No pidas el pescado, así aprenderás a pescar. La revolución educativa debe empezar

La anunciada revolución educativa en la campaña electoral, estuvo ausente en el mensaje del 28 de julio del presidente Ollanta. El actual modelo educativo ha colapsado, por los resultados, somos penúltimos en los rankings mundiales de calidad educativa. Es la escuela la que forma al ciudadano. Los maestros que enseñan en las escuelas son formados en las llamdas universidades e institutos superiores pedagógicos. El Perú no cuenta con ninguna universidad acreditada internacionalmente. El círculo de miseria educativa continuará si no se toma medidas de una revolución educativa para romperlo.

El presupuesto que se destina a las llamadas universidades nacionales, va a un saco roto, por la razón, que un porcentaje (se estima el 95 %) muy alto de “catedráticos” que ocupan el cargo de PROFESOR PRINCIPAL, no cumplen con el requisito de haber hecho investigación, tal como lo exige la Ley Universitaria, sin embargo cobran un salario (estimado de 5,000 soles mensual) por una tarea que no corresponde a la asignada por la ley, mientras muchos egresados peruanos que si hacen investigación, se ven obligados a migrar al exterior, porque son esos profesores principales, quienes han establecido “grupos de poder” en los gobiernos universitarios para impedir que los talentos ocupen las plazas de profesor principal.

Son éstos profesores principales, que ilegalmente ocupan esos cargos, quienes no haciendo investigación, pero si, han convertido las plazas universitarias en sinecuras (facilismo) y prebendas (dádivas), son los que han impuesto como sistema de “acreditación” la corrupción académica, mediante la cual ascienden a los cargos de profesor principal sólo a sus allegados. Son ellos, quienes vienen dando la formación mediocre, en las diversas carreras y especificamente a los profesores de las escuelas, y son estos a la vez, que van a las escuelas y no formarán adecuadamente a las nuevas generaciones; y los escolares malformados, egresan de las escuelas secundarias, alimentando a las llamadas universidades, repitiéndose el círculo de miseria educativa.

Bastaría una sola medida política, para que el círculo se rompa, que no significará para el presidente Ollanta, hacerse problemas con sus técnicos de los ministerios, sobre el presupuesto de la república, todavía. Hacer cumplir la ley universitaria 23733, que estipula que quienes ocupen el cargo de profesor principal en las unversidades nacionales, debe haber hecho y hacer investigación, es decir, ostente: publicaciones en revistas científicas acreditadas internacionalmente (descubrimientos), o haber registrado patentes (inventos), o haber realizado proyectos de desarrollo de impacto regional (innovaciones), todos ellos en su especialidad y con al menos una antigüedad no mayor de siete años, periodo por el cual son nombrados, y luego deben ser ratificados o separados del cargo, según lo estipula dicha ley.

¿Lo hará Ollanta? Desde que se promulgó la ley 23733, han pasado los gobiernos de Belaunde, Alan (1), Fujimori (1 y 2), Paniagua, Toledo, Alan (2) y no se ha prestado atención a este problema. La pregonada revolución educativa, de no implementarse acciones en este gobierno, será otra vez una consigna que sirve para captar votos, hacerse del poder y no porque se vaya impulsar una real transformación. La corrupción académica en las universidades estatales continuará, los profesionales corruptos que ocupan cargos en el estado y el gobierno proliferarán, el Perú no contará con universidades acreditadas internacionalmente (Chile tiene varias decenas de universidades acreditadas), los profesionales egresados continuarán saliendo con graves deficiencias de formación, siendo saltante su baja formación moral, como se observa, por dar un ejemplo, en los abogados según estudio hecho a jueces, que alcanzan en un alto porcentaje el equivalente a la escala tres de Lawrence Kohlberg, aquella que corresponde a las capacidades morales solo para formar grupos en la lucha por la supervivencia, tan igual como el desarrollo moral que alcanzan los primates, cuyo comportamiento moral es recurrir al engaño y al contraengaño con tal de obtener ventajas individuales y de grupo.

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