La Iglesia católica no debería sorprenderse por los casos de abusos, debería avergonzarse
2:00 p m| 15 ago 18 (AM).- En plena coyuntura tensa y dolorosa por los abusos a menores en Pensilvania, resulta pertinente detenerse en un reciente editorial de la revista “America Magazine”, enfocada en otro caso del mismo ámbito, el del arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick. El también cardenal McCarrick fue suspendido del ministerio debido a un proceso canónico sobre un presunto abuso de un menor de edad hace casi cincuenta años en Nueva York.
Durante las investigaciones se hizo pública oficialmente la información sobre el comportamiento del purpurado, que, cuando era obispo, habría acosado a seminaristas mayores de edad y a algunos sacerdotes. Una actitud que se hizo conocida en el clero de las diócesis que McCarrick guió, pero que no detuvo su carrera, que culminó con el liderazgo de la capital federal y el cardenalato. El editorial observa la complicidad y la incapacidad de varias instancias eclesiales (incluidos los medios), así como propone urgentes medidas.
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-Editorial publicado en la revista America Magazine
La Iglesia católica no puede pretender estar sorprendida por el patrón de abuso sexual de seminaristas por parte del Cardenal Theodore McCarrick, expuesto con detalles en un reciente artículo del “The New York Times” (ver enlaces al final). El texto también señala que muchos líderes de la Iglesia habían recibido múltiples avisos del comportamiento del cardenal. Diócesis locales habían sido informadas; el nuncio papal en Washington, DC, había sido informado; y, eventualmente, incluso el Papa Benedicto XVI había sido informado.
Pero ninguno de estos informes interrumpió el ascenso del Cardenal McCarrick, ni su nombramiento como cardenal, ni su eventual retiro en 2006 como un respetado líder de la Iglesia de los EE.UU. Tampoco condujeron a su destitución el mes pasado del ministerio público, que finalmente se dio por una acusación de abuso a un menor de edad hace casi 50 años, revelada recientemente, con la intervención de la Arquidiócesis de Nueva York.
Es cierto que ninguno de los informes anteriores de abuso alegaba un comportamiento delictivo con menores, pero eran lo suficientemente graves como para que el cardenal McCarrick debería haber sido llamado a responder por el terrible abuso de su cargo y autoridad. La Iglesia y sus líderes deberían avergonzarse de no haberlo hecho. El lento y vacilante avance de la Iglesia a través de reformas adoptadas en respuesta al abuso sexual de niños, por ejemplo a través de la carta de Dallas, ha sido cuestionado por la revelación de sus continuos fracasos para lidiar con otros informes de abusos.
Tampoco deberían quedar sin responsabilidad los medios, incluyéndonos entre los medios católicos (el Cardenal McCarrick fue amigo de esta revista por largo tiempo y pronunció la homilía en nuestra celebración del centenario en 2009), por no tomar estos y otros rumores e informes tan en serio como fue requerido. Exigir la responsabilidad solo de la jerarquía es en sí mismo hipocresía.
La Iglesia tampoco puede pretender que este es un incidente aislado. Es muy probable que haya informes similares que involucren a otros obispos y líderes de la Iglesia que han abusado de su autoridad o cometido delitos sexuales que han sido ignorados durante las últimas décadas. A medida que las sociedades de todo el mundo reconocen el desarrollo del movimiento #MeToo y las víctimas de abuso y acoso sexual alzan sus voces, la Iglesia no debe pretender que esto es simplemente un episodio lamentable que pronto terminará.
Con toda probabilidad, hay más informes por venir que mostrarán que esta situación es peor de lo que se sabe ahora. La Iglesia debe recordar que la mejora real no consiste en el cese de la mala prensa sino en el desarrollo de una cultura en la que los líderes poderosos no esperen que sus fechorías sean encubiertas y en la que las víctimas de abuso y acoso se sientan apoyadas en sus decisiones para enfrentar a quienes las han maltratado.
¿Qué puede hacer la Iglesia para ayudar a construir esa cultura?
Primero, debe establecer de una vez por todas su voluntad de escuchar denuncias de abuso y mal uso del poder que han sido ignoradas o de las que se “hicieron cargo” en el pasado. Las conferencias de obispos deben establecer procedimientos claros para informar posibles casos que no pueden pasar por las estructuras diocesanas locales, ya que responden al propio obispo cuya conducta puede estar en cuestión.
En segundo lugar, el papa Francisco y el Vaticano deben demostrar que están dispuestos a expulsar a los obispos y otros líderes de la Iglesia que son culpables de cualquier forma de abuso, no solo del abuso sexual de niños. Una forma de hacerlo sería expandir el proceso para disciplinar a los obispos por negligencia en respuesta al abuso de menores, que el papa Francisco definió en 2016, e incluir otras formas.
Pero una reforma aún más importante sería una mayor transparencia en la investigación y la toma de decisiones en casos de obispos. En otras palabras, cuando un obispo es removido, el Vaticano necesita declarar públicamente por qué lo están removiendo.
En tercer lugar, incluso antes de esperar la respuesta desde Roma, los obispos pueden hacer esfuerzos sustantivos en buscar justicia para las víctimas y la comunidad, incluso a costa de los recursos institucionales y la reputación. La decisión de dos diócesis de Nueva Jersey de liberar a uno de los acusadores del Cardenal McCarrick de los acuerdos de confidencialidad es un buen primer paso.
Los obispos -o incluso cualquier ministro que haga mal uso de su cargo presionando a las personas bajo su autoridad- actúan en contra de las víctimas individuales y también de la comunidad que ha depositado su confianza en ellos. El daño espiritual y psicológico a los individuos y al pueblo de Dios causado por tal abuso es incalculable y duradero.
La mejor manera en que la Iglesia puede comenzar a arrepentirse por los pecados de líderes como el Cardenal McCarrick, y todos los que hicieron la vista gorda a su terrible accionar, es que los obispos impulsen a sus pares obispos y otros líderes dentro de la Iglesia a rendir cuentas. Sería una declaración significativa de compromiso pastoral, aunque lamentablemente tardía, que los obispos en conjunto expongan a todos los que han mal utilizado su oficio eclesial abusando sexualmente de alguien bajo su autoridad o cuidado pastoral, para que asuman la responsabilidad de su fracaso y presenten su renuncia.
Otra historia de abuso episcopal puede irrumpir en los medios en cualquier momento. Sería un testimonio profético de la gracia de Dios que la Iglesia que aproveche esta oportunidad para mostrar arrepentimiento y la esperanza de la reconciliación ahora, en lugar de esperar pasivamente a que se revelen más caso encubiertos.
Jesús les dijo a sus discípulos que sería mejor que alguien tuviera una piedra de molino atado al cuello y que lo arrojaran al mar antes que “escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí” (Mt 18, 6). Con seguridad sería mejor para la Iglesia liderar el camino de escuchar a las personas que han sufrido daños que continuar defendiendo, incluso a través del silencio, la autoridad y la reputación de los líderes que ya han traicionado sus responsabilidades pastorales.
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Fuente:
Traducción libre del artículo “The Editors: The Catholic Church should not be shocked by the McCarrick case—it should be ashamed” publicado en America Magazine.
Excelente Editorial muchas gracias por el servicio de difundirlo en castellano.