Iglesia y tentación restauracionista
No es mala la idea de restaurar lo que está roto, deteriorado o estropeado; sin embargo el restauracionismo nostálgico, sueña con modelos obsoletos, que aunque tuvieran éxito antaño, es un trabajo que mira más al pasado que al futuro y que se instala en la placidez del recuerdo, de aquellos tiempos mejores para criticar el presente y justificar la escasa iniciativa y creatividad para el futuro. Y ningún tiempo pasado fue mejor.
Juan Rubio:
Echando un ojo a muchas de las iniciativas pastorales de diócesis o congregaciones religiosas se advierte un velado tono de restauracionismo, poco acorde con el tono evangelizador que se pretende y que invita a una presencia nueva en los nuevos escenarios que el siglo XXI ha levantado en la cultura, la economía, la educación, la comunicación o la política. Esto no es ya lo que era.
El giro es más de pensamiento que de formas. A veces parece que lo que hoy vertebra muchos de los planes pastorales son los eventos del pasado que se celebran con tono de “restauración”.
Hay jóvenes hoy, deslumbrados por el coleccionismo, que buscan restaurar el oropel, la vestimenta litúrgica, sacando del museo lo que en el museo debiera permanecer. Es una falta de confianza en la propia imaginación pastoral. Se intenta buscar un aniversario, una fecha del calendario o una figura histórica para rellenar un plan pastoral y, desde ahí, darle vueltas a las cosas. Se nota falta de ideas, imaginación y creatividad en las grandes líneas de pensamiento desde donde habría que caminar.
No sé si hemos advertido bien sobre lo que dice el epígrafe del Sínodo sobre la Nueva Evangelización. Dice que hay que abordar en serio cómo transmitir la fe a las futuras generaciones. Y habría que empezar por el lenguaje, el símbolo y algo más impactante, que llegue más al centro de interés del joven de hoy.
La tendencia al restauracionismo es una tentación que aflora de vez en cuando. Restaurar viejas formas, evocar eventos del pasado, colorear imágenes en sepia, añorar tiempos de masas y oropeles, soñar en escenarios que tuvieron su contexto…
Hay un excesivo afán de petrificar el pasado. Hay palabras que se ponen de moda y en los planes pastorales se ajustan con calzador para ir de modernos. Cuando falta la imaginación pastoral, todo es recuerdo, añoranza y viejas glorias que acuden al calendario, olvidando, a veces, el espíritu que los movió.
No puede reducirse todo a rellenar huecos de agenda, pasear reliquias de santos o traer desde el recuerdo efemérides buscadas con lupa en los anales propios. La naftalina sustituye al olor fresco de la alborada de un nuevo milenio que es recibido con prevención.
El miedo a lo nuevo se instala con fuerza, provocando la nostalgia. San Agustín lo decía muy claro: “El pasado ya no es y el futuro no es todavía”. El pasado es un prólogo, un trampolín, no un sofá cómodo.