Mujeres e igualdad en la Iglesia: ¿Son tiempos mejores?
9.00 p m| 14 may 15 (NCR/BV).- Una plétora de conferencias sobre el rol de las mujeres en la Iglesia ocurrieron por toda Roma en los últimos tres meses. Todo parece indicar que la línea dura de la Santa Sede respecto a debatir esos temas se va desvaneciendo, incluso en su misma localidad. La religiosa Christine Schenk, en su columna que publica el National Catholic Reporter, hace un recuento de los eventos, y argumenta en base a una idea que parece emerger en cada uno de ellos: “la realidad es que nunca se podrá hablar de igualdad en la Iglesia católica hasta que las mujeres tengan las mismas oportunidades para gobernar, ‘en el poder del Espíritu’, que los hombres”.
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El controversial evento del Pontificio Consejo para la Cultura, “Culturas de la Mujer: Igualdad y diferencia”, llevado a cabo en febrero, fue el primero en romper el hielo. Un mes más tarde, “Voces de Fe”, organizó un fuerte y honesto intercambio de ideas entre teólogas y activistas desde el interior de las paredes del Vaticano.
Luego, el 14 de abril, la embajada de Estados Unidos ante la Santa Sede patrocinó una conferencia interreligiosa sobre “Liderazgo de las mujeres en la resolución de conflictos: Perspectivas desde la Fe”. El cardenal Peter Turkson compartió una conversación privada que tuvo con el Papa Francisco, quien le dijo que no veía obstáculos para que una mujer o una persona casada sea nombrada como secretario del Pontificio Consejo de Justicia y Paz o como autoridad del Pontificio Consejo para los Laicos o el de la Familia (Turkson, sin embargo, tuvo la precaución de recordar a los asistentes de no confundir eso con la cuestión del papel de la mujer en la ordenación sacerdotal).
Más recientemente, la Pontificia Universidad Antonianum de Roma y cuatro embajadas ante la Santa Sede patrocinaron el 28 de abril una conferencia sobre la mujer en la Iglesia. En un gesto que dice mucho, la presidenta de la “Asociación Católica de la Salud” de los EE.UU. Sor Carol Keehan, fue invitada como conferencista.
El hecho de que se invite a una acérrima defensora de la “Ley de Cuidados de Salud” (The Affordable Care Act u ObamaCare) como Keehan, a hablar en una universidad pontificia en Roma, es una señal de que las religiosas estadounidenses ya no son las chicas malas de la Biblia.
Sus comentarios, citados por Radio Vaticano, vale la pena repetirlos:
“A veces se oye que la gente dice que (las mujeres) no podemos tener ese rol porque una mujer no sería respetada, tiene que ser un sacerdote, un obispo… muchos años atrás planteamos la cuestión en los EE.UU. sobre si una mujer alguna vez podría ser Secretaria de Estado, ahora hemos tenido tres mujeres de éxito como Secretarias de Estado y no hay país que se niegue a hablar con ellas. El hecho de que antes fue siempre así, no quiere decir que en adelante tenga que serlo”.
Luego está el propio Papa Francisco. El 16 de abril se reunió en audiencia privada con las líderes de las religiosas de norteamérica, solo horas después que un anuncio conjunto pusiera fin a la (injusta) censura que la Congregación para la Doctrina de la Fe les había impuesto. La reunión privada fue la primera y habla, creo, del deseo de Francisco de sanar el considerable daño infligido por una gestión “exagerada” de justicia que heredó.
Hace una semana, el Papa fue noticia en todo el mundo cuando clamó por la igualdad de remuneración para las mujeres, argumentando que la continuación de las disparidades es un “tremendo escándalo”. Sin embargo, esa coyuntura lo expone a una crítica, cuando se observa que existen leyes en la Iglesia que prohíben a las “no ordenadas” de participar en la toma de decisiones de gobierno más importantes.
Sí, y ahí está el problema.
Mientras que es alentador que conversaciones importantes acerca de los roles de las mujeres están brotando por todas partes y, que de hecho hay muchas maneras -sin considerar la ordenación- para avanzar, la realidad es que nunca se podrá hablar de igualdad en esta Iglesia hasta que se tengan las mismas oportunidades para gobernar, “en el poder del Espíritu”, que los hombres.
En este momento, la iglesia tiene enseñanzas contradictorias acerca de los roles de las mujeres. Enseña que las mujeres son iguales, pero tienen prohibido ejercer esa igualdad en la toma de decisiones de más alto nivel. Si esta disonancia cognitiva prevalece, las mujeres siempre se verán privadas de la plena participación en la vida y liderazgo de la Iglesia. Y ni mencionar la selección de pastores, obispos y papas.
Tenemos dos caminos posibles para escapar de esta debacle. Que las mujeres puedan recibir la ordenación, o que se cambie el derecho canónico para que las facultades de gobernar se sustenten con el bautismo y no con la ordenación.
Personalmente me inclino por la segunda opción. La Iglesia tomará mejores decisiones si la gran diversidad de voces, de laicos y ordenados, es tomada en cuenta en cuestiones que nos afectan a todos. Además, el clericalismo es una aflicción a la igualdad de oportunidades, y ya son varios católicos feministas que advierten continuamente sobre esta mentalidad de “añadir mujeres y revolver” que al final no hace nada para cambiar las estructuras opresivas de arriba hacia abajo.
Dicho eso, también estoy a favor de todo lo que ofrece a las mujeres una mayor influencia en las decisiones que les afectan, a ellas y a sus familias. Si la ordenación -comenzando con diaconisas- es la única opción práctica en este momento, entonces así sea.
Francisco es un Papa reformador que ha traído un cambio que era muy necesario, sobre todo en la gestión transparente de las finanzas del Vaticano y en sus intentos de descentralizar la toma de decisiones a través de su Consejo de Cardenales y el Sínodo de los Obispos.
Desafortunadamente, a menos que haga cambios significativos, el próximo Papa podría revertir fácilmente los avances. Ya el cardenal Gerhard Muller declaró sobre la misión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de promover la estructuración teológica del pontificado.
Luego surgió el acalorado debate entre Muller y el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el cardenal Reinhard Marx. Marx, que se sabe es cercano al Papa, cree que las conferencias episcopales locales son responsables del cuidado pastoral en su cultura. Dijo a la prensa a finales de febrero que los obispos alemanes quieren publicar su propio documento pastoral sobre el matrimonio y la familia, después del sínodo.
“No somos una filial de Roma”, dijo Marx. “Cada conferencia episcopal es responsable del cuidado pastoral en su entorno cultural, y debe proclamar el Evangelio ajustado a esa realidad. No podemos esperar hasta que un sínodo declare algo, cuando desde ya debemos abordar la pastoral familiar y matrimonial”.
Este punto de vista fue duramente criticado por -adivinen quién- Muller, quien la calificó como una “idea anticatólica” e hizo este comentario bastante insultante: “El presidente de una conferencia episcopal es nada más que un moderador técnico, y no tienen ninguna autoridad magisterial particular debido a su título”. (¿Mencioné que Muller también se opone a las mujeres diáconos? Pero eso es tema para otro momento).
Esos son los polos del debate actual acerca de cómo se deben tomar las decisiones en la Iglesia.
De un lado, encontramos a Muller (y una minoría) que quieren seguir haciendo lo que siempre hemos hecho (asegurarse que la Congregación para la Doctrina de la Fe guíe el papado). En el otro lado, encontramos a Marx (y muchos otros) que creen que la práctica de la Iglesia puede cambiar y evolucionar con el tiempo.
¿Y dónde está parado el Papa? Lejos de la posición de Muller, el Papa Francisco aterriza firmemente en el lado de la descentralización. Aquí está lo que escribe en la Evangelii Gaudium:
“El papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden ‘desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta’. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (32).
Dicho eso queda decir: Los debates en el Sínodo de octubre sobre la familia -y lo que el Papa Francisco y las conferencias episcopales del mundo decidan hacer después- podrían tener una incidencia significativa en la futura gobernanza en la Iglesia católica.
¿Están mejorando las cosas para las mujeres en la Iglesia?
Tal vez, sólo tal vez, sea así.
Fuente:
National Catholic Reporter