Qué está en crisis, ¿el matrimonio o lo que entendemos de él?
10.00 p m| 4 jun 15 (TERRITORIO ABIERTO/BV).- El matrimonio se ha vuelto una pesada carga que es mejor no contraer. Vivimos tiempos en los que la modernidad ya cosechó sus frutos en nosotros: la razón y la lógica parecen ser las únicas formas de juzgar una decisión humana como el matrimonio, dejando de lado los sentimientos. Nos hemos acostumbrado a interpretar solo lo aparente, como nuestros logros materiales o nuestros defectos personales, pero no somos capaces de distinguir todo lo que subyace al matrimonio: la imperfección humana, la fuerza del amor que todo lo puede y lo alcanza, o la irresistible pasionalidad del deseo humano.
Ante ese escenario el jesuita Marcos Gutiérrez propone que la vida en común, como unión matrimonial, no es la que está en crisis, sino más bien apunta a nuestra dificultad de aceptar que el mundo y la otra persona no son como quisiéramos, y que esa percepción es consecuencia de una individualización excesiva y la prioridad del bienestar material, impulsadas en gran parte por la cultura de nuestros días.
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Hoy, muchas personas asumen que el matrimonio, en cuanto institución, no los representa. No desean entablar compromisos que después no serán capaces de cumplir, por lo que cada vez se escuchan con más fuerza voces contrarias a este.
Existen múltiples razones de pareja que explican el fracaso de la unión marital, pero también este puede deberse a influencias culturales que afectan la disposición hacia el matrimonio. Incluso el lugar donde reside la pareja afectaría la capacidad de contraer una unión marital. Así se desprende de una reciente investigación de la Universidad de Harvard titulada “Cómo tu ciudad natal afecta tus posibilidades de casarte”, y publicada por el New York Times. En ella se observa la geografía marital en las diferentes ciudades de la Unión Americana. Los economistas detectaron que en lugares más liberales resulta más difícil contraer matrimonio, mientras que en regiones tradicionalmente conservadoras sería más fácil.
En esos casos, la intención está dada por los sentimientos y valores que predominan en el ambiente del lugar. De esta forma, en “ciudades más liberales como Nueva York, San Francisco, Chicago, Boston y Washington, se reducen en un 10% las posibilidades de contraer matrimonio”, mientras que en “pequeñas comunidades conservadoras como Mountain West, áreas mormonas en Utah, o localidades de Idaho y Colorado, tienen el efecto contrario” (1). Al analizar estos datos publicados, no resulta tan extraño suponer que la valoración del individuo es más relevante en sociedades de pensamiento liberal (el estudio contempla también información sobre pensamiento político). De ahí la explicación por la dificultad para salir de uno mismo, o del propio bienestar, al encuentro del otro.
Al margen de estas discusiones, quisiera poner el foco en una cuestión básica, pero que solemos olvidar: la institución matrimonial no es solo el disfrute de las virtudes y alegrías de la vida en pareja, sino también se trata de acompañarse en las penas y en las dificultades cotidianas, lo cual supone una gracia especial en el esfuerzo por superar juntos la dificultad. Desde luego, el misterio de la salvación humana necesita alteridad. Nadie se salva solo. Nos salvamos en comunidad, lo que supone un otro del cual dependemos, y una conciencia clara de que en el yo propio hay un otro que depende mí.
Un ejemplo de la individualización excesiva en nuestro mundo racional y moderno, es el caso de las personas que triunfan en algunos aspectos de su vida, pero creen que lo hicieron solos, sin ayuda de nadie. Y es que pusieron tanto empeño que les resulta necesario exaltar su propio yo. Sin embargo, tras todo su éxito, suelen encontrar el apoyo de alguna persona, que muchas veces es subestimada o poco valorada. Entonces, se vuelve difícil crecer en comunidad o en la vida de pareja, donde los logros personales son también el logro de un otro, como el cónyuge. Parece muy fácil de comprender, sin embargo, se vuelve difícil de asumir en nuestro entorno.
Existen también otras dificultades, como creer que el amor es un asunto de equilibrios, de esfuerzos recíprocos, de dar para recibir, y de compensaciones. Pero todo eso no es más que una aparente estabilidad, ya que cuando una de esas situaciones se rompe, creemos que el amor no existe o que sin más se ha ido. En ese sistema de falsos equilibrios, se visibiliza la inmadurez emocional en la vida afectiva de las personas, las que han sido formadas con compensaciones superficiales del afecto.
Por ejemplo, padres de familia que han compensado las ausencias de tiempo y del cuidado de sus hijos, con aparentes equilibrios de bienestar físico y material proporcionando toda clase de objetos y regalos. Este factor es cada vez más común en una sociedad comercial que cree que todo lo puede comprar, y hace que los individuos crean que la vida en pareja se constituye como una relación afectiva basada en categorías comerciales; es decir, pequeñas transacciones de bienestar físico, material o estético, dadas por la existencia de equilibrios en los saldos y las compensaciones.
Cuando las parejas perseveran en el matrimonio se observa un crecimiento mutuo y, quizá sin que los cónyuges lo sepan, un ejercicio de misericordia. Así como el Señor, que es misericordioso con nosotros. Porque el amor supone una entrega sin límites, superior a la razón, y porque, en general, las dificultades de la vida en común son también realidades que vale la pena abordar como fenómeno profundo. Es necesario comprender ¿qué es lo que nos mueve a amar, a vivir felices, a saber recibir y a saber entregar?
En síntesis, es necesario tener en cuenta que si bien el matrimonio supone la vida en común, esta unión no necesariamente es la que está en crisis. Justamente, muchos de los separados después de un tiempo vuelven a buscar una vida en común con otra persona, porque el ser humano está hecho para vivir con otros. Esto nos obliga a tener presente que en el matrimonio debemos hacer cambios en la forma de ver el mundo y de amar, y que a ambos, en pareja, les corresponde ajustar las precomprensiones de matrimonio, porque es tarea de todas las partes implicadas.
En ocasiones, estas precomprensiones se componen de premisas superficiales, donde solo se acepta lo bueno, lo bonito y lo que resulta agradable de la otra persona. La cultura actual nos impone una mirada tan individualista que resulta muy difícil salir a aceptar que el mundo no es como creíamos, y que el otro no es como quisiéramos que fuera. Eso es lo que verdaderamente está en crisis.
Fuente:
Texto de Marcos Gutiérrez SJ. Publicado en Territorio Abierto.
Marriage is very important for us, it means mutual understanding, mutual trust and mutual support and so on.