Esta construcción fue el referente más universal de la Guerra Fría; es decir, de la separación irreconciliable de dos formas de ver el mundo: la democracia liberal capitalista y la democracia popular socialista. Tanto su existencia como su destrucción estuvieron marcadas por las políticas implementadas por las grandes potencias occidentales capitalistas y por la URSS tras la derrota de los nazis en la II Guerra Mundial. Así, la separación de Alemania en dos bloques diferenciados –que, a la postre, daría forma a dos “repúblicas”– reflejaba el límite fronterizo de la influencia soviética en Europa. Era la materialización del “telón de acero” que describió el premier británico Winston Churchill.
Si bien la desaparición del muro era inminente, los sucesos del 9 de noviembre de 1989 fueron una coincidencia provocada por la prensa y la televisión. Fue un canal de noticias el que aseguró que los berlineses tenían libre pase por los puntos del control luego de una confusa orden impartida por el politburó del partido comunista que debía ser aplicada una semana después. Las masas invadieron las calles y se dirigieron con martillos, patas de cabra y hasta con sus propias manos hacia ese infame muro que había dividido el corazón de una sociedad. Este empezó a caer y con él se reunificó Alemania y se dio por terminada, simbólicamente, la Guerra Fría.
Esa noche, «la larga noche alemana», aún pesa en algunos imaginarios alemanes. La destrucción comprensible del muro fue seguida por iniciativas de conservación, como piezas de museo viviente, de memoria colectiva –si hay una sociedad que se recuerda su pasado constantemente es la alemana–. Inclusive, hay discursos políticos actuales que lo tienen como referente directo. Tal es el caso de la canciller Angela Merkel, en el que enfatiza la unificación ya consolidada y la reconciliación de dicha sociedad con su pasado; o el del alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, quien prefiere llamar la atención sobre los muros internos, aquellos que viven en la mente de las personas y que todavía dificultan la integración.
A nivel global, la caída del Muro de Berlín representa el fin del enfrentamiento de los dos paradigmas más importantes del siglo XX (el capitalismo y el comunismo), y la aparición de nuevos, como la globalización, los regionalismos y el problema medioambiental. Así, en 1989 se da por finalizado, anticipadamente, el siglo XX: aquel de las guerras mundiales y la bipolaridad de las potencias.
A veinte años de su caída, el muro –o lo que representaba– nos llama a reflexionar sobre una serie de temas inconclusos, como la dura adaptación de los ex satélites soviéticos a la dinámica del capitalismo neoliberal de los noventa (países en los que ciertos sectores recuerdan con añoranza los tiempos de hegemonía soviética), la guerra de los Balcanes o la recuperación de Rusia como potencia europea y su espacio de influencia. Más esperanzador es el ejemplo alemán de reconciliación de una sociedad golpeada y dividida durante gran parte de su historia contemporánea. Como peruanos, lo deberíamos tomar en cuenta para poder celebrar un nuevo día sin muros en el horizonte.
Texto del artículo «La larga noche alemana. El Muro de Berlín veinte años después» de ©Jorge Valdez, Historiador y profesor del Departamento de Humanidades de la PUCP, publicado en Punto Edu.