50 años después del Vaticano II: “Un soplo de aire fresco no vendría mal”
El periodista y antiguo redactor jefe del semanario Echo Illustré (hoy Echo Magazine) ha vivido la evolución de la Iglesia dentro de la institución. Hoy, es el director de la publicación Choisir y ha desarrollado una visión crítica de la institución.
En la época del Concilio, usted era un veinteañero. ¿Cómo recuerda el evento?
El Concilio comenzó quince días después de que yo ingresara en la Compañía de Jesús. Estaba muy motivado y albergaba muchas expectativas.
Pero debemos reconocer que, al principio, reinaba un gran escepticismo. Juan XXIII, que acababa de ser nombrado, era un Papa anciano, conocido por su impecable trayectoria como nuncio apostólico, un hombre de mundo, algo regordete y un poco solapado. En resumen, un diplomático en todo su esplendor…
Fue una inmensa sorpresa que, a los tres meses de su nombramiento, convocara el concilio. Pero la Curia Romana conspiró para despachar cuanto antes el asunto. No había mucha convicción. Y quienes confiaban en el concilio temían que condujera solo a debates homéricos y estériles, pero no a una apertura de la Iglesia.
Lo más visible después del Concilio fue el cambio de rito, con el abandono de la misa en latín y una relación más cercana entre sacerdote y feligreses. ¿Qué opina de estas reformas?
Respecto al abandono del latín, cabe precisar que el concilio no hizo sino ratificar un movimiento que había comenzado bajo el papado de Pio XII. Lo revolucionario fue que un sacerdote se volcara en sus feligreses.
Este cambio de rito es incontestablemente algo positivo. Antes del Concilio Vaticano II, no se comprendía nada en la misa. Luego, los feligreses comenzaron a integrarse en la liturgia y también a tomar algunas iniciativas para darle más vida, para hacerla más verdadera.
El Concilio Vaticano II establece también un mayor respeto hacia las otras confesiones, sean cristianas o no.
El reconocimiento de las otras religiones es, en efecto, un punto crucial del Concilio Vaticano II. La Iglesia Católica Romana, que fuera tan pretenciosa por no decir imperialista, reconoció que no tenía el monopolio de la verdad. Ese concilio sentó un hito en la actitud de Roma frente a las otras confesiones. Las respetamos todas, sin condenar ninguna.
Dentro del cristianismo, el Concilio Vaticano II marcó también un incipiente acercamiento al protestantismo y la ortodoxia. ¿Dónde nos hallamos medio siglo después?
De forma global, se aunaron muchos esfuerzos en materia de ecumenismo. Se logró un acercamiento con las Iglesias reformadas. Respecto a los ortodoxos, el último día del Concilio se revocó la excomunión mutua entre Roma y Constantinopla. No es que católicos y ortodoxos se hayan reconciliado totalmente, pero al menos no se mandan al diablo, lo cual constituye un gran avance.
El acercamiento con los anglicanos fue mayor e incluso hubiera podido desembocar en una reunión. ¿Por qué terminó en fracaso?
La ordenación de las mujeres como sacerdotisas o incluso como obispas paralizó las cosas. Pero también causó problemas entre los anglicanos, tras lo cual algunos se convirtieron al catolicismo.
Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia quiso reanudar con la modernidad. Medio siglo después, cuestiones como la ordenación de las mujeres, el celibato o negar la eucaristía a los divorciados parecen un poco retrógradas.
El lugar de las mujeres es el próximo gran debate en el seno de la Iglesia. El lugar que se les otorga no es el que debería ser. Percibimos entre las mujeres una amargura que roza la cólera. Y los feligreses no comulgan con la actitud de la Iglesia hacia los divorciados, cuando el divorcio es hoy una práctica común y corriente.
Permitir que los sacerdotes contraigan matrimonio es un asunto urgente en algunas partes del mundo. En África, es casi obligatorio que un padre tenga una mujer a su lado, de lo contrario se le puede considerar homosexual, algo muy mal visto en la población local.
Frente a tales problemas, ¿no ha llegado la hora de convocar un nuevo concilio?
Un Concilio Vaticano III basado en el modelo del Vaticano I y II es prácticamente imposible. No digo que nunca tenga lugar, pero actualmente plantea cuestiones de logística extremadamente complejas derivadas del número de personas que habría que invitar; significaría reunir a 20.000 personas en un mismo lugar.
La solución reside sin duda en organizar concilios regionales, por ejemplo, a escala continental. África podría acoger un concilio cuyas conclusiones se aplicarían, primero, al continente. Y luego se vería si pueden transferirse a otros contextos.
Juan XXIII declaró que el Concilio Vaticano II consistía en “abrir las ventanas y dejar entrar un poco de aire fresco” en la iglesia. ¿Y hoy, lo necesitaría también?
Un soplo de aire fresco no le vendría mal. E incluso un pequeño golpe de viento. Y por qué no un gran golpe de viento… (risas)
Entrevista publicada en swissinfo.ch