Leon Tolstoi, un hombre santo a 100 años de su muerte
Y, sin embargo, a pesar de su éxito, Tolstoi estaba obsesionado por una enfermedad subyacente: el ansia por encontrar un sentido más profundo de la vida. Se hallaba afectado por la vieja sospecha de que estos sentimientos de vacío eran desconocidos entre los campesinos. Emulando sus vidas de pobreza, trabajo y simple fe, esperaba hallar el secreto de la felicidad que de otra manera parecía eludir a los miembros de la clase privilegiada.
Así, Tolstoi profesó en forma pública su retorno a la fe ortodoxa. Éste se reflejó de inmediato en la naturaleza de sus escritos. No sintió que fuese apropiado, ya, escribir novelas “vanas”. Sus escritos futuros debían servir a sus convicciones religiosas. Pero se vio envuelto asimismo en tensiones personales y públicas y controversias, comenzado por su vida familiar, Sonia, la madre de sus trece hijos, que había servido fielmente como asistente literaria tanto como esposa devota, halló imposible simpatizar con sus obsesiones religiosas. Encontraba que Tolstoi estaba desatendiendo de manera imprudente el bienestar y los intereses de su propia familia.
Esta discordia era sólo un íntimo reflejo de la lucha interna del propio Tolstoi. Esta lucha por obtener coherencia entre sus ideales y su vida continuó sin disminución por el resto de sus días. Su estudio de los Evangelios lo llevó de manera creciente a la convicción de que la verdadera esencia del cristianismo se hallaba recubierta por una costra debido al dogmatismo, al ritual y la subordinación a la autoridad secular. El corazón del Evangelio, en su opinión, había que hall arlo en el Sermón de la Montaña, con temas tales como el de la presencia del Reino de Dios dentro de cada alma, el consejo de la pobreza voluntaria y la no resistencia al mal, y la “ley del amor”. Atacó a la Iglesia ortodoxa por desatender estos principios y, como represalia, fue excomulgado en el año 1901.
Tolstoi donó su propiedad a sus hijos, renunció a los derechos de sus escritos religiosos, se vistió como un campesino y se dedicó a trabajar varias horas por día en el campo. En su obra ¿Qué debe hacerse? había enunciado en forma clara su filosofía de que era necesario ganarse la vida por medio del trabajo, la convicción de que cada persona debía llevar a cabo alguna labor física para mantener su existencia. La filantropía no era suficiente. Ésta podía compararse, dijo, a un hombre montado sobre un caballo sobrecargado, que intenta aligerar el peso del animal, sacando unas pocas monedas de su bolsa cuando lo esencial seria desmontar.
Tolstoi escribió de forma extensa sobre la filosofía de la no violencia y la desobediencia civil. Entre sus ávidos lectores se encontraba un joven abogado indio de Sudáfrica, Mohandas Gandhi, que se volvería, indiscutiblemente, su discípulo e intérprete más efectivo. En cuanto a sí mismo, Tolstoi permaneció obsesionado por la noción de que él estaba meramente actuando su papel como cristiano.
El 28 de octubre de 1910, a los ochenta y dos años, Tolstoi escapó de su hogar, acompañado sólo por el médico de la familia. En una nota a Sonia escribió: “Hago lo que la gente de mi edad hace a menudo: abandonar el mundo para pasar mis últimos días sólo y en silencio.” Esta extraña huida hacia la soledad no lo condujo lejos. El 10 de noviembre cayó enfermo mientras viajaba en tren. Se detuvo en Astapova y fue llevado a la casa del jefe de estación. Allí se descubrió su identidad rápidamente. En pocos días una muchedumbre de discípulos, curiosos, periodistas y miembros de la familia habían convergido en este oscuro pueblo para estar presente a lado del lecho de muerte de un gran hombre. Sus últimas palabras fueron: “Buscar, siempre buscar.” Murió el 20 de noviembre de 1910.
Imagen: Óleo sobre lienzo. 124 × 88 cm. Galería estatal Tretiakov, Moscú.