LA GUERRA DE PUTIN PASA A MODO EXISTENCIAL
Con el bombardeo masivo a ciudades ucranianas, el cuasi ingreso de Bielorrusia en la guerra y la amenaza nuclear, Vladimir Putin viene transformando su “operación militar especial” en un conflicto regional en raudo camino a uno de dimensión global con riesgo nuclear inminente. Y al mismo tiempo, sus retrocesos en el campo de batalla lo ponen en el siguiente dilema existencial: desaparece Ucrania o desaparece su gobierno. Para él, la decisión es obvia.
En primer lugar, esto cambia de raíz la naturaleza de la guerra y la hace concerniente a toda la humanidad. No podemos ser indiferentes al riesgo nuclear y se requiere, desde todos los rincones del planeta, expresar una posición clara de un cese inmediato del fuego y de la invasión. El Papa Francisco, consciente del peligro que corre la humanidad, se ha dirigido directamente al Presidente de la Federación Rusa “suplicándole que detenga esta espiral de violencia y muerte”. Doce días después, el zar ruso sigue lanzando sus misiles.
En segundo lugar, este es precisamente el nudo del problema. La invasión sólo se explica por los anhelos imperiales de un autócrata empeñado en ser dueño del mundo. Su régimen ha dejado de ser democrático hace tiempo y es una dictadura con fachada electoral con la anuencia de la comunidad internacional. Así que las derrotas militares significan para Putin que ahora se trata de supervivencia o muerte política, de victoria o de caída del poder.
El origen de la guerra no es pues un asunto militar sino político, y es así como ha debido abordarse desde el inicio. La habilidad de Putin ha consistido en centrar el conflicto en el plano militar, que es el escenario que mejor le aviene porque usa su arsenal nuclear como arma de extorsión.
Debe saberse que la población rusa no respalda a su gobernante en esta guerra absurda. Los varones en edad de combatir salen del país a raudales. La represión interna se ha multiplicado. Sus fuerzas armadas carecen de la moral de combate por ser conscientes del afán personalista de la invasión.
Y lo que es más asombroso: sus fuerzas armadas son ridiculizadas por los propios políticos extremistas rusos afines a Putin como el checheno Kadirov quien dice cosas como esta: “Si dependiera de mí degradaría a Lapin (general ruso que perdió el control de Lyman) a soldado raso, le retiraría sus medallas y le enviaría al frente para limpiar su vergüenza con sangre”. Cuatro días después, Kadirov es nombrado coronel general del ejército (sin ser militar de carrera). Vaya manera de motivar a sus fuerzas armadas y de propiciar la unidad político-militar en plena guerra.
Ese mismo Kadirov pidió que Rusia use “armas nucleares de baja intensidad dados los recientes reveses en el campo de batalla”. Y el expresidente ruso Dimitri Medvédev dijo hace unos días “el objetivo de nuestras futuras acciones debe ser el completo desmantelamiento del régimen político de Ucrania”, el mismo que en junio ironizaba: ¿quién dice que Ucrania existirá en dos años?
En resumen, la continuidad de la guerra está definida por la supervivencia política de Putin mediante una victoria militar y la desaparición de Ucrania, estando dispuesto a todo para lograrlo.
Ante ello, estando en riesgo la existencia de la propia humanidad, ya no se puede tratar a Putin como un gobernante democrático. Él ha pasado a ser un criminal de guerra y parece no tener ningún reparo en presionar el botón nuclear. Putin ya no debe ser reconocido como autoridad legítima ni como representante del pueblo ruso y deben realizarse de inmediato todas las medidas políticas y diplomáticas para propiciar que no continue como gobernante. Los países democráticos deben retirar sus embajadas de Rusia y deben suspenderse las relaciones diplomáticas con ese gobierno hasta el retorno de un régimen democrático real. Se debe declarar una amnistía a los militares rusos que desistan de obedecer al tirano.
El otro gran tema del conflicto es que China no puede seguir con esa “neutralidad pro-rusa”. ¿Cree China que el conflicto no afecta su posición en la escena internacional? ¿Cree China que una escalada nuclear no la afectará? ¿Cree que mientras los demás se desgastan ella saldrá victoriosa e indemne? El dilema de esta guerra ya no es Este versus Oeste, o unilateralismo contra multilateralismo, sino uno de supervivencia o destrucción del mundo tal y como lo conocemos.
Un conflicto nuclear es la destrucción mutua asegurada. Por lo tanto, aquí también es imperativa una acción política global dirigida a exigir a China una condena explícita de una escalada nuclear y de retirar el apoyo velado que brinda a Putin. Esperamos que Xi Jinping pueda demostrar en el XX Congreso del Partido Comunista Chino que tiene la estatura de líder global de la paz con el poder para cambiar el curso de este conflicto.
En esta guerra ya está en juego la existencia de la humanidad, de Ucrania y del gobierno de Putin simultáneamente. Sabemos cómo debe desatarse ese nudo.