Universidades católicas en pandemia: oportunidad de fortalecer identidad
9:00 p.m. | 24 jun 20 (AM).- Las universidades católicas se enorgullecen de una identidad impregnada en sus cursos y programas, y los profesores están llamados a incorporarla en las clases y en las actividades de los estudiantes. Sin embargo, la puesta en práctica requiere nuestra atención. Precisamente, la pandemia ofrece una oportunidad única para poner a prueba la premisa de la educación católica. Súbitamente tenemos un escenario de la vida real para evaluar el efecto de la identidad católica, y si nuestro modelo de enseñanza da a los estudiantes lo que se ofrece: una manera única de abordar y responder a los problemas más difíciles de la vida.
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Hospitales desbordados, una economía mundial detenida y un aura omnipresente de miedo y ansiedad convierten en realidad las abstracciones sobre la misión y la identidad. En este momento, la necesidad se hace patente: nuestras propias necesidades existenciales y económicas, la necesidad de compasión y cuidado de las personas que sufren la enfermedad, y las necesidades desesperadas de los pobres y vulnerables entre nosotros. Responder a esa necesidad, en su amplia gama y múltiples manifestaciones, debe convertirse en nuestro punto de partida para evaluar la naturaleza distintivamente católica de nuestras instituciones.
Nuestro carácter distintivo no significa que podamos dirigir a los estudiantes a la capilla más cercana para pedir respuestas; eso es demasiado simple. Significa que, a través de la enseñanza, incorporamos una capacidad humana y reflexiva para responder a la necesidad y perseguir el bien, mientras se desarrolla la mente y el alma para sostener esa búsqueda. No significa que los estudiantes tengan que ser católicos; significa que viven con una orientación católica.
Preguntas desde abajo
En lugar de empezar desde arriba con la pregunta “¿Qué nos hace una institución distintivamente católica?”, deberíamos empezar desde abajo con preguntas así: ¿Cómo ayuda la identidad católica a que nuestros estudiantes superen esta crisis que afecta al mundo entero? ¿Qué recursos están utilizando? ¿Cómo están participando? ¿Qué les está faltando? Estas son preguntas que los responsables de las facultades y oficinas pueden y deben hacerse.
En muchas instituciones católicas, las oficinas de misión e identidad se encargan de mantener las raíces históricas. Muchas veces, ese trabajo toma una postura de preservación: ayudar a los profesores y al personal a conocer y apreciar la misión de la institución, su lugar en la historia del catolicismo local y mundial, y su conexión con la tradición intelectual católica más amplia. Sin embargo, si queremos que la misión sea más que una reliquia o un lema cincelado en una placa, debe ser parte integral de la rutina académica, en particular y más esencialmente con respecto a qué y cómo aprenden los estudiantes. Es por ello que las oficinas académicas donde se desarrolla el modelo de enseñanza para los estudiantes y los mismos profesores tienen un rol clave con respecto a la misión y la identidad. La solidez de una universidad se define por los vínculos que se generan entre estudiante y profesor.
Los profesores de la Universidad Benedictina de Lisle, Illinois, son un buen ejemplo de lo que significa asumir el proyecto de mantener viva la cultura católica en el campus. Como en tantas otras instituciones católicas, su trabajo tiene en cuenta la diversidad religiosa de los estudiantes, incluida una considerable minoría que se identifica como musulmana (casi el 20 %) junto con un alumnado que ni siquiera es mayoritariamente católico (45 %). Una población estudiantil religiosamente diversa no significa que deje atrás su identidad como institución católica, sino que la abraza y la comunica de nuevas maneras.
La Universidad Benedictina adaptó sus clases a la modalidad virtual durante la crisis por la COVID-19. Susan Mikula, una profesora de Historia que se autodenomina, burlonamente, una neandertal digital, comentó que se ha esforzado mucho para adecuarse a esta nueva realidad. Mientras experimenta con diferentes formatos y actividades para sus clases, ha perseverado en algunos fundamentos de su pedagogía, entre los que destaca su profunda atención a los estudiantes. Así que hizo lo que por instinto sabía que era apropiado una vez que las clases adoptaron la modalidad virtual: Ofreció llamadas telefónicas a cada uno de sus estudiantes. No le sorprendió que ninguno de sus estudiantes de la Generación Z, reacios a utilizar el celular para hablar, aceptara la oferta, pero la profesora Mikula dijo que muchos estudiantes le escribieron para agradecer el ofrecimiento.
Por lo tanto, para ella no se trata solamente de cómo se adaptará el contenido de los cursos o si sufrirán un cambio de formato, sino más bien cómo transmitir la hospitalidad Benedictina y la práctica de “escuchar con el corazón” en el ámbito virtual. Para ella la crisis está poniendo a prueba los valores de la misión. “La crisis nos revelará si lo que hablamos de hacer… es realmente lo que hacemos”, reflexionó la profesora Mikula.
Ciegos guiando ciegos
Hace unos años, cuando conocí a Susan Mikula, facilité una serie de talleres. La actividad estaba diseñada para ayudar a los profesores de todas las disciplinas a incorporar la misión en su enseñanza diaria a una población de estudiantes que generalmente no está familiarizada con esa misión y están desvinculados de ella. El subtítulo del taller: “El ciego guiando a los ciegos”.
No debe sorprender que los estudiantes de instituciones católicas vivan distantes a la teología, a la tradición católica o a la religión en general. ¿Y por qué no lo estarían, dada la menguante relación de nuestra cultura con las tradiciones religiosas? Vivimos en una época de desafiliación generalizada. Por ejemplo, aquellos que asisten a las iglesias cristianas en los Estados Unidos están envejeciendo. A medida que los fieles envejecen y las iglesias no atraen a los más jóvenes, hay una reducción considerable en su cantidad, según muestran estudios recientes.
A pesar del modesto crecimiento de algunas comunidades católicas, como es el caso de los latinos, la Iglesia católica ha experimentado un descenso significativo incluso en la última década. Debido a esta tendencia a la desafiliación, el grupo de estudiantes del que las instituciones católicas se nutren históricamente se está agotando rápidamente.
ENLACE. In U.S. Decline of Christianity Continues at Rapid Pace
Pero la historia no es del todo mala. La investigación muestra que a medida que los estudiantes milenial y de la generación Z se alejan de los grupos religiosos tradicionales, se unen a una creciente cohorte llamada los “nones” o “espirituales pero no religiosos”. Aunque la mayoría de los milenial han pasado la edad universitaria, los estudios más recientes muestran que esta tendencia continúa en la generación Z. En general no se reconocen miembros de grupos tradicionalmente organizados, y no expresan sus convicciones religiosas de acuerdo con las líneas convencionales, pero mantienen el interés en asuntos religiosos y continúan con las creencias religiosas tradicionales, por ejemplo, la fe en Dios.
Esta dinámica de “creer sin pertenecer” da a las instituciones católicas la capacidad de aprovechar creativamente la curiosidad religiosa de los estudiantes e introducirlos en la riqueza de las tradiciones católicas que va mucho más allá de recitar credos y doctrinas. Sin embargo, también significa que los profesores no pueden suponer que los estudiantes tengan conocimientos teológicos fundamentales. Más importante aún, las instituciones católicas no pueden confiar en que los estudiantes valoren o reconozcan de manera espontánea la identidad católica.
Al igual que los estudiantes, los profesores también pueden pasarla por alto. Esta percepción no tiene por objeto difamarlos, sino captar un simple hecho. Se espera que los profesores de todas las facultades en las universidades católicas transmitan la misión institucional, pero muchas veces se les pide que lo hagan sin formación teológica o sin experiencia personal desarrollada con la creencia y la práctica católica. Aún así, las universidades recurren regularmente a profesores “ciegos” para difundir la misión institucional. No pueden permitirse el lujo de no hacerlo.
Distintivamente católico
El colapso financiero del 2008 afectó severamente a todas las instituciones de enseñanza superior, pero especialmente a las privadas enfocadas en las humanidades. Las universidades ahora deben sustentar costos cada vez mayores de matrícula y articular el valor educativo en términos económicos. Además de eso, las instituciones católicas tienen que convencer a los estudiantes de que hay algo en nuestra forma de educar que nos diferencia y, por lo tanto, que vale la pena. Es probable que estos desafíos se vean exacerbados por la recesión financiera que se espera a raíz de la pandemia de COVID-19.
Es difícil argumentar que las universidades católicas son distintivamente católicas debido a la presencia de católicos consagrados entre los profesores y el resto del personal. Considere los dramáticos cambios en las vocaciones religiosas en los últimos 50 años. Según el Centro de Investigación Aplicada en el Apostolado de la Universidad de Georgetown, entre 1970 y 2015, el número de hombres que optaron por la formación para el sacerdocio disminuyó en un 30 %. El número de hombres que se unieron a las órdenes religiosas disminuyó el doble: 58 %. Y las órdenes femeninas experimentaron los cambios más dramáticos de todos. Entre 1965 y 2014, las vocaciones a la vida religiosa entre las mujeres católicas disminuyeron en más del 70 %.
ENLACE. Population Trends Among Religious Institutes of Women
Aunque la investigación no rastrea lo que estos patrones significan para la vida universitaria en particular, revela muchas formas en que las órdenes religiosas se han retirado en parte -o del todo- de sus ministerios tradicionalmente patrocinados, incluidos los enfocados en la educación. Para decirlo sin rodeos: Apenas quedan religiosos y religiosas en roles visibles en la educación superior.
De todos modos, sería muy cerrado valorar la identidad católica de una institución si solo consideramos la presencia de consagrados – sacerdotes. Más aún, sería anti-apostólico. Si el objetivo de las universidades católicas es sobrepasar la crisis, sólo será gracias a los esfuerzos de los laicos. La realidad de nuestra situación cultural y eclesiástica no llevan a ninguna otra conclusión. El camino a seguir, entonces, es acoger plenamente incluso a los profesores “ciegos” en el proyecto de la misión.
La Congregación para la Educación Católica del Vaticano ha publicado una guía sobre la relación entre los educadores consagrados y los laicos. Mientras que las personas consagradas siempre desempeñarán el papel insustituible de signo y testimonio, los laicos cooperan plenamente en la misión de las escuelas católicas e incluso tienen una “comprensión especial” de la cultura -más amplia- y de los signos de los tiempos. En otras palabras, el magisterio de la Iglesia reconoce el significado y valor particular de la contribución de los laicos a la educación católica, y es esta convicción sobre la que deben trabajar los responsables de la educación católica.
ENLACE. Educar juntos en la escuela católica. Misión compartida entre consagrados y laicos
¿Por qué eso es importante ahora? Porque todas las preguntas sobre la misión, la identidad y cómo ambas se transmiten se vuelven más inmediatas y trascendentes en medio de la crisis del coronavirus. Así como el trabajo de los científicos de laboratorios y de datos se ha vuelto clave al reunir información con la esperanza de darnos respuestas útiles ante la pandemia, las universidades católicas pueden prestar atención al aluvión de datos para investigar cómo nuestros estudiantes sobreviven esta crisis mundial. Este material, interpretado con cuidado, podría indicarnos cómo la identidad católica de nuestra institución y de nuestra labor nos puede diferenciar en el contexto de esta crisis. Los profesores tienen que prepararse para la posibilidad de continuar, tal vez durante un año completo, con la modalidad virtual, manteniendo el esfuerzo relevante.
Evaluación del impacto de la misión
Las estrategias básicas de evaluación nos permitirán realizar este trabajo. Los profesores recogen información sobre lo que pasa dentro y fuera de sus clases para entender cómo aprenden sus alumnos. Esta retroalimentación viene en una variedad de formas. La más obvia es el material “calificable”. Los reportes de laboratorio le dan al profesor de biología información sobre el aprendizaje de los estudiantes en el uso del microscopio. Un profesor de teatro analiza una presentación para juzgar la capacidad dramaturga de los alumnos.
Pero lo que usamos para medir el aprendizaje de los estudiantes va mucho más allá de lo que se deriva del aprendizaje. Todos los eventos y actividades que orbitan alrededor y evolucionan fuera del proceso de aprendizaje pueden proporcionar datos también, por ejemplo, los registros de los estudiantes del tiempo dedicado a las tareas de lectura, registros sobre la duración y la profundidad de las discusiones en clase, o autorreflexiones sobre el aprendizaje. Podemos recoger información de los estudiantes sobre lo que están haciendo para decirnos cómo lo estamos haciendo.
Las posibilidades aquí son múltiples. Los estudiantes podrían ser asignados para registrar cómo utilizan su tiempo cada día, desde lo que piensan incluso en preguntas comunes -como si era seguro ir a una tienda de la esquina- hasta las prácticas a las que recurren para tener calma. Los estudiantes pueden buscar una noticia y escribir una frase sobre cómo se relaciona con algo que aprendieron en clase, tal vez incluso algo que en tiempos normales parecería incongruente. Se puede pedir a los estudiantes que enumeren todas las necesidades y vulnerabilidades que el coronavirus hace aparentes y que formulen una hipótesis sobre cómo sus estudios les permiten responder.
Lo mismo puede hacerse con las ideas relacionadas con la misión que los estudiantes han escuchado en el campus. Además, los profesores pueden prestar atención a cómo se relacionan los estudiantes entre sí durante las reuniones por videoconferencia sincrónica. ¿Qué emociones están expresando abiertamente? Tomar nota de lo que conversan previo a la clase o reunión suele ser útil en este sentido. También pueden encuestar a los estudiantes sobre cómo algo que escucharon en el “mundo real” despertó aún más su interés en las ideas de la clase. ¿Qué investigación, lectura o pensamiento de seguimiento tomaron en respuesta?
¿Qué es lo que anhelan nuestros estudiantes?
Posiblemente la estrategia más importante sea encuestar a los estudiantes sobre lo que más anhelan en esta época de crisis. ¿Qué experiencia en el campus extrañan más? ¿Qué actividades diarias son los que más echan de menos? ¿Sienten que tienen las herramientas para gestionar su propio cuidado personal en esta situación inédita?
Los profesores también pueden prestar mucha atención a lo que los estudiantes comunican, directa e indirectamente, en sus correos electrónicos. ¿Qué preguntas y preocupaciones expresan? ¿Qué tipo de respuestas quieren? Para los tutores o responsables académicos, ¿qué cursos y materias optativas están en demanda? ¿Qué programas desean los estudiantes que estén disponibles? El enfoque correcto puede recoger respuestas no filtradas a estas indicaciones de forma rápida y regular, y puede proporcionar datos significativos a lo largo del tiempo. Y aunque en ningún caso tendría que referirse específicamente a la identidad o misión católica, pueden ser analizados en términos de estos.
Los profesores también pueden dar a los estudiantes oportunidades directas de reunir los temas del curso, con la crisis del coronavirus y la misión e identidad, tal vez para una tarea final. Este calendario académico actual no se parece a ninguno que hayamos experimentado antes, y deberíamos reconocerlo e incluso aceptarlo. Probablemente, muchos profesores ya planearon cambiar las tareas finales de este semestre en esa dirección, al menos en parte. Pero en lugar de usar este trabajo para medir sólo el aprendizaje de los estudiantes de una clase en particular, puede proporcionar información sobre cuestiones más amplias sobre el aprendizaje de los estudiantes y la misión e identidad.
Los miembros del profesorado (incluso los “ciegos”) pueden asumir la responsabilidad de generar estos datos, que pueden utilizarse para evaluar si estamos logrando lo que las escuelas católicas se comprometen en primer lugar, como afirma la Congregación para la Educación Católica: “guiar a los alumnos hacia el conocimiento de sí mismos, de sus propias aptitudes y de los propios recursos interiores, para educarlos a emplear la vida con sentido de responsabilidad, como respuesta cotidiana a la llamada de Dios” (“Educar juntos”, nº 40). El proceso de interpretación de los datos y la formulación de las preguntas puede incluso dar lugar a una nueva visión.
Por décadas, las instituciones católicas han funcionado con una presencia disminuida de religiosos y religiosas, y con una población cada vez más numerosa de estudiantes católicos (e incluso “cercanos al catolicismo”). Ahora nos toca adaptarnos. En este momento, dejemos a un lado las descripciones de la identidad católica y las abstracciones sobre cómo el conocimiento se cruza con la misión institucional. Miremos en cambio lo que sucede en las interacciones rutinarias con y entre nuestros estudiantes, y cómo esas interacciones los impulsan hacia el mundo y sus necesidades.
Necesitamos una teología de la universidad católica que emerja de las observaciones e interacciones entre las personas. Y necesitamos una filosofía de la educación que resulte efectiva para la enseñanza en tiempos de crisis. Si encontramos que lo que enseñamos no logra que nuestros estudiantes se vuelvan hacia las necesidades del mundo, si encontramos que la forma en que enseñamos no nutre las relaciones profundas o las capacidades internas para capear las tormentas de hoy, entonces sabemos que como educadores católicos necesitamos repensar nuestra identidad católica.
Fuente:
Traducción del artículo “The coronavirus gives Catholic universities a chance to strengthen their identity” de Mara Brecht, profesora de Teología de la Universidad de Loyola, Chicago. Publicado en la revista America Magazine. Traducción libre de Buena Voz Noticias.