En principio, creo, no habría que hacer mucho esfuerzo para entender a ese 23% de peruanos que votaron por Keiko Fujimori. La presencia física de Alberto Fujimori (durante los 90), confundiéndose con los colores y gustos de la gente y dejándoles alguna obra allí donde el Estado nunca llegó, son recuerdos que ahora muchos convierten en votos. Pero también están aquellos que votaron porque recibieron mucho más que un favor del ex presidente, y por la posibilidad de volver a vivir el paraíso de aquellos años.
Lo de Ollanta no es novedad, no tendría por qué serlo si fuéramos, desde los medios de comunicación, más acuciosos y rigurosos con nuestra historia reciente y la ya lejana. En el 2006 también quedó en primer lugar y con similar votación sobre Alan García, y la mayoría de analistas y políticos concluyeron que eso era una expresión del descontento y rechazo, de la mayoría de la población peruana, a la política económica principalmente. Hoy, ante el fracaso real del gobierno de García, el primer lugar de Ollanta en la primera vuelta de este 10 de abril no tiene por qué llamar la atención.
De otro lado el “fujimorismo” ha nacido y crecido ayudado por el vacío que van dejando los partidos políticos (de izquierda y derecha), con su incapacidad para innovarse o reinventarse después de la crisis del final de los 80. La formación política de nuevos cuadros, los esfuerzos al interior de las bases por mantener sus mecanismos democráticos, se extinguieron para dar paso a un pragmatismo que, según vemos ahora, ha servido para mantenerlos vigentes como un medio de subsistencia de las cúpulas.
En medio de eso el “fujimorismo” y los fujimoristas se forjaron. Pasamos del conjunto de acciones orientadas al logro del bienestar de las mayorías, mediante el poder del Estado, al conjunto de acciones orientadas al beneficio propio y particular de grupos o clubes de amigos que medraran del Estado. Todo eso teniendo como fondo un sistema político precario en el que la corrupción encontró la situación ideal para acabar de destruir las estructuras ideológicas de los partidos y socavar, ahora más que nunca, la esencia de los organismos del Estado más importantes: el Ejecutivo, en cuyo seno pareciera se fraguan, y de hecho se encubren, los actos de corrupción al más alto nivel (“petro-audios”, COFOPRI, indultos, etc.); el Legislativo, cuyo mayor pasivo es la escasez de ideas y el uso de recursos para sacar mayor provecho económico del ejercicio parlamentario; y la Administración de Justicia, donde el tráfico de influencias y la coima parecieran tener mayor peso día a día.
190 años después de la independencia del Perú, y cuando nuestro país conquista los predios del mundo desarrollado, según nuestro presidente García, “…el Perú está molesto… exige un cambio” (A. Toledo). ¿No es ésta la molestia que busca expresarse en las preferencias por Ollanta? Un Perú molesto, disconforme, pero no solamente con Alan García, Toledo, Paniagua, Fujimori, Belaúnde, etc.; el Perú está indignado por la continuidad y vigencia de las políticas de exclusión y marginalidad con que se ha gobernado desde 1821. Tenemos una gran mayoría de peruanos cansados de que el Estado les dé la espalda y los ignore, de manera que se ha hecho de esto costumbre y forma “natural” de gobernar el país, donde la mejor estrategia puesta en práctica por los gobernantes y los grupos de poder que han operado detrás de ellos, ha sido negar la existencia de este “otro” que son las mayorías.
Ollanta representaría este “otro” que se indigna al ver cómo, recurrentemente, el boom económico creado por la explotación de nuestros recursos, como el guano y el salitre (1840-1875), el petróleo, el cobre, el gas y otros, han servido y siguen sirviendo principalmente para enriquecer a familias y grupos pequeños de empresarios extranjeros y algunos “nacionales”.
¿No explica esto el surgimiento de Ollanta desde el 2006, ante la ausencia de partidos que canalicen ese descontento y esa indignación? ¿Nos sorprende que los resultados electorales hayan puesto al APRA en el “sótano de la tabla”?, ¿o que los partidos de la izquierda de ayer y de la nueva izquierda y los progresistas no hayan podido canalizar mejor ese descontento?, ¿nos sorprende que PPK y su originalísima alianza haya arrastrado un importante caudal electoral joven?; en un país donde, desde sus orígenes republicanos, ha regido y se ha impuesto el discurso político y la cultura hegemónica de los grupos de poder en el gobierno, donde se ha priorizado el culto a las matemáticas y se ha negado la información mínima elemental sobre el surgimiento y evolución del pensamiento social y político en el Perú en la educación de los peruanos, donde aún hay rezagos de prohibición o control de lecturas en algunos centros académicos, y en un país donde, en general, poco o nada leemos, ¿deben sorprendernos estos resultados electorales?
Más allá de la figura lanzada por Vargas Llosa, los invito a que tomemos muy en serio el momento político que vivimos con el desafío de optar, responsablemente, entre ambas opciones. La tercera opción (viciar el voto o votar en blanco), aunque es un derecho, no debiera contar. Es hora de levantarnos, de ponernos grandes y de optar por el Perú.■
Texto de artículo ¿Sida o cáncer?, escrito por el sociólogo ©JOSÉ GALLO SÁNCHEZ, publicado en la revista INTERCAMBIO Nº 16, Mayo 2011.