Pues la verdad, todo se debe a los sueños. Prefiero soñar dormido que despierto.

En mis sueños no existo. No aparezco físicamente.
Soy el director musical. El espectador que ansía ver una obra de arte finalizada. El consumidor que vive las emociones y pasiones de una telenovela. Aquel que juega con finales felices y trágicos para luego despertar.
Y sentir una realidad diferente, en la que el omnisciente es un idiota para los demás. Un estorbo… no, un vacío.
El soñar alimenta mi andar [oponiéndose a la inercia] diario. Palpitar es pensar que voy a volver a soñar otra noche u otro día. Quizás con los mismos elementos. Quizás con las mismas caras. Quizás con las mismas emociones.
Un pasado ideado, un presente o un futuro surreal. Un ‘que hubiera pasado si…’, un ‘mañana…’, un teatrín.
¿Recordar mis sueños? ¿Tú qué crees?
Dormir es pretexto para soñar y no al revés por si acaso, tenlo claro.
Leer másLa noche se volvió insoportable en un pestañear.
Las lágrimas, centinelas a cualquier sonido, huyen si es necesario.
Solo. Estoy solo a esta altura ‘Solo naciste, solo morirás’, es mejor así, ya me acostumbré.
¿Debe repetirse todo para aprender algo?
Necesito un verdadero hombro amigo. No un consejo. Sentirme seguro.
Ni sé que escribo esta vez. Tú tampoco lo sabrás seguramente… ya me conozco esa.
Fui un poco atrevido cuando le pregunté porqué lloraba pero me dio a entender que había visto a su marido bailando y besándose con otra mujer en una fiesta cerca donde la recogí, en la Victoria si más no recuerdo. Que estaba deshecha porque él había sacado los pies del plato.

Mi hermano, no sabes la pena que me dio. Una mujer tan bella, esposa de uno de los empresarios más platudos de Gamarra, siendo cachuda. El tipo estaba borracho pe‘, seguramente se le había pasado la mano con alguna mujer o algo así.
Solita se tranquilizó la flaquita. Me contó algunas cosas más de sobre su esposo, sobre la empresa que tenían y su relación en pareja. Al final, me pidió disculpas. Se secó las lágrimas y me dijo ‘Acompáñame en mi departamento por favor’.
Yo le dije que no podía, que tenía que trabajar toda la noche. Pero ella me dijo ‘Te pago lo que sea. Lo mismo que vas a sacar taxeando o más si quieres’.
La pensé. Te lo juro. De repente venía su marido borracho y me hacía problemas y luego… qué pasaría. Ella me dijo que aunque viniera no le iba a abrir la puerta. Que le iba a decir al guardia del edificio que no lo dejara entrar esta noche.
Ya pe‘ dije ‘A la mierda’. Llegamos a un edificio en una zona bien pituca, me metí con ella a su departamento. Bien bonito hermano, para qué te voy a mentir. Tenía un televisor grandote. Bonitos muebles. Tenía la casita bien arreglada.
Me preguntó si quería comer algo y se fue a calentarme unos bocaditos que dijo que tenía por ahí.
Cuando regreso, carajo, tenía puesto un baby doll transparente y traía trago en una mano y los bocaditos en la otra. Nos pusimos a tomar mientras me contaba más sobre ella. Luego me empezó a insinuar, a tocar, tú sabes. Bueno y la carne es carne. Yo ya sabía que quería compañía y algo más. Me daba cólera que ese baboso la haya hecho cachuda. Ella me dijo que no quería saber nada de ese idiota esa noche. Que quería desquitarse de él como sea.
No pensé en nada más. Me agarró y me jaló a la cama.

¡Miércoles pero qué mujerón! hicimos de todo, de todo, ni te imaginas. Qué rico tiraba la tía caray. Todavía, parece que el tipo no la hacía feliz en la cama. Ese idiota, perder una mujer tan hermosa como ella con el primer taxista que se encuentre. Qué suerte que haya sido yo.
Encima, se levantó más temprano que yo y me preparó un desayuno… ya no ya. Me dijo ‘te espero en el jacuzzi‘. Me metí nomás y nos bañamos juntos. Nunca había entrado en un jacuzzi, no arrepiento hermano. De nada. De nada de lo que pasó esa noche.
Como ya era de mañanita tenía que irme. Me dio un billete de 100 dólares y me dijo ‘La he pasado de maravilla contigo’. Me acompañó hasta la puerta principal del primer piso y me despidió con un beso.
Subí a mi taxi y me fui a casita más feliz que nunca, una de las mejores noches que he tenido en mi vida carajo.
Hasta ahora no he regresado a su departamento otra vez y no creo que vuelva a visitarla jamás. Es más, no creo que quiera acordarse de mí tampoco.
Así son las historias de un taxista mi hermano. Nos pasan cada cosa día a día.
Leer másMartín dijo ‘¿Le damos vuelta?… para que no sufra más’.
Sus ojos nublados apuntaban algo en el aire. La muerte estaba cerca.
A duras penas de pie sobre sus cuatro patas. Carne viva carcomía un casi inexistente pelaje bicolor. Qué heroísmo, vivir así: costra y sarna alimentándose del cachorro cuerpo.
Reducido, temblaba. Pensaba quizás que así se le iba a quitar el escozor. Una flaquísima pata vibraba más que las otras tres. Simulaba el inútil movimiento de una rascada.


Me negué por dentro. No quería pensar en más dolor ajeno. Fui cobarde. Tuve miedo a la muerte. No quise jugar a ser un dios.
De igual modo pronto no tendría más remedio que morir.
Fijé mi mirar hacia otro punto tratando de olvidar lo que había visto. Arena, piernas, pisadas y huellas. Pronto no hubo más que eso, ni otros perros sarnosos.
Ninguna otra persona vio algo conmigo esa tarde aparte de Martín. Nadie más.
¿Qué hace que te mantengas vivo? ¿Qué le pasó a tu alma? ¿Por qué caíste tan bajo? No te acuerdas qué eras antes. Casi ya ni sabes qué eres ahora.
¿Qué serás mañana? ¿Un insecto, una paloma u otra vez un ser humano?, deplorable. Tratas de vivir hasta después de muerto. Ven. Una vez más.
Sé que me ves. Sé que me temes. La sarna es nada. Cae. Tienes que hacerlo para volver a una nueva aventura.
Le respondí ‘Paso’. Leer más
Él subía al cuarto de su prima siempre que visitaba a la abuela. Encendía la tele‘ sabiendo que iba a dar con su programación diaria favorita.
A veces tenía la compañía de sus primos pero casi siempre se quedaba solo con el televisor prendido.
Trataba de sintonizar el canal 7 (canal estatal) al máximo para al fin lograr ver un muñeco marrón japonés llamado Gonta. Bailaba y bailaba, gruñía con un lenguaje animal inigualable. Él nunca supo qué animal quiso representar Gonta-kun.
Trataba de memorizar todos los episodios. Guardaba en su mente los ojitos de un cangrejo hecho con una cajita de leche. Un día le preguntó a su madre dónde podía conseguir esa caja de leche (pequeña y blanca) cuando la única leche que conocía era la de tarro marca Gloria.
Al lado del gran monigote, siempre escurridizo se encontraba Noppo–San. Este japonés demasiado hábil con las manos, todo lo que hacía era casi perfecto. Usaba siempre un sombrero extraño, pero él se encariñó con su aspecto.
Una voz femenina, era la narradora. Era una de las voces más positivas que había escuchado hasta el momento: estaba llena de pura viva curiosidad. Siempre tan cómplice del televidente. No sabía que manualidad estaba haciendo la dupla hasta que terminaba, y al finalizar para nada escondía su emoción por el acierto.
¿Puedo hacerlo yo? no era el único atractivo japonés para él. Había un programa cuyo fondo azul de la intro‘ iluminaba el cuarto. En ésta, aparecían y desaparecían mariposas y estrellas mientras se oía una tierna canción en un idioma foráneo.
El capítulo de este programa era un misterio. Sin embargo, siempre fue para él un gusto ver a esas marionetas ser reales. Sentir. Interactuar. Apasionarse.
Él recuerda la adaptación del cuento de la niña de los fósforos. Recuerda una quebrada voz. Recuerda que nevaba, el frío invadía su habitación cada vez que veía este cuento. Recuerda la mirada celeste de la niña títere, la desgreñada rubia cabellera, el desdén de los otros títeres: viejos enternados caminando abrigados hacia sus hogares. Recuerda que encendía sus fósforos por necesidad de calor. Recuerda que encontró a su abuela en esa tibieza momentánea, recuerda cómo era la abuela. Recuerda que el fósforo se consumió…
También recuerda de otros cuentos: un infierno, una mujer que encantada era un cisne, un niño mitad humano mitad mono (tan idéntico a Gokú de Dragon Ball), un labrador de tierras. Y no recuerda más.
Él cambiaba de canal cuando empezaba 1, 2, 3 Matemáticas con Niko y Tap, no soportaba ver el recorrido citadino de un lugar que no conocía en la búsqueda de números, figuras geométricas, colores, etc.
Y era fanático de La Familia Ness, Jimbo y Penny Crayon. Sabía que eran diferentes a los programas anteriores aunque nunca supo nada del Reino Unido hasta que llevó Geografía en el colegio.
Soñaba tener una crayola como Penny Crayon ¿quién no?
Le gustaban las canciones de las intro‘s de estas caricaturas. Las tarareaba sin saber qué lo que decía cada una. Solía sumergirse en las aventuras de sus personajes favoritos.
Luego estaba un perro gigante llamado Dinky, una marioneta marina parecida a una serpiente llamada Cecilio y un niño con una hélice en su gorrito llamado Benito.
Él reía con las boberías de un bebé pato superdesarrollado llamado Huey. Y un heroico perro que hablaba, su nombre UnderDog.
Aunque comerciales, coloridas y estereotipadas (eterna lucha del bien vs el mal), los norteamericanos cartoons fueron parte de su infancia también.
Él ahora tiene 19 años. Se está rompiendo el cerebro tratando de recordar todo lo que puede de su niño TV.
Tiene a su poder un recurso tan poderoso como el Internet. Es una lástima que no haya sido documentado cada capítulo de los programas que recuerda.
Sólo son cúmulos de ideas sueltas en su cabeza. Aparecen. Se esfuman.
Si tan sólo hubiera grabado un programa entero de ¿Puedo hacerlo yo?… si tan sólo hubiera escrito un cuento japonés para la posteridad… si tan sólo pudiera volver a llorar con el cuento de la niña de los fósforos… si tan sólo tuviera más memoria…
Pero él es un simple mortal… y acá acaba su transmisión.
║Intro‘ de Jimbo and the Jetset║
Un puente, justo en tus narices. ¡Pronto! ya sabes que hacer. ¿Tienes algo que pedir esta vez cierto?
El carro volvió a iluminarse. Entonces me dijo: “¿Por qué no lo hiciste?”.
No entendí a que se refería. Luego especificó: “¿Por qué no pediste tu deseo?”.
Estaba más confundido ahora. Diego lo escuchaba a mi lado. Asumí que él tampoco sabía de qué hablaba Ulises.
“Cuando pases por debajo de un puente tienes que aguantar la respiración y pedir un deseo en tu mente. Vas a ver como se cumple”, explicó por fin Ulises. “Siempre lo hago y me funciona”, añadió.
El puente había quedado lejos de nosotros. El cumpleañero volvía ya a molestar a Ma-Fe’ mientras seguíamos camino al Daytona Park.
Alguien añadió unos años luego: “No sólo basta con aguantar la respiración. Debes cerrar los ojos. Ahí sí funcionará”.
Ciérralos bien. Termina la oración con tu deseo (fuerte y claro… nadie nos escucha) ¿Hemos salido? ¡No! Espera… cuando sientas el contraste más claro en los párpados lo sabrás.
Tranquilo… ya puedes respirar… ¿Alguna vez se te ha cumplido algo?
Cómo saberlo, siempre se te olvidan los deseos que pides. Esperemos que al menos se te cumpla éste. “En un mundo donde los deseos no existen, queda sólo crearlos al menos debajo de un puente, ¿verdad que sí?”.

La ves de lejos: ‘A esperar nomás, qué nos queda’. Pronto te unes y te sigue pareciendo ‘lenta’.
Impredecible llega. Sientes asco. Te apartas del resto y miras al suelo. Las huellas en la arena son ‘la historia anacrónica de la diversión’. Cierras los ojos para no marearte más. Por momentos la negra plataforma viene y va: la saliva salada.
Abres los ojos: ‘No voy a vomitar’. Piensas en otra cosa rápidamente y te incorporas a la cola una vez más.
‘Si así te sientes por la borrachera de ayer, cómo terminarás cuando estés en el juego mismo’
Estás demasiado cerca ahora. Te detienes para contemplar la máquina que te mira a unos pasos.
Metales gruesos a medio oxidar, neón multicolor, polvo sobre polvo, dinamismo momentáneo: mecanismo. Todo esto forma al monstruo gigante. Llamativo, imponente, no teme a enfrentarnos.
Nos obliga a gritar de satisfacción y de susto, pronto saborearé esa sensación.
Te late el cerebro. Quiere salir y destrozar tu cráneo. Quiere escapar, huir de ti y del monstruoso aparato frente tuyo.

Tratas de descansar la mirada en otro lado: hay una mano de niño bajo el juego que se desliza, levanta cúmulos de arena, busca algo.
Imprevisto, caen del cielo monedas. Suenan secas al impactar en la arena a los pies del gigante. La mano se pierde tras capturar algo de la pequeña fortuna.
Vuelve inmediatamente a asomar la palma ahora vacía. Esta vez el operador del juego cae en la astucia del niño.
Un fastidio cotidiano se hace notar en su ojeroso rostro. Suelta algunos insultos y a un pesado andar se dirige a la parte trasera del aparato eléctrico. Para cuando hubo llegado a su destino, la manita había desaparecido instantes atrás sujetando más monedas.
Llega tu turno: ‘Espero no vomitar’. Subes. Otro desganado operador mecánico [cual pieza adicional de la estructura metálica del monstruo] te ‘asegura’ la vida. Empieza la acción.
Siente como te eleva. Ahora te suspende. Continúa. Te divierte. El éxtasis te hace olvidar sobre esos mareos en la tierra. Te gusta el placer de este momento.
Unos segundos más. Unos segundos más.
Luego, caes: ‘¡Otra vez, otra vez! Necesito volver a subir’.
El gigante comienza a moverse nuevamente. Cobra vida, se alimenta de personas, nos reta.
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