Padre y sacerdote con hijo seminarista
A los 22 años Roman Hamrastey comenzó a estudiar en Ucrania para ordenarse sacerdote./b> En el cuarto año de estudio se casó con Tatiana cumpliendo la tradición bizantina. “La mayoría de los seminaristas se casan, tan sólo un 5% continúa célibe”, explica este párroco de las iglesias San Ramón Nonato en Málaga y la Divina Pastora de Marbella. Tuvo dos hijos y se hizo cura. Desde entonces ha podido compartir su labor como padre con la atención a la feligresía.
“Como todos los padres estaba feliz, podía ser sacerdote y tener un hijo, algo que se lleva bien, pero creo que el sacerdocio célibe es de mayor entrega para la Iglesia, porque puedes dedicarle las 24 horas del día”, dice Roman, que asegura que en su país “somos libres para elegir, ni el rector ni el formador te condicionan para elegir o no el matrimonio”. Él decidió compartir su corazón y reconoce que Tatiana (su esposa) ha sido su ángel. “Me ayuda muchísimo, está muy implicada, organiza actos, atiende a la gente, da catequesis”, relata el sacerdote.
“Cuando tienes una fe muy profunda y ésta se basa en el amor, lo profesas igual a un hijo que a un vecino”, asegura Roman
En un hogar con valores religiosos tan arraigados era difícil mirar para otro lado, pero Vladimir Hamrastey no quería ser sacerdote en su niñez. Su afán era convertirse en abogado. “Yo siempre decía que no quería ser como mi padre” hasta que “descubrí mi vocación y me sacudieron las dudas y hablé con mi padre”, relata este chico de 19 años.
Pero Roman no quiso influir en la trascendental decisión de su primogénito. “Mi padre nunca me dijo que me planteara la vida como él, de hecho, siempre me inculcó que el sacerdocio es algo muy serio, no es una broma”, cuenta Vladimir. Sin embargo, su padre le acompañó al seminario, hablaron con los responsables y recabaron información sobre la carrera de teología y la vida en las instalaciones malagueñas. Y durante el Camino de Santiago, Vladimir supo finalmente que su destino iba a ser convertirse en cura por el rito latino, es decir, célibe.
“Yo sé que ésta es mi vocación y si no dudo de que es mi verdadero camino nunca estaré infeliz, sobre todo porque confío en el Señor”, dice este joven seminarista que asegura no ser más dura esta opción que otras. “Una vida de casado tampoco te garantiza la felicidad, la clave está en tener seguridad, además siendo sacerdote ya eres un padre espiritual que tiene que acudir a mucha gente”, añade.
El año pasado hizo el curso introductorio y este año está en primero de carrera. Es el más joven del seminario y su aspiración es convertirse en seis años en sacerdote de la diócesis de Málaga.