Cardenal Maradiaga: ‘Es necesario que el Evangelio entre en la Economía’
8.00 p m| 27 may 14 (VIDA NUEVA/BV).- La espiritualidad, el encontrarse uno mismo -interioridad-, compartir ese espacio con Dios, ser más humanos y compartir la alegría de vivir en Cristo -misioneros- son rasgos ideales para desafiar un modelo social que nos impone la globalización, que se basa únicamente en el mercado. Es una de las ideas de la reflexión del cardenal hondureño, entrevistado en Colombia por la Revista Vida Nueva, en el marco de su participación en un Congreso Internacional de Espiritualidad Calasancia.
—————————————————————————
– ¿Cómo está su corazón?
Muy feliz, y todavía palpitando de alegría. Verdaderamente, este año de pontificado ha sido un inmenso regalo para la Iglesia. Hay que pedirle al Espíritu Santo la gracia de poder palpitar con el corazón de san Pablo: “Ay de mí si no evangelizo”. Creo que eso es lo que más hace falta. Precisamente, también es a lo que nos anima el Papa Francisco.
He aquí que durante la Conferencia General de Aparecida [en el año 2007] nos hizo quitar una conjunción copulativa del ideal expresado en el documento. Allí donde decíamos “discípulos y misioneros”, el Papa dijo “discípulos misioneros”. Porque todo discípulo tiene que ser misionero. Y esta es una de las claves de esta renovación que el Santo Padre quiere hacer en la Iglesia: que recobremos esa dimensión, que es esencial para la vida cristiana, es decir, que cada uno de nosotros sea un misionero para llevar al Señor con el fin de que otros puedan encontrarse con él.
– ¿Qué tiene que ver la espiritualidad con todo esto?
La espiritualidad no consiste en estar en las nubes. Tampoco es algo que está fuera de nosotros. Al contrario: la espiritualidad consiste en vivir la vida desde la propia vocación, no desde la superficie, sino en profundidad. Yo creo que esta es la clave: hoy en día vivimos mucho hacia afuera; hacia todo aquello que nos estimula, sea la radio, la televisión, Internet o tantas ofertas que tiene la sociedad de consumo.
Para nosotros, el peligro es vivir sin interioridad. Y resulta que de donde brota la espiritualidad no es de fuera, sino de dentro, de un manantial interior que André Rochais llamaba “la roca del Ser”. Y tenemos que llegar, precisamente, hasta ahí, como nos dice también el Señor en el Evangelio: “Cerrar la puerta para escuchar en el aposento”. El aposento no se trata de algo exterior, es la vida interior, donde somos auténticamente cada uno de nosotros mismos. Es ahí donde Dios quiere encontrarse con nosotros y donde también nosotros debemos encontrarnos con Él.
Por tanto, la espiritualidad es un tema de lo más actual, porque trata acerca de poder vivir en nuestro tiempo sin evadir la realidad; cada uno conforme a su vocación, pero sacando de las aguas cristalinas del pozo lo más precioso, para poder vivir con intensidad y para poder irradiar a Cristo. A mi juicio, aparte del nombre que tenga, un cristiano debería llamarse siempre “Cristóbal”, “Cristóforo”, para ser alguien que lleva a Cristo a donde va, no como un adorno ni como algo exterior, sino como el centro de la propia vida.
Solemos caer en la creencia de que la espiritualidad corresponde a las prácticas de piedad (que son, en efecto, reflejos de lo que se vive). Así, caemos en el error de vivir una espiritualidad puramente intelectualista o puramente cerebral. He aquí que, después, el campo de los afectos lo dejamos como un campo minado, como un huerto minado donde nadie entra.
Puede que vivamos en una a-sintonía: por un lado está todo el “yo-cerebral”, con todas las ideas, mientras que nuestra afectividad se vive anárquicamente. Por eso no llegamos a “la roca del Ser” para basarnos, fundamentarnos, en aquello que cada uno tiene. Cada uno de nosotros tiene puntos fuertes donde se debe apoyarse para poder crecer. En esto consiste desarrollar la propia vida espiritual.
– En un mundo como el nuestro, ¿qué implicaciones sociales tiene una espiritualidad así concebida?
Entre los desafíos modernos que tenemos para desarrollar nuestra vida espiritual está un nuevo modelo social que nos ha impuesto la globalización, una globalización reducida simplemente al mercado. Esa globalización está formando una nueva cultura que tiene la pretensión, también, de ser universal y consolidar una cultura de pensamiento único. Por ejemplo: el que no piensa como pienso yo, ya no es alguien sentado a la mesa para dialogar, sino un enemigo al que hay que eliminar.
Tristemente, eso empobrece muchísimo al ser humano. Nos encontramos hoy en día con personas que rechazan la historia y que creen que la historia comienza con ellos y con todo aquello que les hace verse como “creadores”. Incluso, tenemos la pretensión de olvidar la procreación, con todas las dificultades y errores que eso conlleva.
Creo que la verdadera solidaridad no consiste en unificar en la mediocridad la cultura, sino en ayudar a brotar las distintas riquezas de distintos países, de distintas culturas, de distintas razas, de distintas formaciones; y en hacer con todo esto una sinfonía: voces en acuerdo para llegar a una mejor humanidad. A mi juicio, el gran mensaje que el papa Francisco nos está mandando es que tenemos que ser más humanos: ¿cómo se va a sostener el cristianismo en una base que no sea verdaderamente humana?
La gran verdad de nuestra fe es que el Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo uno de nosotros, se encarnó. Esa encarnación no es algo del pasado, sino que es algo que ocurre, según el plan de Dios, cada día. El problema es que la sociedad actual está desencarnando a Cristo, le parece que estorba.
Por eso es tan necesario recobrar la dimensión misionera. En el fondo, nosotros no queremos hacer proselitismo. Lo dice el Papa en la Evangelii Gaudium. Nosotros, simplemente, queremos compartir esa riqueza y esa alegría de vivir en Cristo. Y esto, para mí, es la respuesta a esos grandes desafíos de la globalización, en todo sentido: cultural, económico, político, etc.
– Francisco habla de una reforma de actitudes…
Si me preguntan qué caracteriza en pocas palabras al Papa Francisco, yo respondería en una palabra: misericordia. Este es el Papa de la misericordia. Precisamente, es algo que él lleva, y no solamente en palabras, sino en los gestos. A mi juicio, el Papa Francisco comenzó su pontificado con “las encíclicas de los gestos” desde el día de su elección, cuando en aquel balcón de la Basílica de San Pedro se inclinó y pidió a todo el Pueblo de Dios que orase por su obispo, por el obispo de Roma.
Comenzó, así, una serie interminable de gestos, que se repiten constantemente: en la sencillez de una audiencia en la Plaza de San Pedro; en una visita a una parroquia romana, donde le ponen un cordero en los hombros; en aquella visita inolvidable, la primera que hizo fuera del Vaticano, nada más ni nada menos que a la Basílica de Santa María la Mayor, como hacemos nosotros desde niños peregrinos, llevándole un ramito de flores a la Virgen; cuando salió a Lampedusa, porque allí habían muerto más de 300 pobres náufragos y nos dejó el mensaje de no globalizar la indiferencia; cuando escribe una carta a Vladimir Putin y hace una jornada de oración y de ayuno para impedir el bombardeo inmisericorde que estaba a punto de tener lugar en la guerra de Siria…
En fin, son gestos de cada día y esto es, precisamente, todo un movimiento de conversión pastoral, que nos sacude a los obispos y que nos hace que, verdaderamente, sintamos esa fuerza y esa vida del Espíritu Santo.
La pastoral ya no es simplemente mantener aquello que hemos venido conservando por años y siglos. No, ahora se trata de vivirlo con más intensidad, como las primeras comunidades cristianas, llenas de fervor misionero.
– ¿Cómo se traduciría esa misericordia, de la cual habla Francisco, en instancias de solidaridad como Cáritas Internacional?
Nosotros recibimos un mandato del Señor, relacionado con la recomendación que hacían los apóstoles cuando fundaban comunidades cristianas: “No se olviden de los pobres”. Lo anterior está presente en la Iglesia primitiva tanto como lo está en las palabras del papa Francisco cuando nos dice: “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”. No se trata de populismo. Desde el papa Francisco, la opción preferencial por los pobres, que la Iglesia universal ha tenido desde siempre, adquiere ahora un protagonismo mucho mayor, diciéndonos precisamente que no nos podemos quedar, simplemente, en palabras, sino que debemos llegar a gestos concretos.
Tal vez, muy pocas personas saben que en la Curia vaticana hay un servicio especial, el del limosnero vaticano, desempeñado tradicionalmente por un obispo. Esta persona solía firmar los pergaminos de las bendiciones papales. Recientemente, Francisco nombró limosnero a un maestro de ceremonias polaco, pero no lo ha hecho obispo. Le dijo: “Yo no te quiero firmando papeles en una oficina; tú tienes la misión de salir”.
Cada noche, éste sale del Vaticano a buscar a los que están en la calle, a los que duermen y no tienen techo: ese es su trabajo principal, y es una cosa preciosa. Por Pascua, el Papa le mandó un regalito con él a los que están en la calle, a los que no tienen techo. Nosotros hemos tomado eso como el punto central del trabajo de Cáritas Internacional y hemos hecho una campaña contra el hambre. Queremos que haya cero hambre, y es posible hacerlo. A mí me encantó que el Santo Padre fuese el que nos animó en una audiencia, el 10 de diciembre, cuando lanzamos la campaña. Y que constantemente vuelva a esto y nos esté animando.
No es un secreto: tendremos la asamblea de Cáritas Internationalis el año próximo, en el mes de mayo. Todos nos vamos a trasladar a Milán, porque en Milán está la exposición universal que tiene como tema la pobreza y el hambre. Vamos para eso, precisamente: para sacudir al mundo, porque es posible acabar con el hambre en el mundo, es posible acabar con esa miseria extrema.
Claro, los organismos financieros internacionales nos dicen que la pobreza se ha reducido porque, basados en estadísticas, en algunos países es cierto. Pero la pobreza extrema sigue ahí. Y si sigue ahí no podemos globalizar la indiferencia. Yo siento que la llamada y el ejemplo del papa Francisco es muy fuerte y nos ayuda.
– ¿Qué es necesario para que la Iglesia sea cada vez más la Iglesia de los pobres?
Yo diría (y gracias al CELAM, en el cual me tocó servir 24 años) que, en general, la Iglesia en América Latina es una Iglesia pobre, para los pobres. Pero no nos podemos quedar ahí, porque la opción por los pobres, a mi juicio, pasa necesariamente por un cambio del sistema económico que estamos viviendo. Sin eso hacemos mucha labor y hacemos muchas cosas buenas, pero no reducir la pobreza. Porque el sistema actual, este sistema de globalización del mercado y de una economía puramente de mercado, no conduce a una mayor equidad, y sin equidad no hay reducción de la pobreza.
Para mí, uno de los grandes desafíos surgió cuando en las metas del milenio se dijo que hay que reducir la pobreza a la mitad para el año 2015. El año 2015 ya es el año próximo, faltan meses, y no se ha reducido la pobreza a la mitad. ¿Por qué? Porque el sistema económico actual no lo permite: es una idolatría del dinero, una idolatría de las finanzas que olvida el aspecto humano de la economía.
Ahí está, a mi juicio, el mayor obstáculo. El sistema actual no es un sistema justo, sino una acumulación de riquezas, codicia y, después, tal vez, un poquito de filantropía. Pero no es eso lo que se necesita. Se necesita una mayor equidad, que haya un mayor estímulo al pobre, a través de educación, a través de salud y a través de oportunidades de trabajo. Y hoy en día eso no está.
A mí esto me cuestiona. Trabajamos mucho en Cáritas Internationalis, pero se necesita una conversión del mundo de la economía, y cuesta, cuesta mucho. Me tocó un trabajo pesado cuando tratamos de luchar para la condonación de la deuda externa de los países más pobres del mundo. Fue un encargo que me dio directamente el papa Juan Pablo II, y fue un trabajo difícil.
Pudimos llegar hasta gobernantes de los países más poderosos, hasta los organismos financieros internacionales. Y en ese diálogo, y con esfuerzos, hace seis años se logró la condonación de la deuda de algunos países muy empobrecidos. Sin embargo, ya caímos otra vez en un sistema que reproduce la adicción a las deudas. Deberíamos tener el valor de cuestionar esto. Francisco ha empezado a hacerlo, y ya se desataron en los Estados Unidos y en otros países muy capitalistas críticas despiadadas a la Evangelii Gaudium, cuando el Santo Padre lo que ha querido hacer –y lo que va a seguir haciendo– es sacudir las conciencias para que se puedan buscar caminos de solución.
No le debemos tener miedo al Evangelio. Que el Evangelio entre en la política es necesario. Que el Evangelio entre en la economía es necesario. Que el Evangelio entre en la cultura es necesario. Porque no se trata de clericalizar la economía o la cultura o la política. No, se trata de eticizar (aunque la palabra no exista), o sea, de poner la ética allí dentro, porque es la que se ha marginado; usando un lenguaje economicista, se ha privatizado.
Allá en los años 90, empezaron las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) para América Latina. No debemos olvidar que en la década de los 80 vino el gran descalabro incontrolable de la deuda externa, cuando ocurrió un derrumbe terrible en la economía mejicana que después se llamó “el efecto tequila”, o sea, que ese efecto fue generalizándose.
Entonces, el Fondo Monetario Internacional, cumpliendo su misión, aplicó los ajustes estructurales de la economía en la década de los 90. Fue una década de mucho sacrificio y de mucha dificultad en nuestro continente, pero se llegaron a sanear, por lo menos, los índices macroeconómicos en muchos países. Yo me reía porque esa receta la volvieron a aplicar a partir del 2008 en Europa.
La llamaban “austeridad”, pero es lo mismo. Hoy día los países protestan contra la austeridad. Eso es un error: la austeridad es una virtud cristiana. Cómo vamos a querer desarrollar un mundo sin ética. Lo que pasa es que lo que se generalizó y se globalizó fue la corrupción.
Entonces, hoy día se necesita volver a la ética, porque la ética no es algo que la Iglesia quiera imponer como un sombrero o como una camisa de fuerza. No, la ética brota de lo hondo del ser humano, de esa profundidad, de esa “roca del Ser”, de la cual hablábamos; de ahí brota la ética, respondiendo a dos preguntas esenciales: ¿quién soy yo? y ¿para qué vivo? Estas dos preguntas son ineludibles, y si se las hicieran los autores de este desastre económico que vivimos, las cosas serían muy distintas.
Fuente:
Entrevista de Miguel Estupiñán para la revista Vida Nueva.