Si en el inicio de la actual turbulencia financiera se murmuró sobre el fin del capitalismo –y algunos volvieron a leer «El capital» de Karl Marx, muy pronto las elucubraciones teóricas fueron reemplazadas por el pragmatismo: los gobiernos se han volcado ahora a incrementar el gasto estatal en la economía, tal como lo recomienda el keynesianismo.
Esto ocurre incluso en las potencias que se habían caracterizado durante décadas por defender a ultranza el libre mercado. Es hora de desempolvar la «Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero», el principal libro de Keynes.
En plena Gran Depresión (pocos años después del crack de la bolsa de valores de Nueva York), y contra la corriente general que defendía el laissez-faire y el equilibrio presupuestario, Keynes argumentó que la crisis derivada la ausencia de demanda podía y debía ser afrontada por los Estados mediante un mayor gasto (obras públicas), aunque este gasto provocase déficit en las cuentas públicas.
En un contexto económico depresivo, fue natural para Keynes colegir que los mercados no siempre se regulan solos, sostener que muchas veces no llegan por sí mismos a equilibrios estables, y afirmar que la mejor forma de corregir las desviaciones era mediante la intervención del Estado.
El pensamiento keynesiano fue utilizado por los gobiernos para afrontar la crisis originada en el crack de 1929 y su vigencia se prolongó incluso hasta después de la Segunda Guerra Mundial. El florecimiento económico de entonces, incluyendo la recuperación de la devastada Europa de la posguerra, se debió en buena medida a este pensamiento.
Repliegue y vuelta
Es sólo recién con el advenimiento de pensadores como Friedrich von Hayek, que propugnaba el repliegue del Estado en la economía, que el keynesianismo retrocedió frente al liberalismo económico. La Gran Bretaña de Margaret Thatcher y los Estados Unidos de Ronald Reagan son los ejemplos paradigmáticos del liberalismo económico propugnado por economistas como Milton Friedman.
Pero los tiempos cambian. Nuevamente el mundo se encuentra ahora ante una crisis y, al parecer, el pensamiento de Keynes está volviendo con fuerza. Incluso los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido han tenido que renunciar a los fundamentos de Von Hayek y Friedman para, paradójicamente, salvar a sus bancos. No se sabe si el pensamiento de Keynes volverá a sacar al mundo de la bancarrota, pero al menos en esa dirección apuntan muchos de los principales gobiernos del mundo.
Para muestra basta un botón. Hace unos meses, la BBC de Reino Unido señaló que «el titular de Economía, Alistair Darling (del gobernante partido laborista), se encontró a sí mismo en la curiosa posición de advertir a los miembros del partido conservador sobre los riesgos de exagerar la intervención estatal en el mercado». Era el mundo al revés, tal como la propia BBC tituló esa nota.
Para la posteridad
Considerado como uno de los padres de la macroeconomía moderna, Keynes nació en Cambridge, en junio de 1883, y murió en Firley, en abril de 1946. Queda para la posteridad la frase que utilizó para dejar de lado a quienes planteaban los problemas que podían acarrear sus teorías en el largo plazo: «En el largo plazo, todos estaremos muertos».■
Extracto del artículo “Releyendo a un maestro” publicado en la revista Business. Marzo de 2009.