Los autores definen el capital social como aquel “formado por las redes existentes dentro de la sociedad y por las reglas de reciprocidad y confianza que aquéllas engendran (en definitiva, por el grado de relación entre la gente). El capital social tiene unos efectos sobre la sociedad, que van desde el buen funcionamiento de las instituciones políticas hasta la duración de la vida de los individuos. Su declive representa una amenaza para la democracia – y para la calidad de vida de los ciudadanos – tan grave como una pérdida brutal en el capital físico o financiero.”
Este contraste podemos leerlo a través de los datos que aportan los autores referidos a la pérdida de espacio de integración y convivencia sacrificados por la actividad económica:
“Sí, los estadounidenses trabajan más y consumen más que nunca. Y ello en detrimento del tiempo que pasan unos con otros, en actos políticos o cívicos, en actividades sociales organizadas o espontáneas e incluso a la hora de cenar. Este elemento es crucial para comprender la razón de este descontento en un periodo de prosperidad económica. En resumen, la felicidad de los individuos tiene más que ver con la solidez de las relaciones sociales (familia, amigos, vínculos comunitarios) que con cualquier otro factor (incluida la renta). El estudio detallado de las costumbres y actividades diarias de los estadounidenses revela los cambios espectaculares que se han producido en 30 años.
Así, la participación de la población en la política se ha reducido. El número de estadounidenses que dedican tiempo a un partido político ha descendido casi un 50% entre 1968 y 1996. El número de quienes han tomado parte en una reunión pública o en un acto político ha disminuido casi un tercio entre 1974 y 1994. Por último, el número de estadounidenses que han firmado una petición o han escrito a un representante del Congreso ha bajado más de un 20% durante ese mismo periodo. La participación electoral también ha disminuido un 25% en 30 años, en gran parte debido a que las jóvenes generaciones han votado mucho menos que las que nacieron en los años veinte y treinta.
Asimismo, los estadounidenses se implican en un grado menor en otros tipos de actividades cívicas. En los años 1975 y 1976, los hombres y mujeres participaban en una media de 12 reuniones asociativas al año (es decir, una al mes). Esta cifra se ha reducido casi a la mitad, de modo que en 1996 tomaban parte sólo en cinco reuniones de este tipo al año. Las informaciones que proporcionan las agendas personales muestran que, como media, en 1965, el 7% de los estadounidenses dedicaba tiempo a una organización comunitaria. Sin embargo, en 1999, esta cifra cayó por debajo del 3%. La asistencia a oficios religiosos también ha disminuido entre un 10% y un 12% desde mediados de los años setenta.”
A nivel de actividades de integración familiar y de amistades también se muestra un declive, “Los estadounidenses se reúnen menos entre sí que antes. Reciben menos en su casa (un descenso de alrededor del 45% desde los años setenta) y las visitas a los amigos se han reducido(…) La vida familiar se ha visto afectada. Los estadounidenses cenan en familia un 33% menos que en los años setenta y, en comparación con la generación anterior, la probabilidad de que los padres se vayan de vacaciones con sus hijos, vean la televisión o sencillamente charlen con ellos se ha reducido en un tercio.”
Una vez más, y de forma categórica los autores vuelven a reforzar la relación negativa entre crecimiento económico y capital social en los términos siguientes: “En realidad, el rápido crecimiento económico tal vez sea lo que impide que se forje el capital social, cuando un mayor número de estadounidenses aprovecha la prosperidad para realizar horas extra o conseguir varios empleos. La cifra media de semanas trabajadas por familia pasó de 68,3 en 1969 a 82,6 en 1999, año en el que cerca de ocho millones de nuestros conciudadanos acumulaban dos empleos o más”.
Las ideas aportadas por los autores sobre la importancia del capital social para la vida institucional de un país así como para el desarrollo de los individuos, pueden ser relacionadas por los estudios sobre felicidad. En ambos se observa que no hay una correlación positiva entre crecimiento económico, consumismo, poder adquisitivo y, por otro lado, el capital social y felicidad de las personas, al menos en los países más industrializados. Así, en el siguiente gráfico (2) podemos observar una tendencia de ascenso de ingreso de los estadounidenses desde fines de los cincuenta hasta inicios de este siglo; sin embargo, la tendencia de la gente que se considera muy feliz se mantiene sin alteraciones.
(1) Robert D. Putnam y Thad Williamson ¿Por qué no son felices los estadounidenses? El País (España) 7-11-2000, Pp.15-16)
(2) World Watch Institute. State of the World Trends and Facts Rethinking the Good Life, 2004
http://www.worldwatch.org/features/consumption/sow/trendsfacts/2004/09/15/
(3) Anielski, Mark. The Alberta GPI Accounts: Suicide . Report # 10 The Pembina Institute (Canada), 2001 http://pubs.pembina.org/reports/10_suicide.pdf