparecido la referencia explícita a la masonería), reafirmando que no había cambiado “el juicio de la Iglesia respecto a las asociaciones masónicas”.
Hay un documento de la Conferencia Episcopal Alemana (1980) y otro de la Conferencia Episcopal Filipina (2003) que afrontan las razones teóricas y prácticas sobre por qué resultan inconciliables la masonería y el catolicismo partiendo de los conceptos de verdad, religión, Dios, hombre y el mundo, espiritualidad, ética, tolerancia.
Todas estas declaraciones no impiden en cualquier caso el diálogo, como se afirma explícitamente en el documento de los obispos alemanes, que incluso presenta ámbitos específicos de confrontación como la dimensión comunitaria, la beneficencia, la lucha al materialismo, la dignidad humana y el conocimiento recíproco. Se debe, además, superar la actitud de ciertos ambientes integristas católicos que, para golpear a algunos exponentes molestos de la jerarquía eclesiástica, recurren al arma de la acusación apodíctica de pertenencia a la masonería.
En conclusión y como escribían ya los obispos de Alemania, hay que ir más allá de “la hostilidad, los ultrajes y los prejuicios” recíprocos, porque “respecto a los siglos pasados ha mejorado y cambiado el tono, el nivel y el modo de manifestar las diferencias”, aunque estas sigan existiendo de un modo claro.
Fuente:
Revista Vida Nueva