En tiempos normales, el manejo de la liquidez es parte del manejo diario de las operaciones de cualquier entidad de crédito, de aquellas entidades que realizan actividades bancarias. Esto es particularmente importante para las entidades de depósito, es decir, de las entidades que reciben depósitos del público como los bancos o las cajas municipales.
El riesgo de liquidez se refiere a las potenciales pérdidas asociadas a la incapacidad de una entidad para disponer de los fondos necesarios para realizar sus operaciones habituales en cada momento. Se trata de un riesgo inherente a toda entidad crediticia, pues, por lo general ésta presta a plazos mayores que los plazos a los que recibe sus pasivos. De hecho, una parte importante de los pasivos de estas entidades está conformada por obligaciones con el público bajo la modalidad de depósitos a la vista y de ahorros, los cuales en el Perú deben estar disponibles para que sus dueños dispongan de ellos en el momento que mejor juzguen conveniente. Por ello, como en otros países, los depósitos a la vista (cuentas corrientes) y los depósitos de ahorros son los pasivos que mayor volatilidad tienen.
Por ejemplo, al cierre de 2009, casi el 74% de los pasivos de los bancos están conformados por depósitos del público y de dichos depósitos el 27% son depósitos a la vista y 23% depósitos de ahorro. Mientras tanto, en el caso de las cajas municipales, el 77% de sus pasivos son depósitos del público y de dichos ellos el 0% son depósitos a la vista y el 20% son depósitos de ahorro.
Sin embargo, el manejo de la liquidez no sólo sirve para demostrar al mercado que la entidad es segura y, por lo tanto, capaz de hacer frente a sus deudas (con sus clientes del pasivo). También sirve para lograr que el mercado tenga confianza en la entidad al tener un nivel adecuado de liquidez en recursos líquidos.
El manejo adecuado de la liquidez también es necesario con el objetivo de que la entidad tenga la capacidad para hacer frente a sus compromisos con sus clientes del activo. Por ejemplo, debe poder cumplir oportunamente con los compromisos derivados de la aprobación de préstamos puntuales y del mantenimiento de líneas de crédito disponibles en general.
Para atender estas y otras obligaciones que tienen con los clientes del activo y los clientes del pasivo, las entidades deben evitar incurrir en pérdidas por la venta inesperada de su portafolio de inversiones. De lo contrario, se les incrementarían los costos a la entidad.
Pero al mismo tiempo, sólo si la entidad tiene una buena posición de liquidez podrá evitar que se incremente la prima de riesgo que le exigen pagar y se refleja en las mayores o menores tasas de interés que pacte para obtener fondos en el mercado.
De otro lado, si la entidad no acude excesivamente al mercado interbancario de su país, también evitará una mayor intervención y seguimiento de las autoridades monetarias y de supervisión.
El manejo adecuado de la liquidez de dichas entidades tiene, pues, una serie de objetivos que han ido cambiando y perfeccionándose a lo largo del tiempo, especialmente en los países desarrollados.
Por ejemplo, hasta antes de 1920, las entidades buscaban invertir en activos que fueran autoliquidables en el corto plazo, es decir, préstamos cuyo destino garantice la pronta recuperación de fondos. De este modo las entidades sólo se concentraban en financiar inventarios y cuentas por cobrar de los negocios, pero se dejaba desatendido el financiamiento de inversiones de medio y largo plazo y los créditos dirigidos a las familias (créditos para consumo y para vivienda).
Entre 1920 y 1930, a raíz de la expansión del mercado de valores en la actividad bancaria se extendió la idea de que disponiendo de una reserva secundaria de liquidez compuesta por inversiones en activos financieros de fácil transmisión se podría incursionar en préstamos de largo plazo. De este modo, si algunos depositantes solicitaban sus fondos, las entidades vendían pronto los valores de sus inversiones líquidas para pagarles.
Pero luego, entre 1940 y 1960, empezó a prevalecer la idea de que en los préstamos, con independencia de sus plazos, debía enfatizarse en la generación de una corriente de flujos de caja que, en agregado, garantice a la entidad un flujo de fondos periódico en el futuro suficiente para hacer frente a sus necesidades de liquidez. Así, los bancos prestaban una especial atención al diseño de la estructura de pagos de capital e intereses de cada crédito, de modo que podía tenerse una presencia más activa en el mercado de créditos de medio y largo plazo.
Y no es sino hasta después de 1960 cuando aparece la gestión de pasivos. Es decir, la liquidez que necesita una entidad en cualquier momento puede ser atendida no sólo por la venta de activos, sino a través de la emisión de nuevos pasivos, es decir, con otras deudas. El desarrollo de los mercados interbancarios, los certificados de depósito negociables y las líneas de financiamiento externas facilitaron en forma casi automática los fondos líquidos que pudieran ser requeridos.
Ahora bien, en épocas de crisis bancarias, usualmente desencadenadas o agravadas por corridas bancarias, todas las entidades pueden tener que vender sus valores al mismo tiempo con la consiguiente caída en los precios de mercado de dichos activos y la generación de pérdidas. Esto limita seriamente la capacidad de usar a las inversiones como reserva secundaria de liquidez.
Peor aún, la reciente crisis financiera de EEUU, y que luego se contagió a otros países desarrollados, transformada en una crisis bancaria, puso en evidencia que ésta no sólo se puede producir por una típica corrida de depósitos, cuando el público se niega a renovar los préstamos que concede a los bancos mediante los depósitos que hace. Sino que la crisis también se puede desencadenar por una “corrida financiera”, es decir, cuando los inversionistas se niegan a comprar los valores que las entidades venden en los mercados para obtener liquidez, dejando cortada toda posibilidad de normal gestión de pasivos.
Y es ahí cuando, para la supervivencia de las entidades, se hace necesario acceder a las famosas operaciones monetarias con el banco central. Un problema de liquidez mal controlado, inclusive en las entidades más solventes, puede devenir en la quiebra.
En todos países desarrollados, todas las entidades de crédito tienen igual acceso al banco central, se llamen o no bancos. No obstante, en el Perú esto sigue sin suceder, lo cual evidentemente beneficia a unas entidades y perjudica a otras. Esto a la larga promueve una competencia desleal, entre las entidades que acceden al banco central y las que no acceden, y, lo que es peor todavía, atenta contra el sistema de pagos mismo que depende de todas estas entidades y que es función básica del banco central proteger.