EL FIN DEL MARTILLAZO. ¿MORIR DE VIRUS O DE HAMBRE ES LA ÚNICA ELECCIÓN?

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La estrategia del “martillazo” muestra su agotamiento para detener al coronavirus en el Perú. Exitosa en las primeras semanas para evitar la propagación masiva del patógeno, ya muestra un enorme desgaste en su aplicación, que debe obligar al gobierno a un cambio sustancial de su estrategia. En un contexto en que la OMS dice que “lo peor está por llegar” y la ONU dice que el mundo está “al borde de una pandemia alimentaria”, se hace urgente que el gobierno decida un nuevo rumbo para los meses siguientes.

¿Por qué se rajó el martillo? Los grandes golpes al martillazo han venido en primer lugar por la persistente indisciplina de un sector de la población al no respetar las medidas de confinamiento, una de las primeras en aplicarse rigurosamente en América Latina. En segundo lugar, la enorme masa de independientes e informales (cuya subsistencia es prácticamente día a día) empieza a sentir en sus estómagos los efectos de la parálisis económica. Se suma ahora el éxodo de provincianos desde Lima a sus regiones de origen, ante la falta de recursos mínimos para subsistir en la capital. En cuarto lugar, la enorme debilidad del Estado para sostener la ayuda social a los más pobres (la indolencia burocrática que casi pierde 17 mil toneladas de alimentos de Qali Warma es casi una traición a la patria). Y finalmente, la fragilidad del sistema de salud pública nacional, que a la fecha ya colmó su capacidad para atender a los que llegan al último escalón de la enfermedad: las camas UCI para uso del ventilador mecánico. Seguramente, en los próximos días, los médicos peruanos estarán obligados a decidir quién vive y quién muere. Esa es nuestra realidad, no es solamente un problema médico. Es un problema integral y complejo propio de nuestra condición de sociedad aún en vías de desarrollo. Eso es lo que explica el fin del “martillazo”.

Hoy miércoles 22 de abril, el Perú ya superó el umbral de las 500 muertes. Es bueno recordar que el 06 de abril pasado no se llegaban a los 100 decesos, y el 26 de marzo apenas se contaban en nueve los fallecidos. Es decir y por poner un ejemplo, los fallecidos en la última semana (41 diarios en promedio) se infectaron en plena inmovilización social obligatoria, y todo indica que seguirá subiendo en las siguientes dos o tres semanas.

El virus se vuelve clasista y provinciano. Cuando el paciente cero llegó al Perú el 06 de marzo, se supo que uno de sus familiares era alumno del exclusivo colegio Newton de La Molina, lo que daba cuenta del alto nivel socioeconómico de quien trajo el virus al territorio nacional. El propio colegio suspendió sus clases tres días después. El 21 de marzo Surco y Miraflores eran los distritos con más casos (23 y 20 respectivamente). El 09 de abril era Jesús María el distrito de mayor número de contagios con 414 personas. Ayer 21 de abril, Essalud presentó su Mapa de Calor mostrando que San Juan de Lurigancho, San Martin de Porres y Villa El Salvador eran los distritos con más casos de nuevos infectados. Si además se agrega que la pandemia sigue en ascenso casi vertical, que ya se encuentra en todas las regiones del país, y que continuará el éxodo de provincianos desde Lima a sus lugares de origen, vemos que el virus se viene expandiendo a toda velocidad hacia los sectores más pobres de nuestra sociedad y a casi todas las provincias urbanas y rurales donde la atención sanitaria es más débil a medida que se alejan de la capital. Conclusión: no hay forma de achatar o aplanar la curva de infección (y los decesos) no ya en las próximas dos semanas, sino con seguridad en los siguientes 30 días.

Si a todo lo dicho le agregamos la renuencia de muchos ciudadanos en los sectores populares para asumir el distanciamiento social o medidas elementales de autoprotección e higiene, vemos que el riesgo de tener no un Guayaquil, sino varios Guayaquil en diferentes regiones del Perú es real y preocupante. Desearía estar totalmente equivocado pero las evidencias y la data dura no dejan lugar a dudas del escalofriante escenario que viene en los próximos días.

Una nueva estrategia. El Presidente Martin Vizcarra tiene la responsabilidad de trazar un nuevo rumbo para los próximos meses. Lo que tiene entre manos va más allá de elegir entre morir por el virus o morir de hambre. Tiene que presentar un esfuerzo de liderazgo político que demanda este nuevo tipo de guerra que estamos librando. Un liderazgo que le plantee al país un camino común para lo que queda de su gobierno, una suerte de Nuevo Pacto Nacional de Emergencia, basado en los siguientes cuatro pilares: acción cívico-estatal contra la pandemia, recuperación progresiva de la economía y las actividades de la sociedad, pacto por la seguridad y la libertad ciudadanas, y la renovación democrática del gobierno. Simbólicamente, es algo así como adelantar el Discurso a la Nación del 28 de julio a los próximos días.

El primer pilar se basa en la idea de demandar a la población el más grande compromiso cívico de toda nuestra historia republicana. Seguir confinando a la población en sus hogares no hará más que debilitar la paz social y la legitimidad del gobierno con una estrategia que ya hace agua por todos lados. Máximo puede pedir dos semanas más de esfuerzo (hasta el Día de la Madre el 10 de mayo). Tiene que ser la propia población la que asuma la obligación del distanciamiento social, y de la protección e higiene personal permanente. El principal vehículo es un shock comunicacional y la coacción legal. El gobierno tiene que lograr, a través de todos los medios de comunicación y día a día, que la población sea la que alcance niveles elementales de autodisciplina en la nueva etapa que se abre. Dado que la vacuna o la inmunidad de rebaño están lejos de conseguirse, y el confinamiento ya ocasiona hambre en millones de peruanos, no hay otra manera para enfrentar al virus en esta etapa. La población tiene que aprender de inmediato a cuidarse ella misma. El riesgo sólo es uno: la muerte. El esfuerzo del Estado tiene que enfocarse en cuidar la vida de las personas infectadas, especialmente de la tercera edad, y mejorar rápidamente la infraestructura de salud siquiera para poder recibir oxígeno y alcanzar camas UCI en los hospitales. Lo triste es que hoy ni siquiera esas dos cosas puede garantizar. Y cuidar al personal de salud porque un soldado menos en la primera línea del frente puede significar menos vidas recuperadas. También hay que ver la nueva evidencia médica sobre la letalidad del coronavirus por trombosis diseminada lo que podría dar un giro extraordinario a la forma de enfrentarlo.

El segundo pilar es que la economía tiene que abrirse progresivamente. La estructura productiva del país ha soportado bien la severidad de la cuarentena, pero la inmensa cantidad de micro y pequeñas empresas pueden estar al borde de la quiebra técnica, es decir, no la suspensión sino el cierre de sus actividades, además de llenos de deudas. Pero el mayor problema es que los millones de independientes e informales que sustentan su calidad de vida en sus ingresos día a día, ya están en el límite, y no hay más que ver los noticieros para dar cuenta que ya no aguantan más la inmovilidad económica. Tiene que abrirse la economía aunque en forma progresiva. Respecto al accionar del Estado, aquí también es una oportunidad para digitalizar el Estado a toda velocidad, especialmente la Educación Remota y los Servicios al Ciudadano en todas las entidades públicas que le permita tramitar por internet la mayor cantidad de procedimientos sin tener que salir de casa.

El tercer pilar es que no puede debilitarse la seguridad de la sociedad, y que en este proceso que tomará varios meses, algunas libertades constitucionales tienen que continuar limitadas. Las Fuerzas Armadas y Policiales vienen actuando a la altura de la responsabilidad que la Nación hoy les exige (lo cual explica el enorme respaldo ciudadano a las primeras), y deben continuar garantizando la seguridad del país con todas las herramientas legales posibles. Pero no se les puede exponer a la enfermedad sin la bioseguridad que necesitan para cumplir su labor. Por supuesto también hay que combatir severamente la corrupción que parece darse en las adquisiciones en ambos sectores. Soy un convencido que una sociedad sana es aquella en la que sus ciudadanos gozan de las libertades establecidas en nuestra Constitución, pero vivimos circunstancias excepcionales que requieren soluciones excepcionales.

El cuarto pilar es que la renovación del gobierno es esencial para el éxito de este proceso. El Presidente tiene que cortar de plano esas irracionales voces desde el Congreso de ampliar el mandato parlamentario hasta el 2022, de cambiar el esquema electoral a una sola vuelta planteado por algunos politólogos, o de otros cambios en la Constitución. En las actuales condiciones eso es inviable. Tendremos que hacer una buena reforma política ya en el período 2021-2026. Debemos garantizar por lo menos elecciones transparentes e intachables y un traspaso del poder pacífico y oportuno en el plazo previsto por la Carta Magna. A lo más, puede reducirse el período de elecciones internas y apostar por el voto electrónico. No podemos permitir que nuevamente los intereses menudos y miopes, que ya empiezan a expresarse sin vergüenza en el Congreso, quieran prevalecer aprovechándose de que los ojos del país están en superar la pandemia.

Epílogo. No son decisiones fáciles las que tiene que tomar el Presidente de la República. Hace unos años, alguien dijo que tuvo que elegir entre el cáncer y el sida para elegir un gobernante. Ahora, nuestra elección es de vida o muerte: entre el virus o el hambre. Pero como en ningún otro momento de nuestra historia, continuar viviendo depende muchísimo de los cambios inmediatos que haga cada persona para su propia supervivencia. Que Dios nos ampare.

#YoMeQuedoenCasa

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Vicente Sánchez Vásquez

Presidente del Instituto de Neurociencias para el Liderazgo. Abogado y Magister en Gerencia Pública.

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