Por: Victoria Petho
En el libro Surprise: An Emotion? (2018), editado por Natalie Depraz y Anthony J. Steinbock, se plantea una capciosa pregunta que los autores tratarán de responder mediante enfoques psicológicos y filosóficos. Si bien no se puede llegar a una pronta y simple respuesta como si de una ecuación se tratase, podemos sumergirnos en esta búsqueda y disfrutar del camino que esto conlleva.
Los autores están de acuerdo en tres temas: aceptan que el concepto de sorpresa está relacionado con la frustración de las expectativas, concuerdan en que la sorpresa no es sólo algo fugaz y repentino y, por último, sostienen que la sorpresa puede ser positiva o negativa quedando fuera de una simple clasificación de opuestos.
Partiendo de los orígenes del análisis, el primer planteo que aparece es cómo llamar a lo que vamos a definir. ¿A qué reino pertenece la sorpresa? ¿Cómo podemos diferenciarla de términos similares? Aquí se analiza el significado de afecto y emoción para luego clasificar la sorpresa dentro de uno de ellos. También se establecerán tres posibles enfoques: el afecto es igual a las emociones, los afectos y las emociones son diferentes o la emoción es un tipo de afecto.
Steinbock opina que la sorpresa pertenece al ámbito de las emociones y no a un mero afecto repentino y temerario, teniendo en cuenta que los afectos son “estados de sentimientos” que “se refieren a quiénes somos como seres psicofísicos, donde encontraríamos experiencias como el placer o el dolor” y las emociones “pueden ocurrir sin ninguna relación esencial con la ‘otredad’ personal en esa experiencia”, tales como el arrepentimiento, el remordimiento o el miedo.
Por otro lado, Depraz opina que la sorpresa es un afecto y no una emoción. Sostiene que no es una emoción como el miedo o la ira, pues, si bien la sorpresa involucra un componente emocional y cognitivo, da como resultado un fenómeno mucho más abarcador e integrador.
A lo largo del libro también se hace un análisis etimológico de varios términos utilizados frecuentemente como afecto, pasión, sentimiento o emoción, entendiendo la importancia histórica que estos tienen y los usos a través del tiempo. Según lo mencionado en la reseña de Andrew Bevan, quizás el valor de este libro radique justamente en la manifestación de una tensión relacionada con la forma en que la sorpresa parece depender de estos términos.
Por otro lado, los autores tratan de trascender la antigua metafísica de los opuestos, es decir, aquella que encierra los términos dentro de contrarios como: positivo / negativo, activo / pasivo, acercamiento / evitación, emoción / volición, ya que, al momento de hablar de la sorpresa, difícilmente se puede caracterizar como algo positivo o negativo pues depende de la situación y del sujeto que lo experimente.
Depraz en su rechazo de los opuestos propone tratar las emociones con un modelo dinámico tridimensional y no con una lista lineal de opuestos. Ella desea una integración de diferentes aspectos cognitivos, fisiológicos y evolutivos con lo cual nos introduce en una cardiofenomenología que pone el énfasis en el corazón en vez del cerebro, ya que en su opinión el sistema cardíaco es un sistema integrador con importantes cualidades que el cerebro no posee. De esta manera, para Depraz, la sorpresa es la experiencia central de una cardiofenomenología centrada en el corazón, permitiendo un enfoque de integración y circularidad.
Este interesante enfoque fisiológico del corazón nos lleva al debate entre Galeno y Aristóteles: ¿quién marca el centro: corazón o cerebro? Uno, otro o quizás ambos.
Para finalizar me gustaría dejar una interpretación que hace Andrew Bevan del pensamiento de Jeffrey Bloechl: la sorpresa (sea lo que sea) podría conducirnos a una transformación y no ser algo contra lo que se deba defender, dominar, luchar o conocer de antemano.
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