Stefano Zamagni: ‘Por una economía del bien común’

Stefano Zamagni

5.00 p m| 14 oct 14 (MENSAJE/BV).- Académico que fue asesor de Benedicto XVI en la preparación de la encíclica Caritas in Veritate habla de la “economía civil”, postulado que involucra defender la noción de bien común y recuperar el valor de la reciprocidad en la conducta económica: “La economía capitalista está construida sobre una ficción ya que el individuo no existe aislado, existe la persona en relación, y esta es una de las causas del fracaso de la economía”.

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Académico de Economía Política en la Universidad de Bolonia y en la John Hopkins University, Stefano Zamagni es también consultor del Consejo Pontificio Justicia y Paz. Durante su trayectoria profesional ha destacado por plantear la necesidad de defender una perspectiva económica que considere el interés general, valore la idea de comunidad y persiga el bien de la sociedad.

Ud. fue uno de los principales asesores en la redacción de la encíclica Caritas in Veritate, publicada el año 2009 en medio de una gran crisis económica, solo superada por la Gran Depresión, ocho décadas antes. En ese contexto, ¿cuál es el mensaje central de esta encíclica para nuestro tiempo?

Aunque fue publicada en la fecha que Ud. señala, ella fue preparada al principio de la crisis económica que se inició en septiembre de 2008. Especifico esto porque lo que dice su texto es, de algún modo, una anticipación de lo que ocurriría. Es la encíclica del Papa Benedicto XVI que ha sido más apreciada, incluso por parte de gente que no es creyente ni católica, pues ha detectado las raíces profundas de la crisis.

Actualmente existe un inmenso malestar con el funcionamiento del sistema económico capitalista y neoliberal, a raíz del aumento de las desigualdades, la destrucción del medioambiente, la disminución de la felicidad -entendida como el bienestar subjetivo general-, la corrupción política debido al desmesurado poder del dinero -lo que deteriora la calidad de la democracia representativa- y las finanzas especulativas.

Desde hace veinticinco años, aproximadamente, la tradición de pensamiento sobre la economía civil está resurgiendo. Esta nació en Italia el año 1700 y su idea central es que para obtener una economía de mercado que funcione bien y garantice la libertad, no son suficientes la democracia y el progreso, ni los principios de equivalencia (eficiencia mercantil) y redistribución (equidad estatal). Hay bienes relacionales que el individualismo ignora, aquellos de los que se goza conjuntamente, aquellos que se disfrutan en compañía, por eso el principio de reciprocidad tendría que conjugarse en economía con el de intercambio de equivalentes.

La economía de mercado en el mundo moderno ha asumido la forma capitalista en que el individuo busca su beneficio en competencia con otros individuos, obviando su dimensión relacional. La economía capitalista está construida sobre una ficción ya que el individuo no existe aislado, existe la persona en relación, y esta es una de las causas del fracaso de la economía. Ha olvidado que las motivaciones de las personas son diversas y varían de un sujeto a otro, y también en un mismo sujeto en distintas ocasiones. Suponer que todos los agentes económicos actúan solo buscando maximizar su beneficio es negar la existencia de múltiples experiencias económicas que se mueven por valores como la solidaridad, la democracia, la sustentabilidad ambiental, la equidad.

El mecanismo de mercado ha de seguir funcionando, porque es el mejor mecanismo de asignación de recursos que conocemos, a pesar de las múltiples y graves “fallas de mercado” que se conocen en la actualidad (tendencia a la concentración, monopolios y oligopolios, asimetrías de información, externalidades negativas, etc.). Pero el mercado debe operar desde la base de una sociedad civil y de unas instituciones que adopten como principio el de la reciprocidad, y no solo el del intercambio de equivalentes. Esta será la forma de que la economía tenga también en cuenta la dimensión expresiva de la persona, de modo que también la actividad económica sea fuente de felicidad.

En ese sentido, tenemos que hacer una distinción entre bienes de justicia y bienes de gratuidad. Los bienes de justicia pertenecen a esa historia de derechos y deberes que es la de la justicia exigente que garantiza un Estado de Bienestar Social (educación, salud, pensiones, vivienda, etc.), mientras que los bienes de gratuidad pertenecen a ese ámbito de la obligación que descubre quien reconoce la ligatio, el vínculo que lo une con la otra persona. Y como las personas que forman parte del universo económico no dejan de ser personas, es la economía la que ha de adaptarse a este ser relacional del hombre, no el hombre el que ha de perder su ser más propio (ser en relación) en una economía inhumana.

¿En qué consiste su propuesta de economía de la comunión y economía civil?

La economía de la comunión conecta con el mensaje central de la encíclica Caritas in veritate, es decir, con el llamado a incorporar valores como la gratuidad, la solidaridad, la fraternidad y la reciprocidad en la economía de mercado sin que eso signifique una pretensión de abolirla. La pregunta es cómo actuar para hacer más plural esa economía de mercado, democratizándola para mejorar no solo la democracia política, sino también para construir una genuina Democracia Económica. Es un llamado a humanizar la economía.

En ese sentido, la economía de comunión es una particular expresión de la economía civil. Nace en Sao Paulo (Brasil) en 1991 en el contexto de una reunión de comunidad del Movimiento de los Focolares, y Chiara Lubich (Fundadora), al ver la profunda desigualdad económica, incluso dentro de los miembros del movimiento, lanza la propuesta de generar empresas productivas que permitan subsanar dicha problemática, pero con la particularidad de que estas empresas funcionen a partir del carisma de la unidad y que, por ende, se rijan desde una nueva cultura empresarial: la cultura del dar.

La propuesta consiste en la conformación de empresas que se comprometan a funcionar bajo el criterio de que las utilidades de la empresa no le pertenecen a los propietarios del capital y, por ende, deben ser distribuidas en tres partes: una para la ayuda de aquellos que sufran una situación de pobreza y vulnerabilidad social, otra para la reinversión en la empresa, y la última para la formación de personas en la cultura del dar. Cabe decir que las utilidades recibidas por los sectores más necesitados no adoptan la forma del asistencialismo. La parte que se destina a la reinversión en la empresa responde a la necesidad que surge de estar inmersa en el mercado y, por tanto, debe ser productiva y eficiente. Para poder ser determinante en la concreción de sus objetivos, la empresa debe generar recursos, aunque con la diferencia de que dichos recursos generados no le pertenecen al capitalista, sino que se ponen en común, al servicio de los miembros trabajadores, sus familias y la comunidad local.

La última parte de las utilidades es invertida en las estructuras de formación de hombres y mujeres que reproduzcan la cultura del dar. Otro aspecto importante es la conformación de polos empresariales entre las organizaciones que forman parte de la economía de la comunión, para compartir, ayudarse y reforzar su desarrollo. Hoy en día existen seis polos empresariales, ubicados en distintas partes del mundo; todos funcionan bajo la cooperación mutua, inspirada en una misma cultura. Al año 2010, se estimaba que la cantidad de empresas alcanzaba a 797, presentes en 38 países distintos, pero con presencia significativa en Brasil, Argentina e Italia.

¿En qué situación está la economía social y cooperativa actualmente en el mundo?

En Estados Unidos hay dos millones de empresas cooperativas. El cooperativismo se está desarrollando de manera muy potente en el siglo XXI, está presente en ciento veinte países. Mil millones de personas en el mundo son socias de alguna cooperativa. La ONU declaró el 2012 como el “año del Cooperativismo” por su aporte a un desarrollo sostenible, democrático, equitativo e inclusivo. Las cooperativas son organizaciones productivas gestionadas democráticamente por sus trabajadores, en las cuales el capital es de propiedad colectiva. Estas dos características las convierten en actores sustancialmente diferentes de las empresas capitalistas tradicionales, existiendo muchos ejemplos de éxito empresarial.

Los principios que rigen el cooperativismo son siete: adhesión voluntaria de los socios; gestión democrática (un socio equivale a un voto); participación económica de los socios en los beneficios generados por la empresa; autonomía e independencia de los gobiernos de turno, los partidos políticos y las empresas capitalistas; educación, formación e información permanente de los socios; cooperación entre cooperativas y empresas de la economía social (para generar un mercado social); interés solidario por la comunidad (responsabilidad social de la empresa con la sociedad de la cual forma parte).

Las dos finalidades centrales de las cooperativas son, por una parte, satisfacer las necesidades económicas, sociales y culturales de sus socios y, por otra, contribuir a mejorar la sociedad de manera ecológicamente sostenible. Para las cooperativas, el beneficio económico debería ser un requisito o condición necesaria para subsistir, pero sin buscar la maximización de los beneficios como condición suficiente de legitimación en cuanto agente económico que opera en el mercado. En el sector de servicios a las personas, las cooperativas son una alternativa más eficiente que las empresas públicas y mercantiles. También lo son en la producción y gestión de los bienes comunes.

El concepto de bien común ha ido desapareciendo del lenguaje económico y ha sido sustituido por otros, como bien público, bien privado o bien total. Se habla de bien común cuando cada uno realiza su interés junto al interés de los demás. Recuperar la idea de bien común supone recuperar la relacionalidad en economía, dando protagonismo a principios como la reciprocidad. Algunos ejemplos de bienes comunes son el medioambiente, el conocimiento, la cultura, el lenguaje o la felicidad. La carencia más importante en la actualidad es de bienes comunes, no de bienes privados. La ciencia económica necesita estudiar la gobernanza de los bienes comunes. La forma de gestión óptima podría ser la cooperativa.

¿Qué recomendaciones haría a las facultades de Economía, en general, y en particular a las de universidades católicas o de inspiración cristiana?

Tienen el deber de dejar atrás la escuela de pensamiento de Chicago, fundada por Milton Friedman. Chile fue colonizado por esta escuela de pensamiento dogmática y esto, en mi opinión, ha sido un desastre en este país. Los economistas son responsables de esta situación. Puedo aceptar que haya “creyentes” de esta corriente, pues es legítimo, pero los profesores de economía tienen el deber de enseñar a los estudiantes otros puntos de vista. Por ejemplo, enseñar sobre la Escuela de Harvard, o sobre la economía civil o el cooperativismo, tema que se ha desarrollado muchísimo en distintas partes del mundo.

La Escuela de Chicago hoy está muerta en Estados Unidos debido a la crisis financiera del año 2008. Doce premios Nobel de economía lo dicen, no solo yo. Entonces, me pregunto: ¿por qué aquí en Chile las universidades siguen enseñándola como si fuera un dogma? ¿Por qué no pueden ser más pluralistas y dar a conocer otras visiones? Hay que enseñar a los estudiantes diferentes corrientes de pensamiento económico y luego dejar que ellos elijan con libertad. De lo contrario, se puede repetir el famoso caso de la protesta estudiantil en Harvard contra el profesor de Economía Gregory Mankiw.

El valor cristiano de la fraternidad

Para concluir, los autores de este texto quieren expresar que la reciente visita a Chile del profesor Zamagni fue estimulante en el sentido de buscar alternativas no rupturistas con la economía de mercado ni revolucionarias en contra del capitalismo, aunque sí coherentes con la convicción de que es posible y necesario incorporar con fuerza el valor cristiano de la fraternidad en el sistema económico y en el estudio referido a los nuevos modelos de desarrollo.

Nos sentimos convocados a desarrollar las tres propuestas de Zamagni (2012) para realizar una verdadera Democracia Económica: generar un mercado plural en el que puedan operar en igualdad jurídica y económico-financiera tanto las empresas capitalistas como las empresas sociales y civiles; crear mercados de calidad social, cuyo fin especial es realizar un modelo de bienestar civil capaz de conjugar libertad de elección y universalidad en las prestaciones; poner en marcha una amplia campaña cultural centrada en la figura del consumidor socialmente responsable, capaz de elegir productos de Comercio Justo, poner sus ahorros en entidades de finanzas éticas y solidarias, formar parte de cooperativas de consumo, y denunciar o dejar de consumir productos y servicios de empresas que tienen malas prácticas laborales, sociales y medioambientales.


Fuente:

Entrevista publicada por la revista Mensaje.

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