Por: María Eugenia Rey
El texto editado por J. Aaron Simmons y J. Edward Hackett, y titulado Phenomenology for the Twenty-First Century (2016), recopila dieciocho ensayos académicos enlazados por su común preocupación sobre la pertinencia contemporánea de la fenomenología. A pesar de que la mayor parte de sus reflexiones giran en torno a la obra de figuras no canónicas dentro de la tradición fenomenológica, es posible encontrar importantes contribuciones en los temas que han sido anteriormente abordados en este blog, tales como el problema de la justicia y la ética, la noción de otredad desplegada en Lévinas y la filosofía de Bergson. Así mismo, plantea la posibilidad de combinar el enfoque fenomenológico con otras áreas de estudio, tales como el pragmatismo, la psicología empírica y la teoría crítica. Consideraciones que, sin duda alguna, serán de gran interés para los seguidores de la investigación fenomenológica. No obstante, el mayor atractivo del texto para los fines del proyecto “Miradas a una fenomenología subyacente” es la indagación subterránea que cohesiona todas sus partes, la cual se descubre entrelíneas en sus primeros capítulos para luego en el apartado final mostrarse claramente. Ésta es, la concerniente a dos preguntas ineludibles para los fenomenólogos actuales; la primera sobre la capacidad de la fenomenología para preservar sus aspiraciones iniciales en su paso por fusionarse con otros campos de investigación, y la segunda relacionada con la vigencia y actualidad del debate fenomenológico para los desafíos de las sociedades del siglo XXI.
La primera interrogante es especialmente relevante en la etapa presente de la indagación fenomenológica, donde se han realizado serios esfuerzos por acortar la brecha entre la filosofía continental y la filosofía analítica a través del encuentro entre las ciencias cognitivas, la psicología evolutiva y la filosofía de la mente con la metodología fenomenológica. Entonces, ¿cómo evitar que en su intento por abarcar nuevas fronteras la fenomenología termine convertida en un sistema incomprensible e irreconocible con ella misma? Es una problemática que se resuelve al andar, y de ahí que la reseña de Heath Williams sugiere que la edición de Simmons y Hackett es un ejemplo de cómo la fenomenología puede reinventarse sin perder su esencia, sin dejar de ser ella. Lo importante es que a pesar de las variaciones e hibridaciones, se mantenga la coherencia en ciertas cuestiones claves que conserven a las corrientes fenomenológicas como un tipo de filosofía que atiende a la experiencia.
El segundo problema es mucho más interpelante y cuestiona el sentido mismo del vivir filosófico. En una sociedad que ha instrumentalizado la existencia toda es inevitable la pregunta por la utilidad práctica del filósofo. ¿De qué sirve el pensar sobre el sentido y el significado de las cosas que hacemos?, ¿qué justifica que se active un proyecto para revisar las fuentes más recientes sobre la reflexión fenomenológica?, ¿cuál es la productividad del debate filosófico en la vida real?, ¿cómo es que en contra de la más reciente tendencia a eliminar del pensum escolar los estudios de filosofía, se insiste en divulgar las discusiones que tienen lugar en el campo de la fenomenología jurídica?
Es una pena que con frecuencia se olvide que es el pensamiento lo que orienta la acción del hombre y lo ayuda a tomar posición ante su realidad. Ser contemporáneo, como bien comenta Giorgio Agamben en su ensayo ¿Qué es lo contemporáneo?, es “aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad”. Se trata, entonces, de interpelar el estado de cosas dado, de interrogarse por los problemas y desafíos de nuestro tiempo, y de pensar la transformación de la realidad; una tarea difícil de realizar sin la ayuda de la indagación filosófica.
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