Empezaste con La ciudad y el cuerpo

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Escucho que “La ciudad y el cuerpo” era un diario de narraciones

que pincelaba las emociones carnales y artísticas, y esas “rr” soberanas,

hiperbólicas de unos brazos voluminosos (que aun en el centro del mundo se deslucen)

Escucho que abrigaban las letras, la poesía, la lujuria (que arremetían ciudades y mares)

Escucho que Costa RIca era la cajita que a los diecisiete años despertó una música duradera

en ti

Llantos, sudor, ciudad, amores, expelían sin que la espalda se incordie

sin que la interrogante haga problema y cierre el enunciado

sin que la prisión de otros cuerpos escondieran la semilla nativa ardiente tuya

(que revelas aun en una nueva instancia, aplicación o hermandad)

Escucho que “La ciudad y el cuerpo” era un diario de narraciones

de cinco historias, de historias verdaderas

(una más, es la de hoy, en la cual la noche recuerda que el reloj de una madre se pierde, es One Art, de Elizabeth Bishop, que escribe que nada es un desastre, Write it!, ¡Escríbelo!; “La ciudad y el cuerpo” no es un desastre, ni tu vida, ni tú, ni el reloj perdido de la madre, ni los años, ni nosotros)

Escucho que tienes un nombre y que te estiman desde España, que te cela cada tiempo, que te aprecia un coloso de Rodas y que le importas al volcán Pululahua

y a la ciudad y al cuerpo lleno de bondad…

que despiertan ese diario revitalizante de  muchas narraciones (he, you, and mine, the past, the present, the future, let me know… more)

 

 

 

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