Michael Lapsley: ‘Las víctimas tienen una responsabilidad moral con la sociedad’

8.00 p m| 19 feb 15 (VIDA NUEVA/BV).- En 1973, con solo 24 años, el sacerdote anglicano Michael Lapsley cambió su Nueva Zelanda natal por la Sudáfrica del apartheid. Luego, su compromiso con la liberación del pueblo le condujo al exilio. Pero en 1990, estando en Zimbabue, recibió un paquete-bomba que le provocaría la pérdida de ambas manos y de un ojo. Lejos de acabar con su lucha, tan traumática experiencia le llevó a fundar en 1998 el Instituto para la Sanación de los Recuerdos, con el que este “sanador herido” acompaña por todo el mundo a otras víctimas de la violencia. La revista Vida Nueva lo entrevistó.

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– ¿Qué impacto le produjo su primer encuentro con la Sudáfrica del apartheid?

Cuando llegué a Sudáfrica dejé de ser un ser humano para convertirme en un hombre blanco, porque todos los aspectos de mi vida pasaron a regirse por el color de mi piel. Vivía en un barrio para blancos, estudiaba en una universidad para blancos, nadaba en la parte del mar para blancos… Y descubrí que mi color me situó en un bando: podía luchar contra el apartheid, pero siempre del lado de los opresores.

– Tras las revueltas de Soweto en los años 70, su fe entra en crisis…

La crisis surgió al comprobar que los responsables de aquellas matanzas de niños leían la Biblia a diario e iban a misa cada domingo. Desde mi adolescencia había sido un pacifista comprometido y pensaba que la justicia se podía obtener en cualquier situación por medios no violentos. La comprensión que tenía del Evangelio se vino abajo. Y empecé a leer de nuevo la Biblia a la luz de la experiencia que estaba viviendo.­

– ¿Qué se encontró?

Que había una relación directa entre la fe y la justicia, que Dios toma partido por los más oprimidos y que la Buena Nueva que Jesús vino a predicar se anuncia para el aquí y ahora.

– Y entonces se suma a la lucha armada. ¿Cómo le explica esto a un cristiano?

El pacifismo siempre ha sido la tendencia minoritaria dentro del cristianismo. Desde san Agustín, la corriente mayoritaria ha sido la aceptación de la “guerra justa”. Pero la justificación de la lucha armada no era en términos generales, sino en un contexto muy específico. Las comunidades sudafricanas habían luchado durante 50 años de forma no violenta, mientras que el Estado había ido incrementando su violencia hacia la población. Hablaba de defensa de la ley y el orden, mientras que si era el pueblo el que tomaba las armas, lo llamaba terrorismo. Y acepté que la lucha armada estaba justificada y era necesaria en aquel momento, pero nunca la idealicé. Además, acarrea un coste moral terrible.

– Todo ello le obliga a exiliarse a Lesoto y a Zimbabue, donde un paquete-bomba cambiará para siempre su vida. ¿No ha sentido que pagó un precio demasiado alto por su compromiso?

Pasar a formar parte de la lucha armada nos había preparado a algunos ante la eventualidad de morir, habíamos aceptado la idea de que la única manera de liberar al pueblo era mediante sacrificios. Pero no me había preparado para la posibilidad de una discapacidad grave y permanente.

– ¿Qué siente cuando se ve así?

Perder miembros es algo parecido a la muerte de un ser querido. La pérdida y el duelo se convierten en una dimensión permanente y que afecta a todos los aspectos de tu vida diaria. No significa que te veas consumido o superado por el duelo, pero esa nueva dimensión te hace profundizar en la compasión hacia otras personas que han sufrido pérdidas similares. Y te brinda la capacidad de identificarte con el dolor ajeno. Hay una pérdida y una ganancia al mismo tiempo, varios puntos que se añaden a tu currículum [sonríe].

– Reconoce que mucha gente confía en usted porque dicen que sabe lo que es el dolor…

Digamos que se ha convertido en un pasaporte.

– Pero, ¿tienen mayor autoridad moral las víctimas por el simple hecho de serlo? ¿Las víctimas siempre tienen razón?

Buena pregunta. Las víctimas, familiares y supervivientes tienen una responsabilidad moral, están en una posición privilegiada para enviar mensajes a la sociedad, ya sean positivos o negativos. Por ejemplo, el padre del piloto jordano asesinado recientemente por el Estado Islámico está llamando a una venganza ilimitada. Nosotros, sin embargo, formamos parte de la red internacional Familias del 11-S por una Mañana en Paz (en la que también se incluyen varias víctimas de los atentados del 11-M en Madrid), que pidieron al Gobierno estadounidense no emprender una guerra en nombre de sus seres queridos fallecidos en las Torres Gemelas. Propugnamos ideas como la justicia restaurativa y la reconciliación y, sobre todo, intentar comprender las causas últimas de lo que ocurrió para romper el círculo de odio y venganza.

– ¿Es eso a lo que se refiere cuando habla de sí mismo como un “sanador herido con una misión mundial”?

Sí. Formamos parte de una generación cuyas heridas, antiguas y recientes, resurgen para interpelarnos. Las asignaturas pendientes del pasado son un elemento clave para entender muchos de los conflictos del mundo. Ya se trate de naciones o de individuos, siempre hay una tendencia a enterrar el pasado, antes que recordar e intentar sanar.

– Con este propósito fundó usted el Instituto para la Sanación de los Recuerdos. ¿Qué podemos hacer con los recuerdos más desgarradores?

Lo más importante es cómo podemos desintoxicar esos recuerdos, cómo deshacernos del veneno asociado a ellos, que está en lo que sentimos respecto a ese pasado. Las personas que han sufrido violencia, abusos… tienen muy buenas razones para sufrir amargura, odio y afán de venganza. El problema es que con eso no se destruye al enemigo, sino que se están destruyendo a ellos mismos. Pero no puedes despojarte de algo que todavía no has admitido que está ahí, por lo que el paso clave en el camino hacia el reconocimiento es admitir esos sentimientos.

– ¿Qué papel juega la fe en ese proceso de reconciliación con el pasado?

Todos los seres humanos tienen la capacidad de sacar el bien del mal, de extraer vida de la muerte. No es que este camino solo sea posible recorrerlo con la fe, pero para muchos su fe puede desempeñar un papel determinante. El sufrimiento de Jesús, su crucifixión, muerte y resurrección, puede ayudarle a un cristiano a entender y dar sentido a su propio sufrimiento, porque la víctima del Viernes Santo no se convierte en el verdugo del Domingo de Resurrección.

– ¿Cómo debemos entender la historia de su vida?

La imagen más obvia es la de un sanador herido. Fue bueno que algunos de los combatientes sobreviviéramos para que la gente pudiera ver los efectos que el racismo puede llegar a causar, y para evitar que surjan teorías revisionistas de la historia que digan que eso en realidad no ocurrió. Y, todavía más, para mostrar que, al final, siempre las fuerzas del bien, del amor, de la compasión… triunfan sobre las fuerzas del mal y de la opresión.


Fuente:

Entrevista publicada en la revista Vida Nueva

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