Juan Pablo II beatificó a sacerdote católico casado con 6 hijos
Ejerce su ministerio en su ciudad natal; después es enviado a la misión católica de ucranianos que emigran a Yugoslavia. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) es capellán de los soldados ucranianos que combatían contra las tropas bolcheviques. Contrae matrimonio y tiene seis hijos. Se le encomienda la parroquia de Peremychlyany en Lvov (1922), cuyos habitantes son mayormente judíos. Propicia el amor a la Sagrada Eucaristía y la devoción a María Santísima; organiza congresos eucarísticos y peregrinaciones, concede especial atención a niños y jóvenes. Atiende junto con su esposa y en su casa a niños huérfanos.
Tras la invasión de las tropas nazis, los judíos comenzaron a ser perseguidos y exterminados. En ese momento, el padre Emilian Kovtch bautizó a los judíos en masa para salvarles la vida, a pesar de que estaba terminantemente prohibido por la ocupación.
Fue detenido en diciembre de 1942 y encarcelado. Varias personalidades, entre los que se encontraba el metropolitano Andrés Cheptytsky, quien entonces era cabeza de la Iglesia ucraniana greco-católica, hicieron todo lo posible para alcanzar su liberación.
Pero el padre Kovtch mantuvo su posición, como lo testimonia este pasaje de su interrogatorio ante un oficial de la Gestapo:
–¿Sabe usted que estaba prohibido bautizar a los judíos?
–Yo no sabía nada.
–Y ahora, ¿lo sabe usted?
–Sí.
–¿Seguirá usted haciéndolo?
–Claro que sí…
En agosto de 1943, el padre Kovtch fue deportado al campo de concentración de Majdanek. Allí siguió celebrando la liturgia eucarística y confesando. En una carta dirigida a sus hijos, escribió: «A excepción del cielo, éste es el único lugar en que quisiera encontrarme. Aquí todos somos iguales: polacos, judíos, ucranianos, rusos. Soy el único sacerdote. Cuando celebro la Liturgia, rezan por todos. Cada uno en su idioma. ¿Acaso no comprende Dios todos los idiomas?».
Según los archivos del campo de concentración, falleció el 25 de marzo de 1944. La víspera de su muerte, escribía a los suyos: «Ayer fueron ejecutados cincuenta prisioneros. Si yo no estuviera aquí, ¿quién podría ayudarles a pasar un momento como ése? ¿Qué más podría pedirle al Señor? No os preocupéis por mí. Alegraos conmigo…».