Por: María Eugenia Rey
La pregunta por la temporalidad ha sido una constante dentro del pensamiento filosófico occidental e, incluso, dentro de la literatura universal –como en el caso del argentino Jorge Luis Borges, cuyo cuento emblemático en este tópico, El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), hace alusión a la concepción de tiempo esbozada en las metafísicas de Leibniz y de San Agustín-. Esto es así, entre otras cosas, porque desde el punto de vista ontológico la noción de temporalidad plantea la problemática de su incesante tránsito entre, para decirlo como Sartre, el ser y la nada, en la medida en que el no-ser es lo que atraviesa la concepción del tiempo como sucesión: el movimiento es siempre hacia el no-ser porque, por un lado, instala una nada que dejó de ser porque ya es pasado y, por el otro, avanza hacia un porvenir que todavía no es. En inglés esta especificidad de la existencia temporal se manifiesta en el lenguaje: para los angloparlantes, el límite del tiempo es denominado como deadline, una línea a partir del cual el tiempo deja de ser.
Esta problemática no escapa de las reflexiones del profesor de filosofía Christophe Bouton, cuya línea de investigación ha quedado expuesta en sus más recientes publicaciones Le temps de l’urgence (2013) y Time and Freedom (2014). Desde la perspectiva fenomenológica, es esta última obra la que mayor interés suscita. En ella, como consta en la reseña de Lars Aagaard-Mogensen, se aborda la relación entre el tiempo y la libertad a partir de las consideraciones propias que se formula Bouton acerca del pensamiento de Leibniz, Kant, Schopenhuaer, Schelling, Kierkegaard, Bergson, Heidegger, Sartre, Levinas, Husserl y Ricoeur.
Su propuesta teórica para explicar adecuadamente la relación entre la libertad y el tiempo consiste en aproximarse a dos concepciones de tiempo que, aunque distintas, no carecen de vinculación entre sí. De este modo, el autor distingue entre el tiempo objetivo, que es el tiempo cuantificable, y el tiempo subjetivo, el cual se resiste a los instrumentos de medidas (el sol, el reloj, etc.). El primer tiempo es propio de la física y se discierne a través de las categorías de la lógica –causalidad, movimiento continuo, linealidad (pasado-presente-futuro), universalidad (es igual para todos, en todas partes del mundo), etc.-; en él no hay espacio para la libertad porque hay una cierta predisposición al determinismo (el futuro es efecto de lo causado en el presente y en el pasado) que niega la contingencia de los asuntos humanos. En el tiempo subjetivo, en cambio, la mesurabilidad cronológica pierde validez porque es un tiempo perceptivo y, en tanto tal, completamente individualizado, de modo que es aquí donde ha de buscarse la proximidad entre el tiempo y la libertad.
Por su parte, la subjetividad del tiempo –es decir, el hecho de que se engendran distintas concepciones de él según el sujeto (sea individual o colectivo, espacial o temporal, etc.) que se considere-, es fácilmente verificable en la experiencia cotidiana: no es lo mismo el tiempo de la ciudad que el tiempo de la montaña, ni tampoco la velocidad del siglo XXI se asemeja al tiempo de hace tres siglos donde la aceleración de los medios apenas iniciaba. Se trata, en consecuencia, de un tiempo fenomenológico, pues sin sujeto no hay fenómeno. Claro está que este tiempo se extiende no en el vacío, sino en el tiempo mundial, esto es, el tiempo objetivo, a través de la acción de los hombres, de modo que es la capacidad de agencia lo que permite que la experiencia vital de los hombres se haga espacio entre la mecánica de la naturaleza, en orden de conciliar la libertad con el tiempo.
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