Asentir o consentir. La función del sentido de la fe de los creyentes
3:00 p m| 31 jul 18 (SdT).- Partiendo de los resultados publicados con ocasión de la preparación de la segunda reunión del Sínodo sobre la familia, un artículo, publicado en Selecciones de Teología, analiza la discrepancia y la relación existente en la actualidad entre el magisterio eclesial y el sentido de la fe de los creyentes (sensus fidelium). Se sostiene que hace prácticamente un siglo que la Iglesia mantiene las mismas pautas sobre ética familiar, sexual y otros tópicos.
Como dice Francisco, es preciso que se enseñe el evangelio cristiano en forma distinta y nueva para que incluso los no practicantes o tibios reencuentren un entusiasmo nuevo, la alegría de la fe y recuperen la fecundidad misionera. Precisamente esto es lo que nos falta hoy: no repetir los dictados apostólicos tradicionales en envoltorios perfeccionados, sino decir cosas nuevas que revelen perspectivas hasta ahora ocultas de nuestra fe. ¿Es posible una evolución similar dentro del anuncio de la doctrina católica?
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La encuesta sobre qué pensaban los fieles de la enseñanza magisterial sobre sexualidad, matrimonio y familia, realizada en el año 2014, antes de celebrarse la tercera reunión del Sínodo Extraordinario, y que fue ampliamente discutida en la Conferencia de Obispos alemanes, puso de relieve la discrepancia existente en la práctica entre la doctrina eclesial y la experiencia de la fe vivida por los fieles.
Lo que desde hace años viven y saben todos los párrocos en activo, creó consternación al publicarse oficialmente. La moral sexual que se vive en las familias y matrimonios y el comportamiento de los cristianos no se rige por los dictados de la Iglesia, que la amplísima mayoría consideran desfasados respecto a la vida actual. Tanto el estilo como el autoritarismo de las enseñanzas eclesiales producen en los fieles una reacción de rechazo abierto y de incomprensión que reduce a un mínimo su predisposición a confrontarse con el tema.
Estos resultados referidos al comportamiento sexual y familiar de los creyentes pueden ampliarse a muchos otros contenidos doctrinales. La opinión de los católicos sobre el celibato de los sacerdotes, la asistencia a la misa dominical, el sacramento de la confesión y la participación en la vida comunitaria y parroquial son algunos ejemplos del abismo que separa la doctrina de la Iglesia del sensus fidelium.
El resultado de esto es un deterioro de la Iglesia en muchas regiones del mundo. Y la depresión y el desaliento que afecta actualmente a muchos católicos en cuestiones de fe. La Iglesia argumenta que la distancia entre doctrina enseñada y doctrina recibida por parte de los fieles se debe a una lamentable dificultad de comunicación. Se pretende que faltan nuevos métodos pedagógicos y didácticos. Es un gol en propia puerta. Hace prácticamente un siglo que la Iglesia sigue manteniendo las mismas pautas sobre ética sexual y familiar, que es de lo que se trataba en el Sínodo de 2014. No se trata solo de una cuestión formal.
Desde la encíclica Humanae Vitae (1968), que con su prohibición de la anticoncepción causó el rechazo decidido de la mayoría de los fieles, han pasado más de cuarenta años, en los que las autoridades han fracasado estrepitosamente en la misión de hacer comprensible el contenido de sus enseñanzas. Es posible que se trate de una deficiencia material en la actividad docente de la Iglesia.
Como dice el Papa actual, es preciso que se enseñe el evangelio cristiano en forma distinta y nueva para que incluso los no practicantes o tibios reencuentren un entusiasmo nuevo, la alegría de la fe y recuperen la fecundidad misionera. Precisamente esto es lo que nos falta hoy: no repetir los dictados apostólicos tradicionales en envoltorios perfeccionados, sino decir cosas nuevas que revelen perspectivas hasta ahora ocultas de nuestra fe.
-La percepción de la fe
Pero ¿es posible una evolución similar dentro del anuncio de la doctrina católica? ¿No se trata de verdades eternas que -una vez formuladas- son por definición inmutables? De hecho se trata de la verdad de la fe, de la fiel aceptación de la revelación de Dios. Normalmente entendemos por verdad la coincidencia de nuestra razón con unos hechos. Es la verdad fáctica que, una vez establecida, no varía.
Pero la verdad a que alude la fe cristiana es distinta: no es una verdad fáctica y expresable mediante conceptos fijos. El objeto de nuestra fe es “alguien” personal, es Dios vivo, que se nos ha revelado a través de su Hijo. Él nos dijo “yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). Es preciso que se produzca ese encuentro personal entre Dios en Jesucristo y el creyente. El creyente no puede usar ni la intuición directa, ni una inducción o deducción científicas, sino solo la experiencia de un algo convincente, que aclare la mirada y haga que uno esté convencido de lo que ha experimentado.
La experiencia cristiana original y fundamental es la resurrección de Jesús, en cuya seguridad el anunciante pasa a ser anunciado, el Nazareno es reconocido como Hijo de Dios. Fruto de esta realidad experimentada es el imperativo del seguimiento de Jesús.
-La importancia de la imagen de la Iglesia
En el primer milenio se entendía a la Iglesia en sentido bíblico, como el pueblo de Dios congregado por Jesucristo a través del Espíritu Santo; todos, es decir cada uno de los individuos creyentes, aunque de formas distintas, participan y componen un único cuerpo. Todos contribuyen en la comprensión de la fe para el bien común y son importantes individualmente. La unidad final de la Iglesia es importante, pero los individuos también lo son y debe existir una coincidencia final entre las partes.
En el segundo milenio, por el contrario, se desarrolla la Iglesia jerárquica. Si la Iglesia es dirigida esencialmente por la clerecía, su doctrina y forma de vida vienen marcadas absolutamente por el ministerio eclesiástico (en último término, por el Papa). Existen, pues, dos categorías de fieles. Los que son ordenados tienen una función de gobierno e instrucción. Las enseñanzas establecidas así por la Iglesia proceden de la clase que dirige, son consideradas infalibles y deben ser aceptadas sin discusión por el resto de los fieles a quienes van dirigidas. Aquí la infalibilidad de la doctrina es activa (in docendo), no -como en el milenio anterior- pasiva (in credendo).
La diferencia es evidente. El modelo eclesial que brota del concepto bíblico de pueblo de Dios, reconoce que cada instancia -sentido de la fe del pueblo y magisterio- tiene su propio peso. Ahora las partes también coinciden, porque es una inevitable aspiración de la fe, pero puede haber disonancias entre ellos, pues los individuos que no pertenecen a la jerarquía no deben solo asentir y plegarse, obedecer los dictados de los de arriba, sino consentir. No se cuestiona, por ejemplo, la indisolubilidad del matrimonio. Pero sí se puede disentir en la manera cómo había que interpretar y traducir pastoralmente en el siglo XXI esta enseñanza formulada en el siglo I. Pasemos, pues, a analizar esta diferente concepción de la teología.
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Fuente:
Extracto de artículo “Asentir o consentir. La función del sentido de la fe de los creyentes” de Wolfgang Beinert. Publicado en la revista Selecciones de Teología, Vol. 55, Nº 218, 2016.