[por Alfredo Bullard].
Hace cerca de un año publiqué un artículo en esta misma página. Recordaba un relato de Frédéric Bastiat escrito en Francia en el siglo XIX. El gremio de fabricantes de velas exigía al gobierno la adopción de medidas contra la perversa competencia de un proveedor de luz que la producía en volumen descomunal a un precio con el que no era posible competir: el sol. Dado el impacto que tenía en sus ventas, solicitaban una ley que ordenara que en toda casa y edificio se tapiaran las ventanas, claraboyas, tragaluces y similares a fin de evitar la competencia desleal.
En España, hace pocos años atrás, el gremio de abogados consiguió una regulación que impidiera a los abogados tener oficinas con puerta a la calle. Si querías tener un estudio de abogados, debías comprar o rentar oficinas en el interior de los edificios. ¿La razón? El prestigio y dignidad de la profesión no admitía que los abogados se instalen como tenderos o bodegueros, en pequeños locales. Al menos esa es la razón declarada. La verdadera era proteger de la competencia a los estudios de abogados grandes y establecidos, evitando que abogados independientes, sin recursos para alquilar o comprar oficinas sofisticadas, pudieran encontrar la oportunidad de establecerse a bajo costo.