El diálogo sustituye a la condena
A juicio de los críticos, el Papa se equivoca cuando limita su crítica a las degeneraciones del post-concilio. En efecto, el Vaticano II – siempre a su juicio –, no ha sido sólo malinterpretado y aplicado: fue él mismo portador de errores, el primero de los cuales fue la renuncia de las autoridades de la Iglesia a ejercer, cuando es necesario, un magisterio de definición y de condena; es decir, la renuncia al anatema, para privilegiar el diálogo.
El Anatema, era una sentencia que expulsaba a un hereje del seno de la sociedad religiosa; era pena aún más grave que la excomunión. Su significado originalmente procede del griego, como una “ofrenda” a los dioses; posteriormente vino a significar:
*Estar formalmente separado,
*Desterrado, exiliado, incomunicado o innominado, a veces malinterpretado con el significado de maldito.
Era la máxima sanción impuesta a los pecadores; no solamente quedaban excluidos de los sacramentos, sino que desde ese momento se les consideraba destinados a la condenación eterna.
El Antema y la condena, no están incluidas en el Pontificale Romanum posterior al Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II dio paso de una Iglesia arca de salvación, a una Iglesia sacramento de salvación, en diálogo con las otras Iglesias y con las otras religiones de la humanidad, en pleno reconocimiento de la libertad religiosa. De una Iglesia señora y dominadora, madre y maestra universal, a una Iglesia servidora de todos y en especial de los pobres, en los que reconoce la imagen de su Fundador pobre y paciente.
Algunos de los tradicionalistas critican el “espíritu de Asís”, a su juicio, es parte de la confusión más general que está disgregando a la doctrina católica y que ha tenido origen a partir del Concilio Vaticano II.
Los críticos del diálogo:
En el plano histórico, el profesor Roberto de Mattei, en su libro: “Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta” (El Concilio Vaticano II. Una historia jamás escrita), dice que los hombres y las vicisitudes que produjeron el Concilio Vaticano II, tuvieron la intención deliberada – y lograda – de romper con la doctrina tradicionalista de la Iglesia Católica, en los puntos más esenciales.
En el plano teológico, un conocido crítico tradicionalista de Benedicto XVI es Brunero Gherardini, canónico de la basílica de San Pedro, concluía su artículo (Concilio Vaticano II. Un discurso a elaborar), con una “Súplica al Santo Padre”, en la que pedía que se sometieran a examen los documentos del Concilio y se aclarara en forma definitoria y definitiva “si, en qué sentido y hasta qué punto” el Vaticano II estuvo o no en continuidad con el anterior magisterio de la Iglesia.
Otro gran crítico de Benedicto XVI es Enrico Maria Radaelli, filósofo y teólogo, discípulo del mayor pensador tradicionalista del siglo XX, Romano Amerio. Las críticas no son sólo por haber convocado a un nuevo encuentro interreligioso en Asís o por haber dado vida al “Patio de los gentiles”, ambas iniciativas juzgadas como fuente de confusión. La mayor culpa cargada al papa Ratzinger es la de haber renunciado a enseñar con “la fuerza de un cetro que gobierna”. En vez de definir la verdad y condenar los errores, “se ha puesto dramáticamente disponible a ser criticado también, no pretendiendo ninguna infalibilidad”, como ha escrito él mismo en el prefacio a sus libros sobre Jesús.
De Mattei, Gherardini y Radaelli no están solos. El libro de Gherardini, del año 2007, tiene el prefacio del arzobispo de Colombo, hoy cardenal, Albert Malcolm Ranjith. Y otro obispo, Mario Olivieri, de Albenga-Imperia, ha escrito que hay que unirse “toto corde” a la súplica al Papa con la que termina el volumen, para volver a examinar los documentos del Vaticano II.
Imagen: (Reuters) Benedicto XVI en la plaza de San Pedro