Las responsabilidades de los medios, según diario oficial del Vaticano

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10.00 a m| CIUDAD DEL VATICANO, 02 ago. 11 (L´OSSERVATORE ROMANO/BV).- El 150º aniversario, celebración importante para cualquier diario, tanto más lo es para un periódico singular como “L’Osservatore Romano”, como lo definió con exactitud hace medio siglo, en el centenario, Giovanni Battista Montini, quien dos años después se convirtió en Pablo VI. Y ello sobre todo porque histórica e institucionalmente está ligado a la Santa Sede. Un vínculo que Benedicto XVI ha querido subrayar de nuevo con un mensaje y, más aún, con una visita personalísima y de por sí muy expresiva a la sede del periódico.

Como en otras circunstancias desde que, inmediatamente después de los Pactos lateranenses, “L’Osservatore Romano” entró en el Vaticano, el gesto del Papa —auténtico encuentro del editor con su cabecera, don que permanece en el corazón y en la mente de quien tiene el honor de trabajar ahí— ha brindado la ocasión de reflexionar sobre la responsabilidad del periódico, pero más en general de los medios de comunicación. En una época de radicales transformaciones y en un momento de crisis, sobre todo de los tradicionales: no sólo porque se angustian ante la competencia de la televisión y el crecimiento rapidísimo de la información difundida en la red global, sino por la multiplicación de episodios que evidencian su preocupante degeneración.

Emblemático de esta tendencia es el escándalo que, en el Reino Unido, ha envuelto a “News of the World” y ha provocado su cierre tras casi ciento setenta años; pero, en general, precisamente el brote en varios países de los aspectos más inescrupulosos de ese cuarto poder representado de forma memorable por Orson Welles, puede explicar en parte el desapego de un número de lectores cada vez mayor, disgustados o desilusionados. Como siempre, en el panorama general las luces se alternan con las sombras: la cultura hoy está más difundida, aunque esto comporta una disminución del nivel también de los medios, la multiplicación de las informaciones apremiante y sin precedentes en la historia hace mella en las capacidades críticas, mientras frecuentemente el sensacionalismo y el protagonismo de muchas cabeceras no se equilibran por los mecanismos de control de una política no raramente demasiado débil.

En este marco, tampoco la información sobre la Iglesia católica, hasta el Vaticano II reducidísima y desde entonces transformada en un fenómeno relevante, se sustrae del claroscuro. El crecimiento ha sido indudable, si bien en los últimos años parece muy atenuada la voluntad de comprender una realidad no fácil de representar en un mundo global vasto y variado, que en cambio está interesado y al mismo tiempo desprovisto de instrumentos interpretativos adecuados respecto a las religiones.

A las incomprensiones se han añadido oleadas informativas —por ejemplo, a propósito de los abusos cometidos por sacerdotes en menores— que, aún no benévolas y a veces degeneradas en campañas de prensa injustas o sumarias, de hecho han ayudado al proceso de purificación y de renovación de la Iglesia, siempre necesario, como ha recordado Benedicto XVI con valentía ejemplar. Otras veces, en cambio, el sensacionalismo se acompaña al gusto de presuntas intrigas sobre el gobierno de la Iglesia condimentadas de indiscreciones más o menos inocentes, y así la información, a menudo no desinteresada, prescinde de la sencilla lógica, y sobre todo de la realidad.

En cambio precisamente es hacia la realidad donde debe mirar la información y por lo tanto los medios, antiguos y nuevos, en la búsqueda de representar un mundo complejo y un panorama internacional cuyas grandes cuestiones —especialmente aquellas ajenas a las sociedades occidentales— a menudo se descuidan, si no incluso se ignoran. Así que la responsabilidad de todos es enorme, y hay que afrontarla. En un esfuerzo informativo que debe no sólo intensificarse y extenderse, sino sobre todo ayudar a comprender lo que verdaderamente es importante.

Imagen: Cabecera del editorial de L’Osservatore Romano.

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