A PROPÓSITO DEL CASO RICHARD SWING. EL PAPEL DEL BUFÓN EN LA HISTORIA DEL PODER POLÍTICO
Si hiciéramos una mirada a vuelo de pájaro por la historia del poder político, veríamos, seguramente con asombro por su frecuencia, la cercanía entre el todopoderoso gobernante y un sujeto llamado el bufón. El bufón es un personaje cómico, que ha deleitado a los monarcas desde la antigüedad en muchas de las cortes del mundo, y tragicómico a la vez por su naturaleza marginal. Es escuchado y prohibido, es deseado cuando el gobernante lo acoge en su círculo más íntimo, y es odiado precisamente por eso. El bufón ha merecido la atención de filósofos, grandes artistas y por supuesto, de los propios gobernantes, que, en medio de las grandes decisiones políticas, militares y económicas que tomaban a diario, pues, necesitaban un poco de diversión y esparcimiento.
La figura del bufón tiene referencias en el antiguo Egipto, Grecia y Roma. El emperador romano Augusto tenía varios a su servicio y tuvo que desterrar a uno de ellos (Pilades) por alborotar el orden público. Pedro el Grande, el gran zar ruso, contrató como “bufón real” al bufón más famoso de la historia, Jan Lakosta, dándole luego un gran reino dentro de sus dominios. Estuvo a punto de darle Siberia, pero fue disuadido por sus asesores reales de no hacerlo.
En la cultura, no ha sido menor su presencia. Una de las más famosas óperas, repetida en muchos teatros del mundo, es “Rigoletto” de Giuseppe Verdi, basada en la obra de Victor Hugo “El rey se divierte”, a su vez basada en la historia del rey francés Francisco I y el bufón Troboulet. En la ópera, Rigoletto es un bufón que intenta matar a su amo el Duque de Mantua en venganza por seducir a su preciada hija Gilda, siendo ella quien al final da su vida por su amado, cumpliéndose así una maldición previa contra el bufón por incitar al duque a apresar y matar a varios cortesanos. El escritor español Francisco de Quevedo, dejó escrito: “Costumbre antigua de príncipes, tener cerca de sí locos para su entretenimiento”. El famoso pintor de la España del siglo XVII, Diego Velásquez, dejó una galería de enanos y bufones de la corte de los Austrias españoles. El no menos extraordinario escritor inglés, William Shakespeare, en su tragedia “El rey Lear”, incluye a un bufón, quien en medio de la tragedia absoluta en que vive el rey por sus propios errores, lo entretiene a la vez que le hace ver la estupidez de sus acciones. Hasta el filósofo alemán Theodor Adorno haría una definición del bufón: “En el parecido de los payasos con los animales se ilumina el parecido del hombre con el mono: la constelación animal-loco-payaso es uno de los fundamentos del arte”.
En estos días, en nuestro país, una bufonada lanzada por una persona, ufanándose de su cercanía con el máximo mandatario y de haber sacado de su puesto a una ministra, en el contexto de una opinión pública devastada por una pandemia que la encierra en sus hogares y destruye toda su capacidad adquisitiva, ha hecho ver cuán actual y peligrosa puede ser esa relación, de la que parece trascender poco a poco, un vínculo personal de antigua data. Al exponerla al escrutinio público y deslizar sospechas de ilicitud directamente a la primera magistratura, no hace falta adivinar por dónde se romperá la soga, pues tiene que hacerse y pronto.
Lo que sí podemos decir es que la función social del bufón ha cambiado: si en el pasado humanizaba la naturaleza “divina” de los reyes ante sus súbditos, hoy con frecuencia suelen ser, a cambio de pingues favores, parte del lado oscuro dentro del máximo nivel de gobierno. Y eso, ya no es divertido.