Podría suponerse que es más fácil conocer al “Mandela histórico”, más aún siendo que se dispone de un Evangelio escrito por su propia mano y de muchos testimonios directos. Sin embargo, la leyenda de Mandela aparece tan distante de la realidad –si no más- como la de Jesús de los Evangelios, a tal punto que resulta intolerable admitir que el nuevo Mesías haya sido un “terrorista”, un “aliado de los comunistas” y de la Unión Soviética (aquella del “gulag”), un aguerrido revolucionario.
El Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), aliado estratégico del Partido Comunista sudafricano, inició la lucha armada en 1960, luego de la masacre del 21 de marzo en el township de Sharpville, que dejó varias decenas de muertos; los negros manifestaban contra el sistema de los pass (pasaportes interiores). Mandela, que hasta entonces era partidario de la lucha legal, cambió de opinión: jamás la minoría blanca renunciaría pacíficamente a su poder, a sus prerrogativas. En un primer tiempo el ANC dio prioridad a los sabotajes pero utilizó también, aunque de manera limitada, el “terrorismo”, no dudando en poner bombas en varios cafés.
En 1962 Madiba fue detenido y condenado. A partir de 1985 rechazó varias propuestas de liberación a cambio de renunciar a la violencia. “Es siempre el opresor y no el oprimido el que determina la forma de la lucha. Si el opresor utiliza la violencia, el oprimido no tiene otra opción que responder con la violencia”, escribió en sus Memorias. Y sólo la violencia, apoyada por crecientes movilizaciones populares, y sostenida por un sistema internacional de sanciones cada vez más duro, logró demostrar la inutilidad del sistema represivo y llevar al poder blanco al arrepentimiento.
Una vez obtenido el principio de “un hombre, un voto”, Mandela y el ANC dieron muestras de flexibilidad a través de la organización de la “sociedad arco iris” y de las garantías brindadas a la minoría blanca. Incluso debieron poner frenos a su proyecto de transformación social. Pero ésa es otra historia.
En ese enfrentamiento entre la mayoría de la población y el poder blanco, Estados Unidos, el Reino Unido, Israel y Francia (esta última hasta 1981) combatieron “del lado equivocado” –el de los defensores del apartheid- en nombre de la lucha contra el peligro comunista.
En el último año de su mandato, Ronald Reagan trató por última vez, pero sin éxito, de impedir que el Congreso castigara al régimen del apartheid. El Reino Unido no se quedó atrás: el gobierno de Margaret Thatcher se negó a cualquier encuentro con el ANC hasta la liberación de Mandela, en febrero de 1990. Israel fue el aliado infalible del régimen racista de Pretoria hasta el final, suministrándole armas y ayudándolo en su programa militar nuclear y de misiles.
¿Y Francia? Bajo el gobierno del general Charles De Gaulle y de sus sucesores de derecha, mantuvo relaciones sin complejos con Pretoria. En 1975, siendo primer ministro Jacques Chirac, sobre todo por la presión de los países africanos, París decidió no vender más armas de manera directa a Sudáfrica, pero siguió cumpliendo con los contratos vigentes durante varios años, mientras los blindados Panhard y los helicópteros Alouette y Puma se fabricaban localmente bajo licencia. A pesar de los discursos oficiales de condena al apartheid, París mantuvo, al menos hasta 1981, muchas formas de cooperación con el régimen racista.
Si el ANC hubiera escuchado esos consejos de “moderación” –o los del presidente Reagan-, Mandela habría muerto en la cárcel (y no habría llegado a ser el primer presidente negro de su país en 1994), Sudáfrica se habría hundido en el caos y el mundo no habría podido fabricar la leyenda del nuevo Mesías.
Y quizá, ni el Mundial de Fútbol 2010 se hubiera realizado en África.
Extractos del artículo «Enemigo de ayer, ídolo de hoy», escrito por ©Alain Gresh. Publicado en Le Monde diplomatique, Año IV, Número 38, Julio 2010.
Nelson Mandela fue un gran hombre que ha dejado un gran legado para la humanidad, es posible que ahora en nuestro tiempo, lleguemos a adoptar la posición de este hombre con respecto a la igualdad de mejor manera y así consolidar un equilibrio entre razas a base de justicia