Muchas veces, esta dimensión de centralismo se expresa de manera discriminatoria, como cuando se habla de Lima como si fuera todo el Perú, cosa que ocurre frecuentemente en las noticias, o cuando la gente de Lima se cree “superior” al resto (“los provincianos”). Este fue el caso, por ejemplo, del ministro Ántero Flórez Araoz, quien en el año 2006 expresó en una entrevista: “Cómo se va a preguntar a llamas y vicuñas por la firma del TLC”.
Lo más grave es que estas ideas no solamente las tienen personas que viven en Lima y discriminan al resto del país sino que también son compartidas por la mayoría de peruanos de manera inconsciente. Esto se repite, de manera particular, en las capitales regionales. Por ejemplo, los cusqueños, cuando hablan de Cusco, generalmente piensan en la capital y no en Chumbivilcas, Paruro o Quispicanchis; o en Iquitos, que piensan que todo Loreto se reduce a la ciudad y sus alrededores.
El centralismo ideológico, junto con el racismo y la discriminación, consiste en uno de los principales obstáculos para asegurar la descentralización y el desarrollo. En general, existe la creencia de que éstos se van a lograr a partir de decisiones políticas tomadas por las autoridades. En una encuesta realizada en el año 2001, más de la mitad de las personas encuestadas (53,3 %) consideraba que la descentralización se va a producir a partir de cambios políticos.
La misma idea de que el cambio va a provenir desde Lima refuerza el centralismo ideológico. Sin embargo, por muchas medidas y leyes que dé el gobierno, el centralismo o la exclusión no van a desaparecer si es que no se produce un cambio en la mentalidad y en las actitudes de la gente.
Los sucesos ocurridos en Bagua hace un año nos demostraron precisamente cómo en el Perú las decisiones se toman desde Lima, y cómo la cultura, las aspiraciones y la propia vida de aquellas personas que viven alejadas de los grandes centros no valen nada. Si algo deberíamos aprender de esos trágicos sucesos, así como de los años de la violencia política que ensangrentaron al Perú hace no mucho, es aprender a respetarnos y valorarnos en nuestras diferencias.
En el Perú nos enorgullecemos de la diversidad de nuestras riquezas naturales, de nuestros paisajes, de nuestra comida, de nuestra música. Nuestro gran literato, José María Arguedas, de quien celebraremos el próximo año el centenario de su nacimiento, ya lo decía: “¡No hay país más diverso!”. Sin embargo, no mostramos el mismo orgullo por la diversidad de nuestra gente, de las culturas, de las maneras de entender el país y de entender el desarrollo.
Cuando se trata de política o de economía no se tolera la diversidad: todos tenemos que ser iguales, y quién es diferente, tiene que dejar de serlo y adaptarse al estilo de vida dominante.
Los indicadores económicos pueden crecer, las leyes pueden mejorar o incluso podrían llegar a cumplirse a cabalidad, los gobiernos regionales o locales incluso podrían llegar a tener mejores presupuestos, pero si la discriminación y el racismo continúan, no vamos a vivir mejor, no va a haber auténtico desarrollo ni bienestar.
Si no cambiamos nuestra manera de pensar y de relacionarnos, si no comenzamos a valorarnos más y tratar con respeto a las personas que son distintas a nosotros, sucesos como los de Bagua volverán a repetirse, y el desarrollo será solamente para unos cuantos.■
Texto del artículo «Centralismo ideológico, racismo y desarrollo. ¿Qué hemos aprendido a un año de Bagua?» escrito por ©OSCAR ESPINOSA, catedrático de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Publicado en la Revista Intercambio Nº 13. Lima, julio de 2010.
me pàrecio muy bueno pero deberian de colocar mas cosas para redactar uno mejor la ideas gracias