TEORÍA DEL PODER ORIGINARIO
Por Segundo Vicente Sánchez Vásquez
La ciudadanía es la fuente originaria del poder político. Incluso cuando éste es delegado a los representantes elegidos que conforman el poder constituido no deja de pertenecer a aquélla, y en consecuencia, el poder constituyente jamás queda suspendido pudiendo ejercerse directamente desde la sociedad.
Es menester hacer una crítica escatológica, mortal, a la distorsión que se ha producido desde Maquiavelo por lo menos (en su obra “El príncipe”), al definir el poder político como uno exclusivamente estatal, desligándolo de su origen que es la voluntad popular, y orientándola como una actividad especializada de los “políticos”, quienes serían los príncipes modernos, los “únicos” que “saben” ejercerlo. Así, prácticamente en toda la era moderna de la humanidad se ha enajenado a los ciudadanos de una actividad a la que nunca se puede renunciar o evitar pues el poder político es inherente a su condición humana en tanto sujetos conscientes que deciden su destino.
Entonces, ¿qué es la política? Es imperativo replantear su significado. Necesitamos reconvertirla en una actividad humana que se desarrolla simultáneamente en tres dimensiones: en cada individuo (en su condición de ciudadano), en la sociedad y en el Estado. De esta manera, la política no puede circunscribirse a la acción de alcanzar y ejercer el poder estatal. La incluye pero se proyecta desde las personas y las sociedades. En el ciudadano, la política es el proceso personal de llegar a ser un actor consciente en la búsqueda de la prosperidad y el bienestar individual y colectivo. En la sociedad, la política será el proceso social de buscar el bien común y de construirse como una comunidad nacional a partir de su evolución histórica.
Esta nueva concepción tiene efectos significativos en la teoría y práctica de las organizaciones políticas, ya que no pueden ser vistas únicamente como maquinarias para alcanzar y ejercer el poder estatal, sino que además, tienen que ser organizaciones en la sociedad que generen nuevos líderes, que formen corrientes de pensamiento y acción en la propia sociedad, que sean la expresión viva y actual de la historia y las culturas de esa comunidad nacional, y sobre todo, que recojan y expresen los intereses y necesidades de los ciudadanos.
Esta arquitectura trinitaria de la política (ciudadanos, sociedad y estado) redefine la naturaleza de los partidos políticos. Sí, tienen que prepararse para ganar elecciones y para gobernar un distrito, una provincia, una región o una nación; pero además, tienen que ser escuela viva de líderes democráticos y libertarios, canales de voluntariado de acción social, espacios de expresión de la historia y la cultura nacional y comunal, y fuentes del flujo libre del pensamiento, los debates de ideas y el análisis de los nuevos avances científicos y tecnológicos.
Es a todas luces evidente que el ejercicio del poder político ha sido distorsionado por los políticos para su beneficio, despojándolo de su sentido histórico y reduciéndolo a una competencia coyuntural de grupos de poder que han convertido esta dinámica en un conflicto-espectáculo para desviar a la población del sentido esencial de la política estatal que es la gestión gubernamental para el bien común.
Urge que la política recupere su sino histórico, que en el caso del Perú, representa el ímpetu civilizatorio que por cinco mil años ha impulsado a los peruanos de todos los tiempos a intentar construir una sociedad desarrollada y próspera. Esto requiere conectar la política coyuntural con la historia y con la cultura. En otras palabras, la política es esa energía que impulse, desde los ciudadanos y la sociedad como comunidad nacional, un nuevo tipo de gobierno que deba ser él mismo expresión del legado histórico y cultural de las diversas generaciones que nos han antecedido, así como de la construcción de nuestro futuro en libertad, en democracia, con justicia e igualdad.