Testimonios de Kazajistán y Argelia: convivencia entre musulmanes y católicos
3:00 p m| 7 oct 16 (VATICAN INSIDER/BV).- En Kazajistán, historias de convivencia y relación entre los fieles de ambas religiones, según las palabras del obispo de Karagandá, Adelio Dell’Oro, y del imán principal de la mezquita regional, Omirzhak Bekkoza. “Aquí la convivencia entre musulmanes y católicos es más que buena; las relaciones son muy cordiales, amigables: la pertenencia religiosa no constituye un motivo de división”. Y desde Argelia habla Paul Desfarges, obispo de Constantina e Hipona. En el país africano, los cristianos son menos del 1%, como en el resto del norte del continente, pero la actitud de los religiosos es de apertura, la que alcanza a migrantes y refugiados, que encuentran apoyo en las iglesias para volver a vivir con dignidad.
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Kazajistán: tierra de concordia entre católicos y musulmanes
“Aquí, en Kazajistán, vivimos todos juntos en un clima que puedo definir de concordia”. Son las palabras del padre Adelio Dell’Oro, de 68 años y obispo de Karagandá, ciudad ubicada en el centro del país. La diócesis, cuya superficie es casi dos veces y medio que la de Italia, incluye varias parroquias (las dos más alejadas están a 1700 kilómetros entre sí) y cuenta con 18 sacerdotes, la mitad de ellos originarios de Kazajistán. El Padre Adelio conoce muy bien el país: por más de 10 años, de 1997 a 2009, vivió en Karagandá y en Astana como sacerdote fideo donum de la diócesis de Milán. Después de ser nombrado obispo volvió al país en 2013, primero como administrador apostólico de Atyrau y después como pastor de Karagandá.
El pequeño rebaño
En Kazajistán viven 17 millones de personas que pertenecen a 130 diferentes nacionalidades: los musulmanes (sunitas) constituyen entre el 70% y el 75 % de la población; los ortodoxos, entre el 20% y el 25%. También hay protestantes y budistas. Los católicos son un pequeño rebaño. “A menudo digo en broma que si hoy estamos presentes en Kazajistán se lo debemos a Stalin”, prosigue el padre Adelio. “Fue él, efectivamente, el que deportó a los campos kazajos a decenas de miles de católicos, principalmente polacos, alemanes, ucranianos, lituanos: la mayor parte de ellos murió, pero los que sobrevivieron (entre ellos había también algunos sacerdotes) transmitieron la fe a las jóvenes generaciones. En el largo invierno del régimen comunista, las abuelas fueron las que administraban el bautismo a sus nietos, principalmente”. Después de la caída de la Unión Soviética, los católicos eran 300000, pero con el paso del tiempo, muchos abandonaron Kazajistán para volver a sus tierras de origen. Hoy son unos 50000: algunos miles viven en el territorio de la diócesis y en la ciudad de Karagandá, alrededor de la que había muchos campos soviéticos.
La amistad con el imán
Las relaciones que vinculan al padre Adelio con el imán principal de la mezquita regional de Karagandá, Omirzhak Bekkoza, no son solo formalmente cordiales, sino de amistad. “El imán es un hombre muy abierto, cordial, generoso y disponible; nos vemos a menudo. Desea mantener y construir relaciones buenas con nosotros los católicos y nunca deja de participar en las celebraciones o en los encuentros a los que lo invito”, observa el padre Adelio. “Podría contar muchos episodios: me limito a dos. El año pasado fui a verlo, al final del Ramadán; hablamos largo rato y antes de despedirme quiso ofrecerme el agua santa de La Meca (a donde había ido en peregrinaje), invitándome a beber un sorbito y pedir un deseo: claro, me dijo, Alá lo habría cumplido. El 11 de septiembre pasado lo invité en ocasión de la beatificación del padre Wladyslaw Bukowinski: no solo presenció, sino que al día siguiente me invitó a la mezquita en ocasión de la fiesta del Kurban-Ait (el sacrificio de Abraham), y me pidió que felicitara y hablara durante algunos instantes a los fieles”.
El encuentro en la mezquita
El imán es Omirzhak Bekkoza, tiene 58 años y es padre de ocho hijos. Cuenta: “la relación entre los musulmanes y los católicos en la ciudad, como por lo demás en el país, es verdaderamente buena: no hay tensiones ni incomprensiones, y no se han verificado conflictos. Los fieles musulmanes tienen simpatía por los católicos que demuestran atención por nosotros y que vienen a vernos. Kazajistán es nuestra casa común”. Y para el padre Adelio tiene palabras de aprecio: “lo conocí en ocasión de su ingreso a la diócesis, que me había invitado. Desde entonces entre nosotros se instauraron relaciones muy amistosas. Sucedió espontáneamente: el padre Adelio irradia bondad, es siempre cordial, tiene un rostro benévolo. Y cuando una persona es confiable, las personas tienden a acercarse: él tiene un carácter que atrae a todos. No es soberbio, aunque sea más anciano que yo. Y siempre responde a mis invitaciones: en ocasión del Kurban-Ait incluso predicó brevemente, ante cuatro mil musulmanes, proponiendo una reflexión sobre Abraham, y sobre el sacrificio. Mis amigos católicos más queridos son, además del padre Adelio, el vicario general Evgenij Zinkowski y sor Alma Dzamova, a quienes conocí hace mucho tiempo, cuando vinieron a visitarme para presentarse”.
El Espíritu de Asís
El padre Adelio y el imán Omirzhak subrayan el importante papel del Estado en la preservación y en el impulso de buenas relaciones entre ciudadanos. “Creo que el presidente Nursultán Abishevich Nazarbayev, que firmó un Concordato con la Santa Sede en 1998, tenía mucho aprecio por San Juan Pablo II, que vino en visita en 2001: por ello, creo, tomó la decisión de organizar cada tres años, en la capital, un encuentro semejante al de Asís, en el que participan musulmanes, ortodoxos, católicos y representantes de las demás religiones. Es un momento de fraternidad muy bello, que contribuye a afianzar los vínculos entre los fieles”, recuerda el padre Adelio. Y el imán Omirzhak añade: “Todos los dirigentes de la región, empezando por el presidente, actúan para favorecer la concordia, incluso entre las diferentes comunidades nacionales. En Karagandá fue construida una Casa de la Amistad, en la que los presidentes de estas comunidades tienen una oficina propia y se encuentran regularmente. También esta iniciativa fue emprendida para reforzar la amistad entre todos los que vivimos en Kazajistán”.
La Iglesia argelina que vive con los musulmanes
“Las nuestras son Iglesias africanas y estamos felices de ello, consideramos una gracia que el testimonio del Evangelio sea ofrecido por cada vez más hermanos y hermanas que vienen del sur: los que han recibido el Evangelio de los misioneros, ahora llegan a nuestros países para dar su testimonio”. A la labor de monseñor Paul Desfarges no le hacen justicia los números: obispo de Constantina e Hipona, la diócesis de san Agustín, en Argelia, es uno de los pastores de una Iglesia que representa menos del 1% de la población total del estado.
La situación se repite, casi idéntica, en toda la región del Norte de África. La gran mayoría de los cristianos son extranjeros: europeos, pero también asiáticos (por ejemplo de Filipinas o de Corea) y sudamericanos. A menudo trabajan para las grandes empresas internacionales, en la construcción, como las que justamente en Argelia se ocupan de la extracción y de la distribución del gas natural. Pocos fieles, pues, pero no aislados: “Somos las Iglesias del “vivir junto” a los musulmanes”, resumió el obispo, que también preside la Conferencia Episcopal Regional del Norte de África (Cerna). No oculta las dificultades, como las que a menudo encuentran, en sus comunidades de origen, los pocos convertidos locales, pero subrayó también que la respuesta sigue siendo de apertura. “Como Iglesia católica, no tratamos de convertir —explicó, recordando que las leyes del país prohíben el proselitismo—, sino que acogemos a quienes hacen un recorrido personal y tocan a nuestras puertas, demostrando haber hecho una experiencia espiritual profunda”.
La de la acogida y la convivencia es, por lo demás, una de las características de la Iglesia del Norte de África desde hace tiempo. Se trata de una realidad que desde hace años ve aumentar en su interior a quienes provienen de las regiones que se encuentran debajo del Sahara: primero estudiantes y después sacerdotes, religiosos y monjas. Al final: los migrantes que viajan hacia Europa y que deben esperar con el objetivo de reunir el dinero suficiente para proseguir, o bien los que deciden permanecer en Argelia. Su paso y su presencia, explicó el mismo monseñor Desfarges, no pueden dejar indiferentes a los cristianos: “soportan condiciones durísimas, a veces inhumanas, durante el viaje, y, cuando llegan aquí, encuentran en nuestras iglesias un lugar en donde volver a vivir en su dignidad de hombres y mujeres”, continuó el obispo.
Las Iglesias del Norte de África se empeñan en “redescubrir la dimensión africana” a través de los rostros de estas personas, y responden a la invitación de la última asamblea de la Cerna, que se llevó a cabo a principios de abril. “No somos organizaciones no gubernamentales, nuestros medios son limitados —especificó el obispo de Constantina e Hipona—, pero podemos tener el enfoque del Buen Samaritano del Evangelio: acoger a quienes sufren, asistirlos en las primeras necesidades y, cuando sea posible, también más allá, por ejemplo, permitiendo que los hijos de los migrantes vayan a la escuela”. Entonces, se trata de un papel no político, pero que no impide a los obispos expresar preocupación por la manera en la que se está afrontando la cuestión migratoria a nivel europeo: “Se externalizan las fronteras, que son “sacadas” de Europa para detener las migraciones: es una injusticia también para nuestros países, que deben ocuparse de un movimiento de poblaciones que no quieren quedarse en ellos”, resumió monseñor Desfarges.
Por el contrario, según el religioso, la mejor actitud sería la de “darse cuenta de que la migración no es solo la que tiene como destino último Europa, aunque solo se hable de ella. La migración es un fenómeno mundial, que debería llevar a todos los Estados a preguntarse antes que nada cómo permitir que las personas migren, porque, de cierta manera, es un derecho, y después cómo impedir que se vean obligadas a hacerlo debido a condiciones sociales que vuelven la vida imposible en algunos países”.
Fuente:
Vatican Insider