Papa Francisco: ‘La corte es la lepra del papado’

Scalfari entrevista al Papa Francisco

1.00 p m| 1 oct 13 (AGENCIAS/BV).- “La Curia tiene un defecto: es Vaticano-Céntrica. Ve y se ocupa de los intereses del Vaticano y olvida el mundo que le rodea. No comparto esta visión y haré de todo para cambiarlo”, explicó Francisco en una entrevista publicada hoy en el diario italiano “La Repubblica” y firmada por su fundador, Eugenio Scalfari.

Hace dos semanas Scalfari recibió una carta del Papa, en la que el pontífice respondió “dudas sobre la fe de un no creyente”, que el periodista planteó y expuso en más de una columna en su periódico.

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La entrevista en 15 frases (tomado de Revista Ecclesia):

1.- La Iglesia debe sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos. En gran medida se da esa consideración, pero no lo suficiente.

2.- El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Hace falta conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea.

3.- Cada uno debe obedecer a la propia conciencia.

4.- Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisos, adulados y malamente jaleados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado.

5.- Esta visión Vaticano-céntrica descuida el mundo que lo rodea. No comparto esta visión y haré todo lo que pueda por cambiarla.

6.- La Iglesia es, o debe volver a ser, una comunidad del pueblo de Dios; y los presbíteros, los párrocos, los obispos con cura de almas, están al servicio del pueblo de Dios.

7.-  Cuando estoy ante un clerical me vuelvo anticlerical de golpe. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo.

8.- El ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo más que válido. Esta es, en cualquier caso, la Iglesia que han predicado Jesús y sus discípulos.

9.- Debemos ser una levadura de vida y de amor, y la levadura es una cantidad infinitamente más pequeña que la masa.

10.- Nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de los deseos, de las ilusiones, de la desesperación, de la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrir el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz.

11.- El Vaticano II, inspirado por el papa Juan y por Pablo VI, decide mirar al futuro con espíritu moderno y de apertura a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de aquello se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de quererlo hacer.

12.- Yo no sé si soy el que mejor los representa, pero la providencia me ha puesto a guiar la Iglesia y la Diócesis de Pedro. Haré cuanto está en mi mano para cumplir con el mandato que me ha sido confiado.

13.- He decidido como primera cosa nombrar un grupo de ocho cardenales que sean mi consejo. No cortesanos sino personas sabias y animadas por los mismos sentimientos que yo. Este es el inicio de esa Iglesia con una organización no solamente vertical sino también horizontal.

14.- Cuando el cardenal Martini hablaba poniendo el acento sobre los Concilios y los Sínodos sabía perfectamente cuán largo y difícil era el camino que había que recorrer en esa dirección. Con prudencia, pero con firmeza y perseverancia.

15.- Muy a menudo, la Iglesia como institución ha estado dominada por el temporalismo y muchos miembros y altos representantes católicos tienen todavía este modo de sentir


Aquí la transcripción de la entrevista:

Me dice el Papa Francisco: “Los más graves de los males que afligen al mundo en estos años son la desocupación de los jóvenes y la soledad en la que son abandonados los viejos. Los viejos necesitan cuidado y compañía; los jóvenes, trabajo y esperanza, pero no tienen ni lo uno ni lo otro, y el problema es que no lo encuentran más. Están aplastados por el presente. Dígame usted: ¿se puede vivir aplastado por el presente? ¿Sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro construyendo un proyecto, un porvenir, una familia? ¿Es posible continuar así? Esto, creo, es el problema más urgente que la Iglesia tiene delante”.

ES.- Santidad, le digo, es un problema sobre todo político y económico, afecta a los estados, los gobiernos, los partidos, las asociaciones sindicales.

F.- Cierto, tiene usted razón, pero afecta también a la Iglesia, es más, sobre todo a la Iglesia. Porque esta situación no hiere solo los cuerpos sino también las almas. La Iglesia debe sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos.

ES.- Santidad, dice que la Iglesia debe sentirse responsable. ¿Debo deducir que la Iglesia no es consciente de este problema y que usted la incita en esta dirección?

F.- En gran medida se da esa concienciación, pero no lo suficiente. Deseo que lo sea más todavía. Este no es el único problema que tenemos que afrontar pero es el más urgente y el más dramático.

El encuentro con el Papa Francisco tuvo lugar el martes pasado en su residencia de Santa Marta, en una pequeña habitación desnuda, una mesa y cinco o seis sillas, un cuadro en la pared. Estuvo precedido de una llamada telefónica que no olvidaré mientras viva. Eran las dos y media de la tarde. Suena mi teléfono y la voz algo agitada de mi secretaria me dice: “Tengo al Papa en línea, se lo paso inmediatamente”.

Me quedo pálido mientras ya la voz de Su Santidad al otro lado del hilo dice: “Buenos días, soy el Papa Francisco”. Buenos días, Santidad -digo yo, y añado- estoy estremecido, no me esperaba que me llamase. “¿Por qué estremecido? Usted me ha escrito una carta pidiendo conocerme en persona. Yo tenía el mismo deseo, así que estoy aquí para fijar la cita. Veamos mi agenda: miércoles no puedo, lunes tampoco, ¿le vendría bien el martes?”. Respondo: perfecto. “El horario es un poco incómodo, las 15, ¿le va bien? Si no, cambiamos el día”. Santidad, es perfecto a esa hora. “Entonces estamos de acuerdo: martes 24 a las 15. En Santa Marta. Tiene que entrar por la puerta del Sant’ Uffizio“.

No sé cómo acabar esta llamada y me lanzo a decirle: ¿puedo abrazarle por teléfono? “Por supuesto, le abrazo también yo. Después lo haremos en persona. Arrivederci”.

Ya estoy aquí. El Papa entra y me da la mano, nos sentamos. El Papa sonríe y me dice: “Alguno de mis colaboradores que le conoce me ha dicho que intentará convertirme”. Menuda ocurrencia, le respondo. También mis amigos piensan que usted me quiere convertir.

Ahora sonríe y responde: “El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Hace falta conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me ocurre que después de un encuentro tengo ganas de mantener otro porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante: conocerse, escucharse, ampliar la cerca del pensamiento. El mundo es un recorrido por calles que acercan y alejan, pero lo importante es que lleven al Bien”.

ES.- Santidad, ¿existe una visión del Bien única? ¿Y quién la establece?

F.- Cada uno de nosotros tiene su visión del Bien y también del Mal. Nosotros debemos incitarle a proceder hacia aquello que él piensa que es el Bien.

ES.- Usted, Santidad, ya lo escribió en la carta que me envió. La conciencia es autónoma, decía, y cada uno debe obedecer a la propia conciencia. Pienso que eso es uno de los pasajes más valientes dichos por un Papa.

F.- Y aquí lo repito. Cada uno tiene su idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría esto para mejorar el mundo.

ES.- ¿La Iglesia lo está haciendo?

F.- Sí, nuestras misiones tienen esta finalidad: individuar las necesidades materiales e inmateriales de las personas y tratar de satisfacerlas como podamos. ¿Sabe usted qué es el “ágape”?

ES.- Sí, lo sé.

F.- Es el amor por los otros, como nuestro Señor ha predicado. No es proselitismo, es amor. Amor por el prójimo, fermento que sirve al bien común.

ES.- Ama al prójimo como a ti mismo.

F.- Exactamente, eso es.

ES.- Jesús, en su predicación, dice que el ágape, el amor a los demás, es el único modo de amar a Dios. Corríjame si me equivoco.

F.- No se equivoca. El Hijo de Dios se ha encarnado para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de la fraternidad. Todos hermanos y todos hijos de Dios. Abba, como él llamaba al Padre. Yo os trazo el camino, decía. Seguidme y encontraréis al Padre y seréis todos sus hijos y él se complacerá en vosotros. El ágape, el amor de cada uno de nosotros hacia todos los demás, desde el más cercano al más alejado, es el único modo que Jesús nos ha indicado para encontrar la vía de la salvación y de las Bienaventuranzas.

ES.- Siguiendo con las exhortaciones de Jesús, como hemos dicho antes, el amor al prójimo debe ser igual al que tenemos hacia nosotros mismos. Entonces, eso que muchos llaman narcisismo se reconoce como válido, positivo, en la misma medida del otro. Hemos disertado mucho sobre este aspecto.

F.- A mí la palabra narcisismo no me gusta. Indica un amor desmedido hacia uno mismo y esto no está bien, puede producir daños graves no solo en el alma de quien lo padece sino también en la relación con los otros, con la sociedad en la que vive. El verdadero problema es que los más afectados por esto -que, en realidad, es una especie de trastorno mental- son personas que tienen mucho poder. A menudo los jefes son narcisos.

ES.- También muchos jefes de la Iglesia lo han sido.

F.- ¿Sabe qué pienso sobre este punto? Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisos, adulados y malamente jaleados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado.

ES.- La lepra del papado, ha dicho eso textualmente. ¿Pero cuál es la corte? ¿Está aludiendo a la Curia?, le pregunto.

F.- No. En la curia a veces hay cortesanos, pero la Curia en su complejo es otra cosa. Es lo que en el ejército se llama intendencia, la que gestiona los servicios que se necesitan en la Santa Sede. Pero tiene un defecto: es Vaticano-céntrica. Mira por los intereses del Vaticano, se ocupa de ellos: son todavía, en gran parte, intereses temporales. Esta visión Vaticano-céntrica descuida el mundo que lo rodea. No comparto esta visión y haré todo lo que pueda por cambiarla.

La Iglesia es, o debe volver a ser, una comunidad del pueblo de Dios; y los presbíteros, los párrocos, los obispos curan almas, están al servicio del pueblo de Dios. La Iglesia es esto, una palabra diferente de la Santa Sede, que tiene una función importante pero está al servicio de la Iglesia. Yo no habría podido tener la plena fe en Dios y en su Hijo si no me hubiera formado en la Iglesia y hubiera tenido la fortuna de encontrarme, en Argentina, en una comunidad sin la cual no habría tomado conciencia de mí y de mi fe.

ES.- ¿Usted ha sentido su vocación desde joven?

F.- No, no jovencísimo. Debería haber tenido otro oficio, según mi familia: trabajar, ganar algo de dinero. Fui a la universidad. Y encontré también una profesora con la que tuve una relación de respeto y amistad, era una comunista ferviente. A menudo me leía y me daba a leer textos del Partido Comunista. Así conocí también esa concepción tan materialista. Recuerdo que me hizo llegar también el comunicado de los comunistas americanos en defensa de Rosenberg que habían sido condenados a muerte. La mujer de la que le estoy hablando fue después arrestada, torturada y asesinada por el régimen dictatorial que entonces gobernaba en Argentina.

ES.- ¿El comunismo le seduce?

F.- Su materialismo no tiene ninguna atracción para mí. Pero conocerlo a través de una persona valiente y honesta me ha sido útil, he entendido algunas cosas, un aspecto de lo social, que después reencuentras en la doctrina social de la Iglesia.

ES.- La Teología de la Liberación, que el papa Wojtyla excomulgó, estaba bastante presente en América Latina.

F.- Sí, muchos de su exponentes eran argentinos.

ES.- ¿Usted piensa que es justo que el Papa la combatiese?

F.- Ciertamente daban un sesgo político a su teología, pero muchos de ellos eran creyentes y con un alto concepto de humanidad.

ES.- Santidad, ¿me permite que le diga también yo alguna cosa sobre mi formación cultural? Fui educado por una madre muy católica. A los 12 años gané incluso un concurso de catecismo entre todas las parroquias de Roma y tuve un premio de la Vicaría. Comulgaba el primer viernes de cada mes, en resumen, practicaba la liturgia y creía. Pero todo cambió cuando entré en el instituto. Allí, entre otros textos de filosofía, estudiábamos el Discurso del método de Descartes, y me quedé marcado por esa frase que casi se ha convertido en un icono: “Pienso, luego existo”. De ahí deviene la base de la existencia humana, la sede autónoma del pensamiento.

F.- Descartes nunca ha renegado de la fe en un Dios trascendente.

ES.- Es verdad, pero puso los fundamentos de una visión del mundo distinta y a mí me encaminó por la senda que después, corroborada con otras lecturas, me llevó a la otra orilla.

F.- Sin embargo, por lo que he detectado, usted es un no creyente pero no un anticlerical. Son dos cosas muy distintas.

ES.- Es verdad, no soy anticlerical, pero me vuelvo anticlerical cuando encuentro un clerical.

El Papa sonríe y me dice: “Eso me pasa a mí también. Cuando estoy ante un clerical me vuelvo anticlerical de golpe. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo. San Pablo, que fue el primero que habló a los gentiles, a los paganos, a los creyentes de otras religiones, fue el primero en enseñárnoslo”.

ES.- ¿Puedo preguntarle, Santidad, cuáles son los santos que usted siente más cercanos a su alma y sobre los cuales se ha formado su experiencia religiosa?

F.- San Pablo es el que fija los puntos cardinales de nuestra religión y de nuestro credo. No se puede ser cristianos conocedores sin San Pablo. Traduce la predicación de Cristo en una estructura doctrinal que, junto a las aportaciones de una enormidad de pensadores, de teólogos, de pastores de almas, ha resistido y resiste dos mil años después. Y luego están Agustín, Benedicto y Tomás e Ignacio. Y, naturalmente, Francisco. ¿Debo explicarle por qué?

Francisco -me tomo la libertad de llamar así al Papa en este punto de la conversación porque él mismo te lo sugiere: por cómo habla, por cómo sonríe, por sus exclamaciones de sorpresa o de asentimiento, me mira como para animarme a poner sobre la mesa también las preguntas más escabrosas o más embarazosas para quien guía la Iglesia-. Así que le digo: de Pablo ha explicado la importancia y el rol que ha tenido, pero me gustaría saber cuál de los que ha nombrado siente más cercano a su alma.

F.- Me pide una clasificación, pero las clasificaciones se pueden hacer si se habla de deporte o cosas así. Podría decirle el nombre de los mejores futbolistas de Argentina. Pero los santos…

ES.- Se dice “scherzacoifanti” [literalmente, sería “juega con las sotas” (naipes)], ¿conoce el dicho?

F.- Está bien. No quiero evadir su pregunta porque no me ha pedido una clasificación sobre su importancia cultural y religiosa sino quién está más cercano a mi alma. Entonces, le digo: Agustín y Francisco.

ES.- ¿No Ignacio, de cuya orden proviene usted?

F.- A Ignacio, por razones entendibles, le conozco más que a los otros. Fundó nuestra orden. Le recuerdo que de esta orden procedía también Carlo María Martini, a quien usted y yo queremos mucho. Los jesuitas han sido y todavía son la levadura –no la única pero quizá la más eficaz- del catolicismo: cultura, enseñanza, testimonio misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio, que fundó la Compañía, era también un reformador y un místico. Sobre todo un místico.

ES.- ¿Y piensa que los místicos han sido importantes para la Iglesia?

F.- Han sido fundamentales. Una religión sin místicos es una filosofía.

ES.- ¿Usted tiene una vocación mística?

F.- ¿A usted qué le parece?

ES.- A mí me parece que no.

F.- Probablemente, tiene razón. Adoro a los místicos; también Francisco en muchos aspectos de su vida lo fue, pero no creo tener esa vocación. Y, además, hace falta entenderse sobre el significado profundo de esa palabra. El místico se despoja de todo: del hacer, de los hechos, de los objetivos e incluso de la pastoralidad misionera, y se eleva hasta alcanzar la comunión plena con la Beatitud. Son breves momentos pero que llenan la vida entera.

ES.- ¿A usted le ha pasado?

F.- Raramente. Por ejemplo, cuando el Cónclave me eligió Papa. Antes de aceptar pedí retirarme por algunos minutos a la habitación que está junto a la del balcón que da a la plaza. Mi cabeza estaba completamente vacía y me había invadido una gran ansiedad. Para que se me pasara y para relajarme cerré los ojos, y desaparecieron todos los pensamientos, también los de renunciar a aceptar, tal y como consiente la liturgia. Cerré los ojos y no tenía ya ninguna ansiedad ni emotividad. En un momento dado, me invadió una gran luz, duró un segundo pero a mí me pareció larguísimo. Después, la luz se disipó y yo me levanté como un resorte; me dirigí a la habitación donde me esperaban los cardenales y la mesa sobre la que estaba la aceptación; lo firmé, el cardenal Camarlengo lo ratificó, y después sobre el balcón ya fue el “Habemus Papam”.

Permanecemos un poco en silencio, y después le digo: estábamos hablando de los santos que usted siente más cercanos a su alma, y nos falta hablar de Agustín. ¿Me quiere decir por qué lo siente muy cercano a usted.

F.- También mi predecesor tiene a Agustín como punto de referencia. Es un santo que ha atravesado muchas vicisitudes en su vida y ha cambiado muchas veces su posición doctrinal. También ha tenido palabras muy duras de confrontación con los judíos, que nunca he compartido. Ha escrito muchos libros y el que me parece más revelador de su intimidad intelectual y espiritual son las Confesiones: contienen también algunas manifestaciones de misticismo pero no es completamente, como muchos sostienen, el continuador de Pablo. Es más, ve la Iglesia y la fe en un modo profundamente distinto a Pablo, quizá también porque habían pasado cuatro siglos entre el uno y el otro.

ES.- ¿Cuál es la diferencia, Santidad?

F.- Para mí está en dos aspectos sustanciales. Agustín se siente impotente frente a la inmensidad de Dios y a los deberes que un cristiano y un obispo debería cumplir. Y aunque él no fue del todo impotente, su alma se sentía siempre por debajo de cuanto habría querido y debido. Y luego está la gracia dispensada por parte del Señor como elemento fundamental de la fe. De la vida. Del sentido de la vida. Quien no está tocado por la gracia puede ser una persona sin mancha y sin miedo, como quien dice, pero no será nunca como una persona tocada por la gracia. Esta es la intuición de Agustín.

ES.- ¿Usted se siente tocado por la gracia?

F.- Esto no puede saberlo ninguno. La gracia no forma parte de la consciencia, y la cantidad de luz que tenemos en el alma no forma parte de la sabiduría ni de la razón. También usted, sin saberlo para nada, puede estar tocado por la gracia.

ES.- ¿Sin fe? ¿Un no creyente?

F.- La gracia concierne al alma.

ES.- Yo no creo en el alma.

F.- No cree pero la tiene.

ES.- Santidad, hemos quedado en que usted no tiene ninguna intención de convertirme y creo que no lo conseguiría.

F.- Eso no se sabe, pero en cualquier caso no tengo ninguna intención.

ES.- ¿Y Francisco?

F.- Es grandísimo porque lo es todo. Un hombre que quiere hacer, que quiere construir, funda una orden y sus reglas, es itinerante misionero, es poeta y profeta, es místico, ha experimentado el mal y ha salido de sí mismo, ama la naturaleza, los animales, la hierba del prado y los pájaros que vuelan en el cielo, pero sobre todo ama a las personas, los niños, los viejos, las mujeres. Es el ejemplo más luminoso de ese ágape del que hablábamos antes.

ES.- Tiene razón, Santidad, la descripción es perfecta. Pero, ¿por qué ninguno de sus predecesores ha elegido ese nombre y, creo yo, ninguno lo elegirá después de usted?

F.- Esto no lo sabemos, no podemos hacer hipótesis sobre el futuro. Es verdad que antes de mí ninguno lo ha elegido. Aquí llegamos al problema de los problemas. ¿Quiere beber algo?

ES.- Gracias, quizá un vaso de agua.

Se levanta, abre la puerta y pide a un colaborador que está en la entrada que traiga dos vasos de agua. Me pregunta si quiero un café, respondo que no. Llega el agua. Al final de nuestra conversación mi vaso estará vacío, pero el suyo permanece lleno. Se aclara la garganta y comienza:

F.- Francisco quería una orden mendicante y también itinerante. Misioneros en busca de encontrar, escuchar, dialogar, ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo, amor. Y anhelaba una Iglesia pobre que se ocupase de los otros, que recibiera ayuda material y lo utilizara para sostener a los otros, sin ninguna preocupación por sí misma. Han pasado 800 años desde entonces y los tiempos han cambiado mucho, pero el ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo más que válido. Esta es, en cualquier caso, la Iglesia que predicaron Jesús y sus discípulos.

ES.- Vosotros los cristianos ahora sois una minoría. Incluso en Italia, que viene definida como el jardín del Papa, los católicos practicantes serían -según algunos sondeos- entre el 8 y el 15 por ciento. Los católicos que dicen serlo pero en realidad practican poco son un 20 por ciento. En el mundo hay mil millones de católicos e incluso más, y con las otras iglesias cristianas suman más de 1.500 millones, pero el planeta está poblado por 6 o 7 mil millones de personas. Sois ciertamente muchos, especialmente en África y en América Latina, pero sois minoría.

F.- Siempre lo hemos sido, pero el tema de hoy no es este. Personalmente, pienso que ser una minoría es además una fuerza. Debemos ser una levadura de vida y de amor, y el fermento es una cantidad infinitamente más pequeña que la masa de las frutas, las flores y los árboles que nacen de ese fermento. Me parece que ya he dicho antes que nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de los deseos, de las ilusiones, de la desesperación, de la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrir el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz. El Vaticano II, inspirado por el papa Juan y por Pablo VI, decide mirar al futuro con espíritu moderno y de apertura a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de aquello se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de quererlo hacer.

ES.- También porque -me permito añadir- la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un momento de crisis profunda y no solamente económica sino social y espiritual. Usted, al inicio de este nuestro encuentro, ha descrito una generación aplastada por el presente. También nosotros los no creyentes sentimos este sufrimiento casi antropológico. Por eso queremos dialogar con los creyentes y con quien mejor los representa.

F.- Yo no sé si soy el que mejor los representa, pero la Providencia me ha puesto a guiar la Iglesia y la Diócesis de Pedro. Haré cuanto esté en mi mano para cumplir con el mandato que me ha sido confiado.

ES.- Jesús, como usted ha recordado, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que esto se ha cumplido?

F.- Desgraciadamente, no. El egoísmo ha aumentado y el amor a los demás ha disminuido.

ES.- Esto es entonces el objetivo que nos iguala: al menos equiparar la intensidad de estos dos tipos de amor. ¿Su Iglesia está lista y preparada para cumplir este deber?

F.- ¿Usted qué piensa?

ES.- Pienso que el amor por el poder temporal es todavía más fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional que en toda la Iglesia. Pienso que las instituciones predominan sobre la Iglesia pobre y misionera que usted querría.

F.- Las cosas, de hecho, están así y en esta materia no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco en su tiempo tuvo que pelear largamente con la jerarquía romana y con el Papa para conseguir el reconocimiento de las reglas de su orden. Al final obtuvo la aprobación pero con profundos cambios y compromisos.

ES.- ¿Usted tendrá que seguir el mismo camino?

F.- No soy ciertamente San Francisco de Asís y no tengo su fuerza ni su santidad. Pero soy el Obispo de Roma y el Papa de la catolicidad. He decidido como primera cosa nombrar un grupo de ocho cardenales que sean mi consejo. No cortesanos sino personas sabias y animadas por los mismos sentimientos que yo. Este es el inicio de esa Iglesia con una organización no solamente vertical sino también horizontal. Cuando el cardenal Martini hablaba poniendo el acento sobre los Concilios y los Sínodos sabía perfectamente cuán largo y difícil era el camino que había que recorrer en esa dirección. Con prudencia, pero con firmeza y perseverancia.

ES.- ¿Y la política?

F.- ¿Por qué me lo pregunta? Ya he dicho que la Iglesia no se ocupará de política.

ES.- Pero hace pocos días ha hecho un llamamiento a los católicos para que se impliquen civilmente y políticamente.

F.- No me dirigía solo a los católicos sino a todos los hombres de buena voluntad. Dije que la política es la primera de las actividades civiles y tiene su propio campo de acción, que no es el de la religión. Las instituciones políticas son laicas por definición y operan en esferas independientes. Esto lo han dicho todos mis predecesores, al menos desde hace muchos años hasta ahora, aunque con acentos diversos. Yo creo que los católicos implicados en la política tienen dentro de ellos los valores de la religión pero con una madura conciencia y competencia para ponerlos en práctica. La Iglesia no tendrá nunca otro deber que el de expresar y difundir sus valores, al menos mientras yo esté aquí.

ES.- Pero no siempre ha sido así la Iglesia

F.- No ha sido así casi nunca. Muy a menudo, la Iglesia como institución ha estado dominada por la temporalidad y muchos miembros y altos representantes católicos tienen todavía este modo de sentir. Pero ahora déjeme hacerle una pregunta: usted, laico no creyente en Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor y un hombre de pensamiento. Creerá en alguna cosa, tendrá un valor dominante. No me responda con palabras como la honestidad, la búsqueda, la visión del bien común; todos son principios y valores importantes, pero no es esto lo que le pregunto. Le pregunto qué piensa de la esencia del mundo, es más, del universo. Ciertamente, se preguntará, como todos, qué somos, de dónde venimos, a dónde vamos. Hasta un niño se hace estas preguntas. ¿Y usted?

ES.- Le agradezco la pregunta. La respuesta es esta: yo creo en el Ser, es decir, en el tejido del cual surgen las formas, los Entes.

F.- Y yo creo en Dios. No en un Dios católico: no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su encarnación. Jesús es mi maestro y mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy distantes?

ES.- Estamos distantes en el pensamiento, pero similares como personas humanas, animadas inconscientemente por nuestros instintos, que se transforman en pulsiones, sentimientos, voluntad, pensamiento y razón. En esto somos similares.

F.- Pero, ¿eso que vosotros llamáis el Ser, como lo definiría usted?

ES.- El Ser es un tejido de energía. Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De esa energía emergen las formas cuando la energía llega al punto de explotar. Las formas tienen sus leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que se combinan casualmente, evolucionan, y al final se apagan. Pero su energía no se destruye. El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento, al menos en nuestro planeta y sistema solar. He dicho que está animado de instintos y deseos, pero añado que contiene también dentro de sí una resonancia, un eco, una vocación de caos.

F.- Vale. No quería que me hiciera un compendio de su filosofía y con lo que me ha dicho me basta. Observo desde mi ángulo que Dios es luz que ilumina las tinieblas, si bien no las disuelve, y un destello de esa luz divina está dentro de cada uno de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho también que nuestra especie acabará, pero no acabará la luz de Dios que en ese momento invadirá todas las almas, y todo será en todos.

ES.- Sí, lo recuerdo bien. Dice “toda la luz será en todas las almas”, lo cual -si me permite- es más una figura de inmanencia que de trascendencia.

F.- La trascendencia permanece porque esa luz, toda en todos, trasciende el universo y las especies que en esa fase lo poblarán. Pero volvamos al presente. Hemos dado un paso adelante en nuestro diálogo. Hemos constatado que en la sociedad y en el mundo en el que vivimos el egoísmo ha aumentado mucho más que el amor por los otros, y los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su propia fuerza y capacidad, para hacer que el amor hacia los otros aumente hasta igualar y posiblemente superar el amor por uno mismo.

ES.- Aquí también estamos hablando de política.

F.- Seguramente. Personalmente, pienso que el llamado liberalismo salvaje no ha hecho otra cosa que volver a los fuertes más fuertes, a los débiles más débiles y a los excluidos más excluidos. Hace falta gran libertad, ninguna discriminación, no demagogia y mucho amor. Hacen falta normas de comportamiento y también, si fuera necesario, una intervención directa del Estado para corregir las desigualdades más intolerables.

ES.- Santidad, usted es ciertamente una persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la voluntad de relanzar una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y no temporalística. Pero por como habla y por cuanto yo entiendo, usted es y será un Papa revolucionario. Mitad jesuita, mitad un hombre de Francisco, una combinación que quizá no se ha visto nunca. Y luego, le gustan Los novios de Manzoni, Holderlin, Leopardi y sobre todo Dostoyevski, la película “La strada” y “Ensayo de orquesta” de Fellini, “Roma cittàaperta” de Rossellini y también las películas de Aldo Fabrizi.

F.- Esas me gustan porque las veía con mis padres cuando era pequeño.

ES.- Eso es. ¿Puedo sugerirle que vea dos películas que han salido hace poco? “Viva la libertad” y la de EttoreScola sobre Fellini. Estoy seguro de que le gustarán. Sobre el poder le digo: ¿sabe que cuando tenía veinte años hice un mes y medio de ejercicios espirituales con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado del reclutamiento militar. Podían castigarnos con la condena a muerte. Los jesuitas nos hospedaron a condición de que hiciéramos ejercicios espirituales durante todo el tiempo que estuviéramos escondidos en su casa, y así fue.

“Pero es imposible resistir a un mes y medio de ejercicios espirituales”, dice él estupefacto y divertido. Le contaré la segunda parte la próxima vez.

Nos abrazamos. Subimos la pequeña escalera que nos separa de la puerta de salida. Le pido al papa que no me acompañe pero él niega con un gesto. “Hablaremos también del rol de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenina”.

Y hablaremos si usted quiere de Pascal. Me gustaría saber cómo piensa sobre esa gran alma.

“Haga llegar a todos sus familiares mi bendición y pida que recen por mí. Usted piense en mí, piense en mí a menudo”.

Nos estrechamos la mano y él permanece quieto con los dos dedos alzados en signo de bendición. Yo lo saludo desde el ventanal. Esto es el Papa Francisco. Si la Iglesia se convierte en lo que él piensa y quiere, cambiará una época.


Traducción de la entrevista por Paloma García Ovejero. Aquí la publicación en la Repubblica.it

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Un pensamiento en “Papa Francisco: ‘La corte es la lepra del papado’

  • 19 octubre, 2013 al 8:04 pm
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    Hermosa, grandiosa y sencilla la palabra del Papa Francisco. en esta fina y pulcra entrevista,Que duda cabe,
    debemos amarnos los unos a los otros, como dijo Jesús, y nos los recuerda Francisco, cuan cierto es: que el amor al prójimo ha disminuido, mientras ha crecido el narcisismo (que, felizmente, es propio de los jefes) Gracias Su Santidad Francisco.

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