Reseña de Lecturas Prohibidas. La censura inquisitorial en el Perú Tardío Colonial.

 Guibovich Pérez, Pedro. Lecturas prohibidas. La censura inquisitorial en el Perú Tardío Colonial. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2013, 313 pp.

María Claudia Huerta (PUCP)

Aunque lo primero que se evoque cuando se habla de la Inquisición en el Perú sean las imágenes de prisioneros y torturas de todo tipo, su tarea principal fue un tanto más discreta y bastante menos sórdida de lo que se puede imaginar. En la última etapa del periodo colonial, la censura de libros, impresos y manuscritos fue la actividad más importante del Tribunal de la Inquisición. Este es el tema que aborda Pedro Guibovich en Lecturas prohibidas, publicación reciente del Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. El estudio de la circulación de libros prohibidos en el virreinato del Perú, además de ofrecer luces sobre la historia de la lectura para el caso peruano —tema que lamentablemente no ha sido demasiado trabajado—, nos ayuda a repensar la época colonial en general. Un estudio como este nos permite cuestionar ciertos mitos y revisar aquella imagen oscurantista y negativa que se suele tener de esta etapa de nuestra historia. A continuación, y a partir de lo expuesto en la obra referida, desarrollaremos este último punto.   

    Fuente:  http://departamento.pucp.edu.pe/humanidades/files/2013/10/Lecturas-prohibidas.jpg

En el virreinato peruano, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, se podía encontrar un público lector ávido de novedades bibliográficas, incluyendo las obras de ficción, historia, ciencia y publicaciones periódicas de la Ilustración que reñían con los intereses de los poderes real y eclesiástico. Para evitar la difusión de esta literatura prohibida, el Santo Oficio ejerció prácticas de control sobre la circulación de libros, su consumo y, en menor medida, también sobre su producción. Los denodados esfuerzos del Tribunal para lograrlo son una muestra de la importancia de la práctica de la censura en la sociedad colonial. La Inquisición no era la única que practicó la censura de libros —tanto la Corona como la Iglesia, a través de prelados, virreyes y jueces, la practicaron—, pero sí fue la única que tuvo una organización diseñada exclusivamente para ese fin. La eficiencia del sistema puede ser cuestionada, puesto que los libros prohibidos siguieron circulando. No por ello, sin embargo, se debe decir que la censura inquisitorial no funcionó, puesto que sí lo hizo, de una manera más reactiva que proactiva, reaccionando solo ante los estímulos que representaban determinadas situaciones de peligro.

Comprender el funcionamiento del sistema de censura, sus prácticas de control (visitas a navíos, inspecciones de bibliotecas y librerías), sus agentes de control (calificadores, comisarios) y sus herramientas (índices y edictos de libros prohibidos), es tan importante como comprender que este sistema fue, a fin de cuentas, permeable. Una cantidad considerable de literatura prohibida logró filtrar los mecanismos de control para llegar a las manos de los lectores ubicados en los territorios hispanoamericanos, en especial en Lima, debido a la rica vida cultural que gracias a las tertulias literarias, los colegios mayores y la Universidad ahí se hallaba. Un ejemplo bastante ilustrativo lo constituye la propia portada de Lecturas prohibidas, el libro que ahora reseñamos, en donde se puede apreciar un detalle del óleo que retrata a José Baquíjano y Carrillo frente a su biblioteca personal (óleo peruano propiedad del Museo de Arte de San Marcos, 1812). En esta se pueden apreciar algunos títulos prohibidos por el Santo Oficio, lo que nos hace preguntarnos cuán terribles realmente fueron las prácticas de censura y control de esta institución. Sin duda se debe romper con la imagen de la Inquisición como una institución sanguinaria e inflexible, aunque no por ello se deba ir al otro extremo de pensarla como una institución débil o en decadencia.

Al contrario, se trataba de una institución que había evolucionado influenciada por el espíritu del siglo de las luces, al igual que la sociedad en la que debía funcionar. La Inquisición, debía vigilar de cerca a muchos de los personajes más importantes del Perú tardío colonial. El ya mencionado José Baquíjano y Carrillo, por ejemplo, constituyó un caso célebre. Baquíjano no solo incumplió la prohibición de leer ciertos libros, sino que incluso llegó a incluir algunos en las notas bibliográficas de su Elogio al virrey Agustín de Jáuregui. Otros casos significativos son los de Tadeo von Nordenflicht, Manuel Lorenzo Vidaurre y Ramón de Rozas. Las causas seguidas a estos tres personajes permiten comprender las vías por medio de las cuales la literatura proscrita circulaba y las formas de sociabilización que creaba su lectura. Asimismo, estos célebres casos revelan tanto el celo del Santo Oficio por vigilar la difusión de la literatura prohibida como también los límites que el mismo Tribunal tenía para actuar en contra de miembros de la elite. No debe, por ello, extrañar que la Inquisición eventualmente entrara en conflicto con las elites cultivadas del virreinato, las mismas que terminarían convirtiéndose en las elites políticas de la República. Estas elites, como acertadamente nos recuerda Pedro Guibovich, serían las llamadas a sostener uno de los tópicos más recurrentes de la retórica patriota: el del atraso cultural del mundo colonial en comparación con Europa por causa del Santo Oficio.

La Inquisición se ha convertido en el símbolo de la intolerancia y el fanatismo. Como cualquier otra institución, tuvo detractores, pero fue recién a partir del advenimiento de la República que se empezaron a poner en tela de juicio los principios mismos en los que se fundaba. La censura en sí misma era una práctica aceptada y hasta considerada necesaria durante el periodo colonial. Es más, la práctica de censurar la palabra escrita subsistió a lo largo del siglo XIX, ya que garantizaba el mantenimiento del orden político. Sin embargo, en el contexto de las guerras de independencia, surgió cierta literatura liberal y, a veces, antigubernamental que la criticaba fuertemente. La libertad de prensa  que existió en el virreinato entre 1811 y 1815 permitió que se abrieran nuevos espacios de discusión y debate y que se encendiera un espíritu crítico que el regreso de Fernando VII  no pudo apagar. Se le atribuyó a la Inquisición el haber sido la causante del atraso de España y de sus colonias y de haberlas mantenido al margen de los desarrollos culturales que se daban en Europa. La retórica patriota, heredera de la del liberalismo español, no podía hacer otra cosa que confirmar la lectura del régimen colonial en términos negativos. La abolición definitiva de la Inquisición en 1821 significaba, desde esta perspectiva, la abolición de uno de los obstáculos más grandes para que los hombres lograsen salir de la ignorancia y fomentar la civilización. Esta interpretación, lejos de ser olvidada, se mantuvo viva en las últimas décadas del siglo XIX y sobrevive todavía en algunos discursos hasta el día de hoy.

La llamada leyenda negra que tiene al Tribunal del Santo Oficio como su blanco principal involucra a todo el periodo colonial en general. La idea de que por acción de la inquisición los criollos americanos se hallaban al margen del pensamiento científico, filosófico y literario europeo y que la inquisición buscó poner una censura muy severa sobre la enseñanza y difusión de textos a nivel intelectual se mantiene vigente en el saber popular e incluso en cierta historiografía tradicional. El estudio de la circulación de los libros prohibidos y de las prácticas de censura en el Perú tardío colonial nos permite cuestionar mitos como estos, puesto que demuestra que si bien existieron una serie de disposiciones que limitaban el comercio de determinados textos, los principales centros editoriales europeos sí encontraron en América un mercado bastante atractivo. Los lectores de la sociedad colonial no se hallaron al margen de las corrientes intelectuales y de pensamiento en boga en el Viejo Continente. Al contrario, el vigor de la actividad inquisitorial puede leerse como una muestra de la variedad de libros que circulaba de manera clandestina en el virreinato peruano.

La nueva publicación de Pedro Guibovich, Lecturas prohibidas. La censura inquisitorial en el Perú Tardío Colonial, nos ayuda repensar tópicos comunes como el del oscurantismo y la leyenda negra de la época colonial. Los temas que brevemente han sido aquí reseñados son solo algunos de los que se encuentran desarrollados en este trabajo. Los diez capítulos de la obra son el producto de una investigación rigurosa tanto en los archivos europeos como en los americanos. No solo se estudian y documentan los medios a través de los cuales se difundían los textos prohibidos en la sociedad colonial y cómo la Inquisición utilizó mecanismos de control para evitar su lectura, sino que también se reconstruye el mundo de las bibliotecas y los lectores así como el empleo de los edictos y catálogos para identificar los textos censurados. Cuenta, además, con una bibliografía amplia y un apéndice documental que registra los títulos de los libros encontrados en el inventario realizado en el local del Santo Oficio limeño en 1813. Sin duda se trata de un libro que puede satisfacer las expectativas de los especialistas como las de cualquier persona interesada en el tema.

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