Marxistas y católicos: Manifiesto para la acción conjunta en Italia
Los cuatro son miembros del Partido Demócrata (P.D.) y en el documento proponen que estamos frente a una “Emergencia Antropológica” capaz de llevarnos a una catástrofe. “La manipulación de la vida, originada en el desarrollo tecnológico y la violencia inherente a los procesos de globalización, en ausencia de un nuevo orden internacional, nos ubica frente a una emergencia antropología sin precedentes. Nos parece el hecho más grave y al mismo tiempo la raíz más profunda de la crisis de la democracia.“
El manifiesto propone al P.D., partido de creyentes y no creyentes, construir una nueva alianza político/cultural que “parte del reconocimiento público de la importancia de las creencias religiosas y en el magisterio de la Iglesia de una visión positiva de la modernidad, basada en la alianza entre fe y razón“.
Y para ello retoma dos ideas de un informe del cardenal Bagnasco a la conferencia episcopal italiana: la crítica al individualismo radical y la propuesta de crear un sujeto cultural y social interlocutor con la política; y dos del Papa: el rechazo del relativismo ético y la afirmación de valores no negociables.
Esta dinámica tiene como contexto la excepcionalidad italiana debida a la presencia en su ámbito del centro administrativo pastoral de la Iglesia Católica. El espacio para la mediación laical en la elección de las decisiones de política ha sido un tema controvertido que sin embargo ha sido terreno fértil para propuestas novedosas para la construcción de una nueva propuesta laical. El marxismo italiano por su parte se ha distinguido siempre por un perfil más humanista.
A continuación el texto del manifiesto:
Emergencia Antropológica: para una nueva Alianza
De Pietro Barcelona, Paolo Sorbi, Mario Tronti y Giuseppe Vacca
La manipulación de la vida, originada en el desarrollo tecnológico y la violencia inherente a los procesos de globalización, en ausencia de un nuevo orden internacional, nos ubica frente a una emergencia antropología sin precedentes. Nos parece el hecho más grave y al mismo tiempo la raíz más profunda de la crisis de la democracia. Germina desafíos que requieren de una nueva alianza entre hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, entre religión y política. Por lo tanto creemos que son dignos de atención y merecedores de esperanza las novedades que se anuncian en nuestro país en el campo religioso y civil.
Nos parece que en los últimos años -un período histórico que comenzó con la crisis financiera de 2007 y en Italia con el ocaso de la “Segunda República”- mientras la Iglesia italiana se esforzaba cada vez más en reestructurar su función nacional, un partido como el Partido Democrático ha venido definiendo su fisonomía original de “partido de creyentes y no creyentes”. Son novedades importantes que amplían el campo de fuerzas que, cooperando responsablemente, pueden contribuir a concebir soluciones efectivas a la crisis actual.
El terreno común es la definición de la nueva laicidad, que en palabras del secretario del P.D. se mueve desde el reconocimiento público de la importancia de las creencias religiosas y en el magisterio de la Iglesia desde una visión positiva de la modernidad, basada en la alianza entre fe y razón. En su libro-entrevista “Por una buena razón”, Pier Luigi Bersani afirma que la “confrontación con la doctrina social de la Iglesia” es un rasgo distintivo de la inspiración reformista del P.D. y que la presencia en Italia de “la más alta autoridad espiritual católica” puede favorecer la superación de la ética bipolar que ha afectado negativamente a la política democrática en etapas cruciales de la vida del país. Reiterando, finalmente, “la responsabilidad autónoma de la política”, Bersani expresa una opción decidida por una visión “que no queriendo renunciar a las convicciones éticas y religiosas profundas y comprometidas, encarga a la responsabilidad de los laicos la mediación de la elección concreta de las decisiones políticas”.
En cuanto a la Iglesia Católica hay dos puntos del informe del cardenal Bagnasco en la reunión del Consejo Permanente de Obispos de 26-29 septiembre 2011 que merecen una atención especial.
El primero concierne a la crítica de la “cultura radical”: dirigida a aquellas posiciones que “partiendo de una concepción individualista”, encierran a la persona “en el aislamiento triste de su propia libertad absoluta, desligada de la verdad del bien y toda relación social”.
El segundo es la propuesta de nuevas formas de compromiso común de los católicos para enfrentar lo que en una ocasión anterior había llamado “la catástrofe antropológica”: la posibilidad de “un sujeto cultural y social interlocutor con la política”. Y no es menos importante su justificación histórica: “Lo que hoy da conciencia a los católicos no es en primer lugar una pertenencia externa, sino los valores de la humanización que cada vez más atraen el interés de quienes no se sienten explícitamente católicos”. En otras palabras, la “posibilidad” de este nuevo tema surge del compromiso social y cultural de los laicos, en el que los católicos son “más unidos de cuanto se quiere creer” gracias a la brújula que los guía: la construcción de un humanismo compartido.
La definición de la nueva laicidad y la asunción de una responsabilidad más alerta de la Iglesia sobre el destino de Italia requieren del desarrollo de una iniciativa político cultural dirigida no sólo al diálogo con el mundo católico, sino también a buscar nuevas formas de cooperación con la Iglesia, en el interés del país. Para ello, parece dirimente la confrontación con dos temas fundamentales del magisterio de Benedicto XVI que en la interpretación prevaleciente han generado confusión y distorsiones presentes aún en el discurso público: el rechazo del “relativismo ético” y el concepto de “valores no negociables”.
Para quien dedique la debida atención al pensamiento de Benedicto XVI no debería surgir ningún equívoco al respecto. La condena del “relativismo ético” no anula el pluralismo cultural, sino que solo se refiere a las visiones nihilistas de la modernidad que, aunque practicadas por minorías intelectuales significativas, no se encuentran en los fundamentos de la acción democrática en ningún tipo de comunidad: local, nacional y supranacional. El “relativismo ético” impregna, sin embargo, profundamente, los procesos de secularización, en la medida en que están dominados por la mercantilización. Pero no es que no se note cómo la lucha contra esta tendencia de la modernidad constituye la preocupación fundamental de la política democrática, de cualquier modo en que se deriven los principios, de creyentes o de no creyentes.
Por otro lado, no debería haber ningún equivoco tampoco sobre el concepto de “valores no negociables” si se le considera en su formulación precisa. Un concepto que no discrimina entre creyentes y no creyentes, y llama a la responsabilidad de la coherencia entre la conducta y los ideales y principios que la inspiran. Un concepto que se refiere precisamente a la esfera de los valores, es decir a los criterios que deben inspirar la acción individual y colectiva, pero no niega la autonomía de la mediación política. Por tanto, no se puede remontar a ese concepto la responsabilidad de decisiones en las que, por fallos de la mediación laica o por innobles razones de oportunismo, acaba lastimada la libertad y la dignidad de la persona humana desde el momento de la concepción.
En cualquier caso, si en la aproximación a los retos inéditos de la biopolítica ha habido y se producen equívocos y caídas de este tipo no sólo en las decisiones oportunistas de la centroderecha, sino también en el determinismo cientificista de la centroizquierda, la reafirmación del valor de la mediación laica que parece inspirar “la posibilidad un sujeto cultural y social de interlocución con la política” aclara la el terreno de confrontación entre creyentes y no creyentes. Por tanto, dependerá de la iniciativa cultural y de las fuerzas sobre el terreno si aquella “posibilidad” adquirirá un signo más o menos progresivo en la vida italiana.
En este sentido, creemos que el P.D. debería promover una interlocución pública con la Iglesia Católica y las otras confesiones religiosas que operan en Italia, más allá de los temas denominados “éticamente sensibles”, sobre aquellos que atingen de modo más exigente a los riesgos actuales de la nación italiana: el mantenimiento de su unidad, la “sustancia ética” del régimen democrático.
Tanto sobre uno, como sobre el otro, la historia de Italia unida demuestra que la función nacional presente o ausente del catolicismo político ha sido crucial y lo será también en el futuro.
Fuente:
Blog Chiesa de Sandro Magister.