Alguna vez le había explicado al presidente que la política es así: el gobierno es un asunto de gobernar o no gobernar, presidente, de ganar o de perder, nadie empata en la política, ¿me entiende?, empatar es perder, o uno gana mucho o pierde, y ahora escúcheme bien, si no ganamos, si no gobernamos, entonces estamos jodidos para siempre, estamos perdidos para siempre, estamos fritos, yo sé, hágame caso, esto es una guerra, o sea es el arte de la guerra, acá no hay cojudeces, tenemos que quedarnos porque si no, fíjese, le hablaba mirándolo de frente, haciendo el intento de desmoronar los anteojos, abrir la piel. La cara del presidente lo asimilaba sin moverse, era una trinchera: dos o tres arrugas nuevas, el vago temblor en los párpados, el muro de la boca. Ya sabemos quién es quién, los celulares, los micrófonos, los teléfonos, los archivos. Tenemos que quedarnos.
Sí, tenemos que quedarnos, doctor, pero hasta cuándo cree usted. Hasta que podamos, presidente. Confíe en mí, ¿y después?, después vendrá otro y otro, yo sé lo de todos, y siempre va a haber alguien conocido, uno de los nuestros, no se preocupe. Eso he aprendido de Abimael, que es un genio del mal pero un genio, señor presidente: que tenemos ojos y oídos en todas partes. ¿Eso aprendiste? Ya sabías eso, Vladi. Eso ya sabías. Mil ojos, mil oídos. Sonríe, le mira la corbata. ¿Me estás filmando ahorita, Vladi?»
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