Jesús multicultural, una misión sin fronteras
A partir de ese momento se entiende que la misión de Jesús trasciende más allá de las fronteras de Galilea, y esto implica dirigirse también a gentiles. Este primer encuentro deja una extraña impresión inicial, pues Jesús responde al ímpetu de aquella mujer pagana con una inusual aspereza, lo que en realidad disimula un desafío a su fe.
Gracias a nuevas investigaciones, se puede afirmar con seguridad que Jesús era consciente de su origen hebreo, ahí radica la importancia de este primer encuentro con personas ajenas a su pueblo. Además la presencia del término “perros” resalta la diferencia cultural entre los personajes, siendo así como los judíos llamaban a los paganos.
Somos testigos de algo que nos cuesta ver en Jesús: Cristo es interpelado por alguien que le cambia sus esquemas. Es cuestionado por la mujer ante la negativa de sanar a su hija por priorizar “a los hijos”, cuando le encara que los “perritos” también comen de las migajas.
Es una mujer pagana quien motiva a Jesús a ampliar sus “horizontes de sentido” para vislumbrar una realidad más amplia: la promesa de Dios no es solamente para Israel, sino para toda la humanidad. Ésta es la mejor noticia… y tiene consecuencias. Así, vemos cómo, después de este episodio, Marcos relata que Jesús se despliega en regiones paganas, donde vivían los “impuros”. Asombra que este relato lo haya conservado la naciente comunidad cristiana, considerando en este hecho una orientación clara para su misión futura.
¡Cuán útil puede ser este relato para nuestras relaciones con miembros de otras culturas! La interculturalidad se hace cada vez más común en nuestra sociedad liberal, que se abre paulatinamente a la presencia de migrantes y pueblos originarios que exigen participación. El reclamo por su integración y reconocimiento nos hacen cada vez más conscientes de nuestros prejuicios por ignorancia, evidenciando la falta de espacio en la sociedad para el desarrollo de su propio ethos.
Debemos atrevernos a “escuchar” a los otros, conocer su cultura y modos de ser. A partir de eso podremos ver si nuestras opiniones o juicios de valor sobre ellos tienen justificación, o si son solamente prejuicios. Conocerlos nos enriquece; amplía nuestra visión sobre los modos de “ser” humano. Esto no significa que tengamos que adoptar la cultura del otro y dejar de valorar la propia.
Lo ideal ante esto es que tanto los pueblos originarios como los migrantes tengan el espacio necesario para dar cuenta de la riqueza de su cultura e identidad. Tenemos que reconocer la necesidad de ampliar y enriquecer la esfera pública, a través de la participación en el debate que desplegamos como ciudadanía, para exigir que su reconocimiento cultural se exprese en medidas que fomenten su inclusión, desde su propia identidad.
Miremos a Jesús y constatemos que sus encuentros con los paganos lo hicieron más humano, sobre todo porque en ese intercambio descubrió que la realidad no sólo se podía ver desde el punto de vista de su propia cultura, sino que había un horizonte más pleno y hacia el cual caminamos todos los hombres. Un horizonte al que sólo accederemos si nos abrimos y dejamos transformar también por lo que puede ofrecernos ese otro distinto.
David Bruna, S.J. Extracto de artículo publicado en el blog Territorio Abierto.