Entrevista al Dr. Enrique Florescano a propósito de su reciente libro La función social de la Historia
El historiador mexicano Enrique Florescano estuvo de visita en la PUCP para dar una conferencia a propósito de su reciente libro La función social de la Historia (FCE, 2012). Aprovechando la ocasión, la Dra Claudia Rosas Lauro, coordinadora de la especialidad de Historia, lo entrevistó con el propósito de reflexionar sobre la naturaleza del oficio del historiador y los usos sociales de la Historia en el siglo XXI.
En la actualidad, ¿cuál sería la función social más importante del historiador?
Enrique Florescano (EF): Creo que sigue siendo la misma que la de sus inicios: el arte de contar y narrar para dar conciencia al grupo, al pueblo, a la tribu o a la nación de sus orígenes. ¿De dónde venimos?; ¿cómo se formó nuestro pueblo?; ¿cómo se crearon sus lazos de identidad?; ¿cómo se consolidó su unidad para afrontar las distintas vicisitudes de la vida? Esa es la lección contenida en los libros de historia más antiguos, y antes en los mitos y las cosmogonías, y sigue siendo hoy la función principal de la historia: enseñarles a los niños sus orígenes.
La Historia también cumple la función de brindar una visión universal, planetaria. Hoy es necesario unir la presencia de las culturas propia y de los países vecinos para reconocer las diferencias que distinguen a los pueblos. La enseñanza de la historia es una herramienta para que los niños comprendan que viven inmersos en una pluralidad de culturas y que cada una de ellas merece respeto. En ese sentido, una función muy importante de la historia es generar conciencia de la diversidad humana. Esta es una misión que solamente puede hacer nuestra disciplina al acercar a los estudiantes al desarrollo de los distintos pueblos, de las distintas culturas y de los valores que sirvieron para construirlas.
En la especialidad de Historia de la PUCP, existe un proyecto denominado Historia para Maestros que trabaja la relación entre la historia y la escuela. Muchos de nuestros estudiantes y jóvenes egresados están involucrados en la generación de iniciativas de apoyo académico a profesores de educación secundaria. Pensando en ellos, le pregunto por cuál sería la función del historiador en la formación escolar.
EF: En este tema, es necesario romper con las barreras que hemos creado desde que la historia se volvió una profesión académica. Esta situación produjo un distanciamiento entre los historiadores y el público general. Los académicos de la historia se metieron en su cápsula institucional y se olvidaron de su relación con el conjunto de la sociedad. Incluso, crearon un lenguaje propio, una forma de difundir y explicar el pasado que el hombre de la calle no entendía. Hoy en día, se publican cientos de libros más que en la antigüedad, pero el común de la gente está mucho más alejado del conocimiento histórico.
Otra barrera es que la investigación histórica se separó de la enseñanza. Tenemos, por un lado, a los investigadores encerrados en sus cubículos y, por otro lado, a los profesores. Esto hace que el conocimiento producido por la investigación más alta tarde mucho tiempo en llegar al salón de clases. Los conocimientos se vuelven obsoletos porque en el momento en que bajan a la escuela ya la interpretación y la situación histórica y política del país cambió. Terminamos enseñando a los niños una historia desacompasada de su actualidad, fuera del tiempo que está viviendo y, por lo tanto, poco efectiva para formar a un ser humano activo y eficiente en su sociedad.
En su libro, habla de las ataduras de la institución académica y del gremio de historiadores. Sin duda, es un valioso ejercicio de autocrítica.
EF: Propuse esa autocrítica porque he vivido esa manera de enseñar y difundir la historia encerrada en la institución académica. Me tocó vivir, después del 68, con amigos literatos, sociólogos y antropólogos que tenían una vocación más social. Por ejemplo, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, entre otros. Ellos eran intelectuales que escribían para la mayoría y hacían periodismo cultural. Todas las revistas de difusión, que en México les llamamos suplementos culturales, estaban hechas por estos jóvenes. Ese ambiente influyó mucho en mi trabajo. Después que publiqué mi primer libro fruto de mi tesis doctoral en El Colegio de México, nunca volví a publicar en una institución académica porque sabía que los libros quedaban encerrados en un pequeño grupo o en la bodega. Más bien, opté por escribir en editoriales comerciales que te exigían un lenguaje diferente.
En la actualidad, tenemos el desafío de los medios masivos de comunicación. El historiador entonces tiene que abrirse, al igual que el maestro, a nuevas formas de comunicación, a nuevas tecnologías. No sé por qué seguimos preparando la clase como si fuéramos a dar una conferencia. En vez de hablar solos, podríamos proyectar imágenes y sonido. Dada la cantidad de imágenes que tenemos en los archivos, en los libros, en el cine, en la televisión, se podrían hacer clases inolvidables por la conjunción de la imagen, la voz y la actuación.
¿Cuáles son los desafíos de la Historia y del historiador en el siglo XXI?
EF: Uno de los principales desafíos es valernos de la tecnología actual para encontrar nuevos métodos de difundir el conocimiento histórico en el aula, en el museo, en las bibliotecas. Sin duda, el historiador no siempre puede ser un experto en televisión, un experto en transmisión de imágenes, un locutor o un cineasta. Pero sí puede asociarse con ellos y poner a trabajar conjuntamente varios talentos para alcanzar el fin fundamental de la historia: transmitir un mensaje claro, atractivo, persuasivo y bien fundado sobre el pasado. ¿Para qué? Con el propósito de que ese conocimiento les sirva a los niños y a los jóvenes para ubicarse en su presente sabiendo de dónde vienen y buscando actuar sobre él positivamente.
Muy acertada la entrevista al Dr,Enrique Florescano, quien propone romper barreras de lo académico para difundir los nuevos conocimiento históricos a la población a través de la escuela, lugar donde se imparte la formación de valores y actitudes como es el caso de aquello que tanta falta nos hace, nuestra identidad local, regional y nacional.