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Los sonidos que no quiero oír más
son aquellos que traen la nefasta guerra,
a los bombarderos nocturnos,
a la sin piedad sin-piedad.
Esos sonidos que alocan los oídos
y espantan al cuerpo
niega a los judíos hambre, vida, futuro.
Matan.
No hay sonido más negricruento que aquellos sonidos
voraces, desmedidos, abruptos,
tan mezquinos que un témpano de sangre amoratada de cadáver muerto
que se prolonga hasta 1945.
Esos sonidos son sonidos de muerte,
que alguna vez minaron nuestras mentes,
transformándonos en un trastocado material putefracto.