¿Por qué me atacan? El Papa responde
“Era de esperar que al ‘enemigo’ no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo. Y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario”.
Y el Papa se ha expresado de este modo al comienzo de su viaje a Fátima, el pasado 11 de abril:
“Los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera. […] La mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación”.
Ya desde aquí se intuye que para Benedicto XVI también el año 2010 ha de vivirse como un año de gracia, en paralelo a los años anteriores, también ellos recubiertos por ataques a la Iglesia y al Papa.
Para él todo se soporta. La tribulación producida por el pecado es la condición de la humanidad necesitada de salvación, una salvación que sólo viene de Dios y es ofrecida en la Iglesia con los sacramentos administrados por los sacerdotes.
Por eso – nos hace entender el Papa – el rechazo de Dios coincide muchísimas veces con un ataque al sacerdocio y a lo que lo marca públicamente: el celibato.
El pasado 10 de junio, en la vigilia de clausura del Año Sacerdotal, Benedicto XVI dijo: que el celibato es un anticipo “del mundo de la resurrección”. Es el signo “que Dios existe, que Dios entra en mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura”.
Por eso – ha dicho también – el celibato “es un gran escándalo”. No sólo para el mundo de hoy “en el que Dios no entra”, sino para la misma cristiandad, en la que “no se piensa más en el futuro de Dios y parece suficiente sólo el presente de este mundo”.
Que “hacer presente a Dios en este mundo” es la prioridad de su misión lo ha dicho el papa Joseph Ratzinger muchas veces, en particular en la memorable carta dirigida por él a los obispos de todo el mundo, el 10 de marzo de 2009.
Pero vincular la cuestión de Dios a la cuestión del sacerdocio y del celibato sacerdotal no es tan evidente. Pero a pesar de todo es justamente lo que hace constantemente Benedicto XVI.
Por ejemplo, a fines del año 2006, al trazar un balance de su viaje a Alemania que había impactado por la conferencia de Ratisbona, luego de haber subrayado que “el gran problema de Occidente es el olvido de Dios”, continuó diciendo que “ésta es la tarea central del sacerdote: llevar a Dios a los hombres”. Pero el sacerdote “puede hacerlo solamente si él mismo viene de Dios, si vive con y de Dios”. El celibato es signo de esta entrega plena:
“Nuestro mundo, que se ha vuelto totalmente positivista, en el cual Dios sólo encuentra lugar como hipótesis, pero no como realidad concreta, necesita apoyarse en Dios del modo más concreto y radical posible. Necesita el testimonio que da de Dios quien decide acogerlo como tierra en la que se funda su propia vida”.
No sorprende entonces que, ante la inminencia de su elevación al papado, Ratzinger haya invocado una reforma de la Iglesia que comience con la purificación que elimina la “suciedad”, en primer lugar de los ministros de Dios.
No sorprende que haya inventado y convocado un Año Sacerdotal con el objetivo de conducir al clero a una vida santa.
No sorprende que la liturgia sea tan central en este pontificado. El sacerdote vive para la liturgia. Es al sacerdote que Dios “le ha encargado preparar la mesa de Dios para los hombres, darles su cuerpo y su sangre, ofrecerles el don precioso de su misma presencia”.
La liberalización de la Misa en el rito antiguo, la revocación de la excomunión a los obispos lefebvristas, el recibimiento dado a las comunidades anglicanas más vinculadas a la Tradición son partes de este mismo designio. Y todas son puntualmente objeto de ataque.
Hay una misteriosa lucidez en la visión que unifica los ataques al actual pontificado, como si obrase en ellos una “mano invisible”, escondida hasta para sus mismos actores. Una mano, una mente que intuye el designio de fondo de Benedicto XVI y, en consecuencia, hace de todo para confrontarlo.
En el Evangelio según san Marcos hay un “secreto mesiánico” que acompaña la vida de Jesús y que permanece oculto para sus mismos discípulos, pero no para el “enemigo”. El diablo es el que reconoce inmediatamente en Jesús al Mesías salvador. Y le grita.
La paradoja de los ataques actuales a la Iglesia es que, precisamente mientras la quieren reducir a la impotencia y al silencio, esos ataques develan su esencia, como lugar del Dios que perdona.
“Doctor seráfico” es el título aplicado a san Buenaventura de Bagnoregio, uno de los primeros sucesores de san Francisco en la cima de la Orden fundada por él. Podría ser aplicado también a Benedicto XVI, por la forma en que guía a la Iglesia en medio de la tempestad.
En la catequesis dedicada por él, el pasado 10 de marzo a este santo – muy estudiado por él ya cuando era un joven teólogo –, el papa Ratzinger expresó su pensamiento también sobre los “enemigos” internos en la Iglesia.
A los que, descontentos, pretenden una palingénesis radical de la Iglesia, un nuevo cristianismo espiritual configurado por un desnudo Evangelio sin más jerarquías, ni preceptos ni dogmas, Benedicto les ha dicho que es corto el paso del espiritualismo a la anarquía. La Iglesia “es siempre Iglesia de pecadores y es siempre lugar de gracia”. Progresa y evoluciona, pero siempre en continuidad con la Tradición.
A los que para reformar la Iglesia apuntalan todo sobre nuevas estructuras de mando y nuevos comandantes, les ha dicho que “gobernar no es simplemente hacer, sino sobre todo pensar y rezar”, es decir, “guiando e iluminando las almas, orientándolas hacia Cristo”.
Los ataques que se concentran sobre el papa Benedicto son para él la prueba de cuan alta es la apuesta que él lanza a los hombres de hoy, a todos ellos, también a los incrédulos: “vivir como si Dios existiese”.
Imagen: (Getty) Benedicto gesticulando en la audiencia del 25 de agosto en Castel Gandolfo