Por: Victoria Petho
El filósofo ruso-alemán Alexandre Kojève dejó en 1931 un ensayo inacabado con valioso material que recientemente está comenzando a difundirse. En el libro Atheism (2018), Alexandre Kojève filosofa sobre asuntos como el ateísmo, teísmo y muerte. A su vez hace un increíble trabajo al impartir sus ideas desde un punto de vista objetivo sin promover un lado u otro.
Al momento de escribir el libro, el autor atravesaba una fuerte imposición del ateísmo por parte de la Unión Soviética luego de los retazos dejados por la Ilustración, con lo cual sus escritos no eran puramente académicos, sino que tenían implicancias en el mundo real.
El análisis parte dividiendo a las personas en dos grupos: teístas y ateos. A partir de este planteo inicial se verán los axiomas de vida de cada uno.
El teísta es la persona que cree en Dios sea lo que sea y el ateo es quien no cree en Dios sea lo que sea, por lo tanto, ambos pensamientos son bastante similares en cierto punto. Y hablando de Dios nos preguntamos: ¿Dios es una cosa? Sí, pero es una cosa muy diferente de otras cosas del mundo material.
Kojève postula que las cosas se nos dan. Según el teísta, Dios es quien provee lo cual genera ansiedad y sufrimiento. Por el contrario, al ateo no le sucede porque no cree en Dios. Pero si Dios da, surge una gran pregunta: ¿cómo puede Dios estar en un reino del mundo exterior y llegar a nuestro plano de realidad?
La existencia de un mundo exterior al nuestro es altamente válida pues cuando morimos dejamos de estar aquí y pasamos a otro lugar exterior. Esto puede resultar simple al presenciar muertes ajenas, pero cuando se trata de la nuestra esto se complica ya que realmente no podemos experimentar nuestra propia muerte (se supone que al morir perdemos la conciencia entonces no podemos procesar la información cuando ya estamos muertos).
La muerte es similar al problema de Dios, es todo y nada, está disponible para nosotros sólo en su indisponibilidad. Kojève sostiene firmemente que todos nos enfrentamos a la muerte con horror y la forma en que lidiamos con eso difiere según seamos ateos o teístas. El concepto de valentía frente a la muerte es un encubrimiento de nuestro propio miedo y ya que la valentía es justamente hacer algo a pesar de un fuerte sentimiento de miedo entonces un ateo sería alguien que se siente “honesto” frente a la muerte, mientras que el teísta sería aquel que se ‘esconde’ detrás de la esperanza de que haya algún tipo de vida después de la muerte.
Alexandre Kojève murió en 1968; sin embargo, sus palabras todavía nos llegan si leemos sus obras, es decir, que él no es realmente inexistente de la misma manera que su cuerpo lo es. Su entrega continúa después de la muerte física, pero, contrariamente, los vivos no pueden presentarle su entrega. Esta paradoja de que los muertos pueden dar a los vivos, pero no al revés fue planteada justamente por Kojève.
Dos polémicas frases enuncia el autor. La primera es: “El suicidio es el fin consciente y voluntario de la existencia del ser humano en el mundo”. Pero si no sabemos nada sobre lo que ocurre cuando morimos entonces se invalida la hipótesis de decir que es un fin consciente.
El otro enunciado expresa: “El suicidio es la máxima expresión de libertad”. El teísta ve la muerte como la liberación del alma del cuerpo y el ateo ve esto simplemente como terminar con el mundo.
Pero, por qué querríamos estar completamente libres de los límites que la vida nos pone si la satisfacción y el placer se encuentran justamente en la conquista de límites. Sin desafíos que superar, no hay nada que esperar con lo cual sería una existencia sin propósito ni significado, con la cual, Hans Krauch, el autor de la reseña de “Atheism” concluye proponiendo que quizás la verdadera libertad no sea liberarnos de los límites, sino de los grilletes del miedo a no superar los límites.
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